El rol de las Fuerzas Armadas en el desarrollo nacional

En este texto se analiza el rol que han tenido las Fuerzas Armadas (FFAA) dentro de la Política Nacional y el consecuente desarrollo económico en el periodo que comprende la conformación de los Estados oligárquicos hacia 1862, con la consolidación político jurídica de las Patrias Chicas y una nueva etapa de las FFAA, llegando hasta el derrocamiento del general Juan Domingo Perón en 1955. Se escoge como punto de partida del análisis 1862, año en que asume Bartolomé Mitre como presidente de la Nación luego de dar por finalizada –al menos desde lo discursivo– la disputa entre unitarios y federales con el desarme de los ejércitos provinciales, montoneras y del pueblo nativo. En 1955, con el golpe de Estado a manos de la oligarquía antinacional y sus titiriteros extranjeros, finaliza un periodo de coherencia entre la teoría y la práctica llevada adelante por las FFAA. Con la autodenominada Revolución Libertadora culminó la concepción de Defensa Nacional que encuentra su origen en la Ley 13.234 sancionada por el Honorable Congreso de la Nación el 9 de septiembre de 1948. Históricamente la milicia conformada hacia 1805 para frenar el avance de la invasión británica posee un origen popular, nacionalista, industrialista e independentista. Sin embargo, siempre han convivido dos facciones dentro de esta institución, una que trabaja para la liberación nacional y otra que la impide.

El historiador y referente de la izquierda nacional argentina, Jorge Abelardo Ramos, expresa esta dualidad de la siguiente forma: “La presencia dominante del imperialismo extranjero, de una oligarquía antinacional y de una mediocre burguesía nativa, permite al Ejército, bajo ciertas circunstancias críticas, asumir la representatividad de las fuerzas nacionales impotentes, o, por el contrario, transformarse en el brazo armado de la oligarquía. Esta dualidad se funda en el antagonismo latente que existe en la sociedad semicolonial, donde no hay una sola clase dominante, a ejemplo de los países imperialistas, sino dos, una tradicional y una moderna, aunque mucho más débil. La pugna entre ambos grupos, aquél vinculado al sistema agrarioexportador y éste situado junto a las clases interesadas en el crecimiento económico, se introduce en el seno del Ejército y genera en él esa misma contradicción en otro nivel” (Ramos, 1968: 379).

La definición de una política nacional en términos jauretcheanos remite a pensar estratégicamente y de manera integral las medidas, las fuerzas y los recursos que serán necesarios afrontar para lograr la liberación de los pueblos oprimidos por el imperialismo.

El recorrido histórico refleja esta tensión constante entre un proyecto nacional a las sombras de las potencias centrales, produciendo materias primas, endeudado por las políticas monetarias y financieras de tintes coloniales, leyendo y pensando con matrices y estructuras culturales eurocéntricas y acrecentando las diferencias sociales y culturales que se desprenden de los patrones de poderes impuestos por las noblezas europeas a partir de 1492 y posteriormente por las burguesías que institucionalizan su dominio con las sanciones de las constituciones liberales, ya bajo regímenes estatales. Desde la conformación del Estado Nacional, el liberalismo económico, el iluminismo y la consecuente universalización de leyes políticas y sociales de manera arbitraria y ahistórica dan como resultado gobiernos que sostienen la dependencia sobre las metrópolis. Son ejemplos de la entrega indiscriminada de la soberanía política y económica las gestiones de Bernardino Rivadavia y Bartolomé Mitre, este último la más siniestra figura del ejército portuario que habrá de singularizarse por la eliminación de los últimos gauchos y de los caudillos sobrevivientes de la vieja Argentina (Ramos, 1968).

Por el contrario, una política nacional pensada para y desde la Patria Grande, que busca los caminos del desarrollo de los pueblos y sus fuerzas productivas, como lo ha hecho el general San Martín con su ejército libertador de origen popular, como lo ha pensado Rosas apoyado en las montoneras federales y en la defensa de la soberanía ante el avance de ingleses y franceses. También el ejército roquista modernizando el país o Perón llevándolo al más alto nivel de independencia, al crear una filosofía y un cuerpo doctrinario que no respondía a los modos de producción foráneos –capitalista y comunista– sino que piensa y desarrolla una Política Nacional desde nuestra patria y para nuestros pueblos, que pone el capital al servicio de la justicia social, en parte expuesta en aquel inolvidable primer Congreso Nacional de Filosofía en 1949.

