Eva Perón: su último año

Evita fue como un lucero que brilló intensamente en nuestro país, por su obra y su implicancia social aún hoy no dimensionada en su plenitud: de primera dama a líder política sin parangón en su tiempo. Embajadora de la Paz en Europa, promotora del voto femenino, creadora de la Fundación de Ayuda Social que llevó su nombre, presidenta del Partido Peronista Femenino… su labor fue imparable.

El fin del Año Sanmartiniano abrió paso a un convulsionado 1951. De la expropiación de La Prensa en manos de la Confederación General del Trabajo a la postulación, por parte de la central obrera, de Evita como compañera de fórmula en el binomio presidencial con Juan Perón. Ninguna crítica de la oposición –ni de los propios– le hizo mella. Pero lo que ellos no pudieron, lo pudo su cuerpo. El cáncer de matriz detectado en 1950 avanzó impiadoso. El 22 de agosto de 1951, en el Cabildo Abierto del Justicialismo, la demostración popular legitimaría la posterior legalización de su poder como candidata a vicepresidenta de la Nación. Conflictos internos y externos, más la presión de factores de poder, determinaron que Eva diese un paso al costado. Otro golpe más duro que el cáncer: la presión militar y de la oposición impusieron días después su Renunciamiento, aceptado por ella en una transmisión radial por cadena nacional. Tras el intento de golpe del general Menéndez se impulsó el suministro de armas por parte de Evita a la CGT y el intento de formación de milicias obreras, casi un secreto a voces que fue abortado por quienes luego volvieron esas armas contra Perón. Posteriormente se dio a conocer La Razón de mi Vida, su libro de memorias que aún hoy falta que sea analizado en profundidad.

El 17 de octubre, dedicado a ella, fue una despedida al Pueblo y a su hombre. La operación en noviembre –cuando ella postrada votó por primera y única vez– dio pocas esperanzas. Ya en el año 1952 la suerte estaba echada. En abril llegó a pesar 38 kilos. El doctor Pedro Ara, en su obra, citó: “si su espíritu pareció seguir lúcido y vibrante hasta el fin, su cuerpo habíase reducido al simple revestimiento de sus laceradas vísceras y de sus huesos. En 33 kilos parece que llegó a quedar aquella señora tan fuerte y bien plantada en la vida”. Permanecía semanas enteras en la residencia presidencial o en la Quinta de Olivos, a veces levantada, a veces en cama. Recibía a bastante gente, pese a las indicaciones médicas, pero la fatiga la obligaba a cada rato a suspender las visitas. Incluso, algunas veces, se presentó en actos públicos. El 1 de mayo asistió al acto de los trabajadores junto a Perón y a su pueblo. Éste, al verla, la alentó a decir su discurso, el último y más fuerte en contenido doctrinario de apoyo al ideario peronista. Con mucho esfuerzo lo pronunció. Al terminar, cayó en brazos de Perón. El 7 de mayo fue su último cumpleaños y recibió el título de Jefa Espiritual de la Nación. En la Avenida Libertador de la ciudad de Buenos Aires, miles de personas se apretujaron para saludarla y una caravana de taxis tocaba sus bocinas en saludo. Finalmente, apareció en la terraza de la residencia presidencial, saludando con debilidad a la multitud.

El 4 de junio Juan Domingo Perón asumió por segunda vez la presidencia. Eva se volvió a obstinar y le mandaron a decir que en la calle hacía mucho frío. A lo que ella respondió con enojo: “eso se lo manda a decir Perón. Pero yo voy igual: la única manera de que me quede en esta cama es estando muerta”. Con una masiva dosis de calmantes concurrió al acto de asunción, donde se negó a sentarse en el recorrido del auto descapotable. Ya agonizante, la llevaron a un vestidor acondicionado con todo lo necesario.

Perón, el amor de su vida, recordó: “aquellos días de cama fueron un infierno para Evita. Estaba reducida a su piel, a través de la cual ya se podía ver el blancor de sus huesos. Sus ojos parecían vivos y elocuentes. Se posaban sobre todas las cosas, interrogaban a todos; a veces estaban serenos, a veces me parecían desesperados”. Aún con un mínimo de fuerzas redactó Mi Mensaje, con pasión militante y con furia a los traidores a Perón, militares y clérigos en particular, a flor de piel.

Antonio Cafiero refirió en su libro Mis diálogos con Evita que, en su última conversación, Evita le expresó: “Cafiero, le pido perdón. No he estado bien con usted. Quiero que sepa que yo soy muy católica. Que tengo tres devociones en mi vida. La Virgen de Luján, el general Perón y los trabajadores argentinos… Pero hay curas y hay militares traidores que se dicen peronistas. Ellos están agazapados a la espera del zarpazo que nos arranque estos años de felicidad. Nunca se olvide de esto. Sea siempre leal a Perón. La lealtad es el mayor valor de los peronistas. Por eso el 17 de Octubre, nuestro día, es el día de la Lealtad. Comprenda mi enojo. Mi amor por Perón y el pueblo pueden más que todo”. Y rompió en sollozos.

El 18 de julio de 1952 entró en un aparente estado de coma. Pero los médicos pudieron revivirla a último momento, con un equipo de resucitación y otro de oxigenoterapia. Para el 26 de julio parecía que todo sería tranquilo, pero a las 10 horas Evita entró en un sopor del que ya no saldría. Esto instó a los médicos a realizar el primer comunicado. El último comunicado, a las 20, avisó que había empeorado. El doctor Taquini miró a Perón, diciendo: “no hay pulso”. A los pocos minutos el locutor Jorge Furnot leyó por la cadena de radiodifusión: “cumple la Secretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20:25 horas ha fallecido la Señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación. Los restos de la Señora Eva Perón serán conducidos mañana al Ministerio de Trabajo y Previsión, donde se instalará la capilla ardiente”. Un gran silencio comenzó a cancelar todas las actividades. Los transeúntes se marcharon a sus casas. Las radios irradiaron música sacra. Cines, teatros y confiterías cerraron sus puertas. Sus últimos deseos, expresados a Perón, habían sido que su cuerpo no se consumiera bajo tierra y ser embalsamada. Se llamó al doctor Pedro Ara para que hiciera esa tarea.