 

Política Nacional y Fuerzas Armadas

El concepto de Política Nacional que desarrolla Arturo Jauretche (1958: 25) en Ejército y Política expresa “la preocupación de que el país tenga una Política Nacional, sabiendo que sin Política Nacional no hay ejército nacional y recíprocamente”. En esta misma obra detalla la importancia de adaptar la técnica militar a los objetivos de un proyecto independiente y no a la inversa, como muchas veces ha sucedido.[1] Esta noción amplia e integral de la defensa de un país es desarrollada por el forjista, tomando como objeto de estudio las políticas nacionales de Brasil y Argentina al momento de llevar adelante la Guerra de la Triple Alianza –o Triple Infamia, para los revisionistas. “Los países avanzan en extensión y profundidad; podemos llamar a los horizontes respectivos de ese avance, frontera exterior y frontera interior” (Jauretche, 1958: 25). Pone énfasis en la imperante obligación de atender no sólo las fronteras compartidas con países hermanos, sino mirar hacia el desarrollo interno. Brasil ha sido fiel a esa política nacional, apostando siempre a la expansión territorial y a su vez al desarrollo económico de sus regiones. Esto permite preguntarse: ¿qué determina si un país es expansionista o imperialista? ¿En ambos casos se da una puja entre las políticas nacionales de cada país?

Esta percepción y la crítica a copiar proyectos nacionales foráneos ha sido expresada casi cuatro décadas antes por el coronel Vicat (1925): “Sirva esta experiencia para comprobar que la existencia de una Política Nacional es más importante para la vida de las naciones que la geografía, la historia y la población misma. ¡Cuánto más que las teorías abstractas, las ideologías y las concepciones universales, ajenas a los hechos! ¿Cómo no ha de serlo, si ha sido aún más eficaz que el resultado de las batallas navales y terrestres, todas ganadas por nuestras armas, si es que Caseros no es una victoria brasileña?”.

Para comprender qué implica una Política Nacional será imperioso realizar un recorrido por los antecedentes, acciones y teorías que van conformando la maravillosa concepción peronista sobre Defensa Nacional vinculada a la noción de “Nación en armas”. Se comenzará por el final, trayendo las palabras del coronel Juan Domingo Perón pronunciadas en la inauguración de la Cátedra de Defensa Nacional en la Universidad Nacional de La Plata en 1944 y que posteriormente se plasmarán en documento oficial por medio de la Ley 13.234: “Las dos palabras, ‘Defensa Nacional’, pueden hacer pensar a algunos espíritus que se trata de un problema cuyo planteo y solución interesan e incumben únicamente a las fuerzas armadas de una Nación. La realidad es bien distinta. En su solución entran en juego todos sus habitantes, todas las energías, todas las riquezas, todas las industrias y producciones más diversas, todos los medios de transporte y vías de comunicación, etcétera, siendo las Fuerzas Armadas únicamente, como luego lo veremos en el curso de mi exposición, el instrumento de lucha de ese gran conjunto que constituye “la Nación en armas”. Y continúa: “El concepto de la “Nación en armas o guerra total”, emitido por el mariscal von der Goltz en 1883, es, en cierto modo, la teoría más moderna de la defensa nacional, por la cual las naciones buscan encauzar en la paz y utilizar en la guerra hasta la última fuerza viva del Estado, para conseguir su objetivo político” (Perón, 1944).

 

La Política Nacional de los países semicoloniales

Como hemos visto, la defensa y la industrialización han estado, históricamente, en manos del sector militar, a diferencia de los países centrales, en que esa segunda función es llevada adelante por las burguesías locales. Es una consecuencia del atraso económico, cultural y productivo que impera desde Pavón. La industrialización en América Latina encuentra su origen en los capitales británicos. Libras esterlinas que llegaban de manera directa por medio de empréstitos o en forma de inversiones. Esa incipiente industrialización que comienza con la consolidación del Estado Nacional moderno hacia 1880 se encuentra estratégicamente pensada por las potencias europeas y aceptadas acríticamente por los sectores terratenientes de nuestro país. El modelo agroexportador, función que asumen las oligarquías locales en plena división internacional del trabajo, en detrimento de un modelo industrialista, provoca una dependencia productiva constante, un rol pasivo de la burguesía nacional que prefiere producir mercancías para abastecer al sector agrario y ganadero y no aporta a la diversificación, como tampoco a la creación de un mercado interno.

Consecuentemente, en los países semicoloniales, como citamos al comenzar el trabajo, a diferencia de los países imperialistas, la industria no ha surgido como la expresión final de un lento y trabado desenvolvimiento económico, desde el artesanado a la gran producción capitalista. Por el contrario, las posibilidades industriales de nuestros países han sido rigurosamente limitadas por la introducción masiva de la producción extranjera. Sólo han podido irrumpir en el mercado a través de las fisuras abiertas en el sistema del mercado mundial por los golpes de la crisis o los conflictos militares del imperialismo.

En países donde la producción primaria sin valor agregado copa las exportaciones, no es la burguesía local la que impulsa la industrialización, sino el Ejército. Sin embargo, será necesario aclarar que no ha sido esta una constante, lamentablemente. Hubo momentos en nuestra historia en que las FFAA se han convertido en el brazo armado de las oligarquías cipayas, ya se ha mencionado el caso de Mitre y la participación en la Guerra contra Paraguay del mariscal Francisco Solano Lima, o el rol que asumen las FFAA oligarcas y vendepatria en 1955. Así, históricamente quedan conformadas las dos fuerzas que pugnan desde 1805 hasta la actualidad por el destino de la Patria.

Esta concepción será desarrollada más adelante. En las líneas que siguen se expondrá el rol que han cumplido las FFAA con relación a la industrialización de la Argentina durante el periodo histórico que nos convoca.

 

Construcción política y militar de las FFAA durante el mitrismo

Para arribar a la concepción de Nación en Armas –arriba descrita– y la consecuente política de defensa, será necesario remontarnos a la toma del poder por Mitre. Sin embargo, desde una visión más sociológica será relevante distinguir el origen popular de nuestra milicia. Ya se ha mencionado anteriormente cómo el pueblo, principalmente porteño y bonaerense, se organiza en milicias para defenderse frente al avance británico en plena Guerra Napoleónica.

Aquel origen popular y por consiguiente la defensa de las economías regionales ante el avance de los ingleses en busca de nuevos mercados se vio quebrantada con el derrocamiento de Juan Manuel de Rosas en 1852. Esto significó el fin de la paz cuidadosamente lograda tras la alineación de trece provincias bajo el Pacto Federal de 1831 y la claudicación de las clases dirigentes porteñas ante el seductor rol de proveedoras de materias primas para la Europa industrializada y la desregulación del comercio exterior. Este caudillo conducía la política de la Confederación Argentina y tras él los ejércitos provinciales levantaban alto la bandera del federalismo y la soberanía política. Si bien este trabajo comienza su análisis en 1862, es inevitable traer a la memoria que no hubo en la vieja Argentina otro medio de vivir que el oficio de morir, ni otra perspectiva que el generalato, duramente ganado en el combate de arma blanca. Las palabras sabias del historiador José María Rosa afirman la esencia antinacional de la burguesía, al sentenciar que “Rosas no podía sacar de la nada una clase dirigente con sentido patriótico. Por eso fue derrotado”, y continúa: “Por la Confederación Argentina, por el pueblo federal, por el sistema americano, jugó Rosas su fama, fortuna y honra, aun sabiendo que habría de perderlas. Las perdió, como necesariamente tenía que ocurrir. ‘Creo haber llenado mi deber –escribió la tarde de Caseros con absoluta tranquilidad de conciencia–, si más no hemos hecho en el sostén sagrado de nuestra independencia, es que más no hemos podido’. La Argentina no pudo cumplir su destino en 1852. Y no lo podrá mientras no eduque una clase directora con conciencia de su posición. Los hombres providenciales serán relámpagos en su noche” (Rosa, 1974).

El triunfo en Pavón, como sostiene Jauretche (1968), fue la victoria de la Política Nacional de Pedro II y el comienzo una etapa de erradicación de las soberanías provinciales y la consecuente centralización del poder político y militar en manos de Mitre, representante de la oligarquía porteña.