La CGT decretó un duelo de 72 horas y en las plazas se erigieron pequeños altares con la imagen de Eva y un crespón negro recordándola. El día 27 su cuerpo se trasladó al Ministerio de Trabajo y Previsión. El multitudinario velatorio se prolongó hasta el 9 de agosto. La cola era de aproximadamente 35 cuadras. La Fundación repartió frazadas para afrontar las adversas condiciones del velatorio y hasta se instalaron puestos sanitarios para la atención de personas que esperaban.

Llegado el 9 de agosto, el cuerpo fue trasladado al Congreso Nacional para que le rindieran honores. Al día siguiente, la mayor procesión –nunca vista en Argentina hasta ese momento– fue presenciada por dos millones de personas, a lo largo de Rivadavia, Avenida de Mayo, Hipólito Yrigoyen y Paseo Colón. Estuvo precedida por nueve patrulleros de la policía. Más de 15.000 soldados rindieron honores militares y la cureña fue arrastrada por 45 gremialistas y escoltada por cadetes de institutos militares, alumnos de la Ciudad Estudiantil, enfermeras y trabajadoras de la Fundación. A las 17:50, mientras la ciudad silenciosa era estremecida por una salva de 21 cañonazos y cornetas del ejército, seis empleados de una empresa fúnebre introdujeron el ataúd en el segundo piso de la CGT, donde el doctor Pedro Ara lo recibió para efectuar el embalsamamiento que duraría hasta 1955. Ese piso de la CGT fue acondicionado como laboratorio y despacho del doctor Ara. Frente al hall de la planta baja se construyó una especie de monolito con la imagen de Evita y una gran cruz, que se mantuvo florido durante los siguientes tres años.

El cuerpo de Eva Perón debía ser llevado al “Monumento al Descamisado” –denominado con posterioridad “Monumento a Eva Perón”–, el cual no pudo ser concluido por producirse el golpe de Estado que derrocó en 1955 al gobierno constitucional del presidente Juan Domingo Perón, el cual fue obligado a exiliarse en el exterior. La denominada “Revolución Libertadora” inició un proceso de persecución y proscripción del Peronismo –a través del Decreto 4161 y otros–, junto al encarcelamiento y tortura de sus principales dirigentes. El cuerpo de Evita fue secuestrado por un grupo militar y trasladado durante dos años a distintos lugares de la Ciudad de Buenos Aires, sufriendo distintos tipos de vejaciones y mutilaciones. En 1957 se ordena el traslado del cuerpo de Eva Perón –en un operativo secreto– a Italia, bajo el nombre falso de María Maggi de Magistris al Cementerio Maggiore de Milán, donde estuvo enterada hasta 1971.

Incesantes fueron los pedidos de restitución del cuerpo de Eva por parte de la familia Duarte y de Perón. Tras varios años de lucha por parte de la Resistencia Peronista, del Movimiento Obrero Organizado y de grupos de guerrilla cercanos al Peronismo, la Dictadura Militar iniciada en 1966 –denominada Revolución Argentina– intenta negociar con Perón para que no retorne al país a cambio de la devolución del cadáver de Eva. El 1 de septiembre de 1971 sale el cuerpo de Evita del Cementerio Maggiore –llevado por un grupo militar– para ser devuelto al general Perón en Madrid, el día 3. Luego de comprobar las diversas mutilaciones que había sufrido el cuerpo, se dispone que permanezca en Puerta de Hierro –residencia de Perón en España–, para luego ser trasladado a la Argentina.

Tras el fin de la proscripción del Peronismo y la asunción de Perón como presidente, se pensó en transportar el cuerpo, pero la situación de convulsión interna –unida al deterioro de la salud y posterior muerte del teniente general Juan Perón– imposibilitaron que ello se realizara en vida de su esposo. Recién el 11 de noviembre de 1974 retornaron los restos de Evita de España, en una acción noble llevada adelante por gente innoble: un operativo llevado a cabo por el ministro de Bienestar Social, José López Rega, y miembros del grupo AAA, los cuales dispusieron que su cuerpo, junto con el del presidente Perón, se ubicase en una capilla ardiente en la residencia presidencial de Olivos. Finalmente, la última dictadura dispuso la restitución del cuerpo de Eva Perón a sus familiares para ser llevada a su bóveda, separada de su marido, bajo estrictas normas de seguridad diseñadas por los mismos militares. Trasladada al Cementerio de la Recoleta de la Ciudad de Buenos Aires el 22 de octubre de 1976, hoy descansa en paz definitivamente.

Aún hoy su lucha nos marca un camino: el de organizarnos como peronistas en torno a la defensa de los intereses populares, frente al neoliberalismo imperante en nuestra Argentina que busca retrotraernos a la Década Infame. Citando nuevamente a Cafiero: “a pesar del posmodernismo que nos invade con su cultura flaca, no está de más que los peronistas volvamos a leer su mensaje que, a pesar del tiempo transcurrido, no ha perdido actualidad, ni en el mundo, ni entre nosotros”. Hoy Evita está presente en cada reclamo, en cada marcha, en cada chico desnutrido, en cada joven abusada, en cada grito por una injusticia cometida. Y exige que seamos más unidos, solidarios y organizados, para retomar un proyecto nacional justo e inclusivo.

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