Sin entrar en detalles, tomaremos las palabras de un historiador argentino que resume esta etapa, la de Mitre conductor de las FFAA y del futuro de la Nación, afirmando que era necesario poner en funcionamiento los instrumentos de dominación que aseguraron el predominio del proyecto porteño de organización nacional. ¿De qué manera se manifestó esta dominación? Bajo la penetración represiva, dice Oszlak (1982): “Esta modalidad implica la aplicación de violencia física o amenaza de coerción, tendientes a lograr el acatamiento a la voluntad de quien la ejerce y a suprimir toda eventual resistencia a su autoridad. En la experiencia argentina, el instrumento clave empleado por el Estado para imponer esta forma de control coercitivo fue la institucionalización de un ejército nacional”. Es decir que, desde la asunción de Mitre, el rol de las FFAA ha sido de penetración cooptativa, material e ideológica (Oszlak, 1982). Solo se ha encargado de exterminar los obstáculos que impiden la instauración del modelo agroexportador, dependiente y rentista dirigido por la oligarquía porteña aliada al capital británico y en detrimento de un desarrollo nacional. El mitrismo ha sido el ala armada de aquella oligarquía cipaya, y así lo afirmaba Mitre: “¿Cuál es la fuerza que impulsa este progreso? Señores, es el capital inglés. (…) Cuando las colonias hispanoamericanas declararon su independencia a la faz del mundo, nadie creyó en ella. Las nuevas repúblicas no encontraban en Europa quien les prestase un peso, ni quien les fiase un ciento de fusil. Sólo el capital inglés tuvo fe en su porvenir, y abriendo sus ferrados cofres les dijo: ‘Aquí están las libras esterlinas del comercio británico: tomad lo que necesitéis’. Y este acto valiente de los comerciantes de un pueblo, inspiró a su gobierno la política que debía seguir hasta el día que por boca de lord Canning pronunció aquellas memorables palabras: ‘Un mundo no puede llamarse rebelde’” (Mitre, 8 de marzo de 1861, discurso pronunciado en su mayoría en inglés).

Este nuevo orden mundial, sostenido filosóficamente por la ilustración, la idea de progreso indefinido y el liberalismo económico, es abrazada por la dirigencia terrateniente y antinacional argentina. Así, las libras esterlinas de las que habla Mitre, junto con el avance del ferrocarril que unía los centros de producción –británicos– con el puerto, destruía al mismo tiempo no sólo las primitivas manufacturas locales, dejando sin profesión al artesano, sino que también aplastaba ese vasto sistema de comunicación apoyado en la carreta, abandonando a la desocupación y a la vagancia a miles de hombres que habían sustentado el sistema moribundo. Abelardo Ramos (1968: 35) se pregunta: “¿Dónde ir, a qué partido adherirse, en qué dirección desplazarse? Esa multitud de tejedores, troperos, plateros, pastores, gauchos nómadas, talabarteros, boyeros y pequeños agricultores es barrida por la industria europea y por la inmigración extranjera, que acapara las tierras fértiles del Litoral y expulsa al criollo: miles de ellos ingresarán al Ejército de línea, sostenido por el presupuesto del Estado y que no necesitará de muchos instructores para enseñar a esos soldados el manejo de las armas ni programa alguno para infundirles conciencia nacional. ¡Conciencia nacional les sobraba, la llevaban en las venas y en las cicatrices!”.

En referencia a lo institucional, el mitrismo creó el Colegio Militar en 1869 y definió la sede para su alojamiento en la antigua residencia de Juan Manuel de Rosas en Palermo. En 1872 se crea la Escuela Naval que comienza a funcionar a bordo del buque de guerra General Brown y la Escuela de Guerra. Ambas durante la presidencia de Sarmiento. Y finalmente Roca, por medio de Ricchieri en 1901, echará las bases de una moderna institución castrense, cuyo origen montonero, es decir, popular, será su mejor heráldica.

El ejercicio de las armas no era sólo una profesión obligada para el hidalgüelo de provincia, arrebatado por las peripecias patrias y la gloria al alcance de la mano, sino que la abogacía y el comercio, en las condiciones misérrimas del país anarquizado, debían dejarse generalmente para un núcleo muy reducido en el interior y para la gran ciudad del Plata. Pero cuando desaparecen los ejércitos provinciales y se exterminan los caudillos más rebeldes, cuando después de Pavón y de Mitre aparecen Sarmiento y Avellaneda, el ejército se estaba haciendo nacional por primera vez, la oficialidad, aunque con sueldos irrisorios, cobraban sus haberes y los soldados enganchados encontraban en la estructura militar el primer apoyo estatal jamás conocido en el país. Estos años han sido de construcción e incorporación de oficiales prusianos que formaban a los argentinos en el arte de la guerra. En los años que siguen, se comenzará a capacitarlas bajo la concepción de “Nación en armas”.

 

La Defensa Nacional y la concepción de “nación en armas”

El libro titulado La guerra de Carl Clausewitz ha formado a gran parte del ejército nacional. Un concepto fundante dentro del pensamiento militar ha de ser el de la “trinidad” pueblo-ejército-gobierno y la necesidad de mantener en completo equilibrio el sentimiento y cohesión de la población no combatiente como sostén de las fuerzas militares empeñadas en la guerra y bajo la conducción integral del factor político responsable de la nación. Asimismo, otro aporte fundamental de Clausewitz es la categorización de la guerra como herramienta de la política para la consecución de sus fines, estableciendo una subordinación de lo militar a lo estatal. Premisa que se cumple en Argentina hasta 1930, en que sobreviene el primer golpe de Estado. De esta manera, el concepto trinitario arriba expuesto se constituyó en el núcleo duro de lo que puede definirse como una construcción teórica propia de los militares argentinos, que fue consolidándose a lo largo de la década de 1920 y que se proyectará hasta los años 40. En una conferencia brindada en 1925 por el Coronel Luis Vicat, se expone: “la defensa nacional bien entendida no debe considerarse únicamente como un asunto de preparación y entrenamiento de tropas, sino que se subdivide en una gran cantidad de ramas, todas de gran importancia. Además de sus ramas armadas –marina, terrestre y aérea– la defensa nacional tiene fases como la económica, la industrial, la de los transportes y aún la fase de la educación patriótica y social que no debemos descuidar desde el tiempo de paz para no tener que lamentarnos en caso de guerra. Debemos cuidar y organizar hasta los más mínimos detalles, ya que en asunto tan importante pasa lo mismo que con una máquina poderosa: una sola tuerca floja puede llegar a ser causa de un irreparable desastre”. Por eso es que la defensa nacional bien entendida no debe considerarse únicamente como un asunto de preparación y entrenamiento de tropas, sino que se subdivide en una gran cantidad de ramas, todas de gran importancia (Vicat, 1925).

Este pensamiento de los militares argentinos en el período entre guerras no respondía tanto a los avances bélicos tecnológicos de la contienda mundial como a los cambios sociales que este mismo fenómeno ocasionó, donde la falta de autodeterminación industrial y la dependencia del extranjero en cuanto a materias primas estratégicas como el carbón, el petróleo y el acero debilitaron la potencia de las naciones en guerra.

Sería von der Goltz quien exacerbaría el sentido de la trinidad clausewitziana a través de una reinterpretación del concepto de guerra total en su obra La nación en armas. Allí advertía que las victorias bélicas dependen de la superioridad numérica del factor humano y del material, y esto implicaba ser autosuficientes. De aquí se desprende la idea de Vicat (1925): “La verdadera defensa nacional es un asunto muy vasto y complejo y puede definirse diciendo que engloba todas aquellas actividades y todas aquellas medidas de previsión necesarias para asegurar la tranquilidad, la prosperidad y la independencia de un país, así como la victoria rápida en caso de conflicto. De nada servirán las instituciones armadas… si en el momento de la acción las armas de fuego llegan a carecer de pólvora y municiones, o no pueden reemplazarse las inutilizadas, o si las tropas no pueden ser transportadas y abastecidas con la rapidez necesaria, o si se llega a carecer de los combustibles, hierro y acero, sin los cuales no pueden moverse barcos, aeroplanos, automóviles, ferrocarriles, ni pueden sostenerse con ventaja las fuerzas combatientes… Debo insistir en la imperiosa necesidad de que modifiquemos todo nuestro actual sistema económico e industrial a fin de que seamos capaces de producir todo lo que necesitaríamos en caso de un conflicto, no solamente para tener la seguridad de no llegar a carecer de nada, sino también para poder considerarnos como verdaderamente independientes de toda tutela extranjera”.

Esta concepción de “nación en armas” y consecuente búsqueda de la Defensa Nacional ha sido característica de las FFAA a partir de la profesionalización de dicha carrera durante la presidencia de Nicolás Avellaneda y Julio Roca. Abelardo Ramos encuentra en Roca la continuidad de los ideales independentistas de San Martín y Rosas. Estas FFAA se encuadran detrás del Poder Ejecutivo Nacional hasta 1930 y serán las que impulsen la industrialización en función de la defensa.

En los festejos del centenario de nuestra independencia política de España asiste el coronel-general barón von der Goltz, y en su informe sobre la organización del Ejército dice: “El incremento rápido y poderoso de naciones jóvenes pudo ser de duración únicamente cuando la organización militar de las mismas va en pos de su desarrollo” (Rodríguez y Soprano, 2018: 4).

 

Fuerzas Armadas, industrialización y cuestión social

Como se ha visto, desde 1880 a 1930 los militares han desarrollado su política respetando y subordinándose bajo el comandante en jefe de las FFAA de turno. Sin embargo, las internas en el sector castrense se acrecientan y encuentran sus adherentes en el sector civil. Existió una serie de medidas que modificaron el curso de la historia, incorporando nuevos actores sociales y problemáticas que obligaron a las FFAA a replantear su visión estratégica y rol dentro de una política nacional. La primera es la reforma militar de 1901 –conocida como ley Ricchieri– que a partir de una propuesta legislativa de algunos miembros del cuerpo de oficiales estableció reglas nuevas dirigidas a aumentar la profesionalización y la autonomía del sector castrense con respecto a las autoridades civiles y que tuvo entre sus rasgos fundamentales la introducción del servicio militar obligatorio. El segundo acontecimiento fue la reforma electoral de 1912 –conocida como ley Sáenz Peña– que, a partir de la introducción del voto secreto y de una nueva normativa para la distribución de los escaños, buscó devolver al Estado liberal parte de la legitimidad perdida a partir de 1890. Dicha reforma lleva al tercer acontecimiento: la llegada al gobierno de la Unión Cívica Radical (UCR) después de más de veinte años de lucha frente al liberalismo y la oligarquía terrateniente, con un programa político reformador que apoyó la reforma universitaria de 1919, pero, sin embargo, no logró tocar la estructuras económicas y culturales que pudieran alejarnos de la semicolonialidad.

Así, estos procesos históricos, sumados a la inmigración, provocan una reformulación en todos los ámbitos. En el orden político, aparece la “cuestión social” que los liberales creían resolver por arte de magia con el derrame provocado por las riquezas provenientes del sector agroexportador. Pero la magia en política no juega. Por otro lado, esa masa inmigratoria comienza a ingresar a las FFAA, alterando el origen y sus consecuentes cosmovisiones. Donde existió una preocupación casi unánime puesta en la disciplina y la profesionalización de las FFAA, ahora surge la necesidad de una industrialización como medio para alcanzar la Defensa Nacional en un mundo colmado de guerras y bloqueos. Pero se le añaden las expectativas de un sector civil –y también castrense– que observa a las clases trabajadoras como parte del colectivo nacional. Estos sectores levantarán las banderas de la “cuestión social” y llegarán a concebirla, veinticinco años después, como “justicia social”.

Si bien es cierto que ya en 1887 hubo emprendimientos en torno de la problemática petrolera en Mendoza –de la mano de Carlos Fader, Guillermo Villanueva, Guillermo White, Emilio Civity o José Zapata– o que en 1910 Jorge Newbery y Justino Thierry presentaron al Congreso un informe con la necesidad de reservar para el Estado las zonas petrolíferas, y también que Joaquín V. González, Carlos Melo, Rodolfo Moreno (h) y Antonio de Tomaso debatieron sobre la participación estatal en la producción de este mineral, no existieron políticas institucionales respecto a la gestión a escala estatal del petróleo, a excepción del sector castrense (Rodríguez y Soprano, 2018: 10), si bien existían divergencias respecto a si la extracción, la producción y la comercialización del petróleo debían estar en manos de capitales privados (Dickman y Lagos), o debían ser monopolio estatal, esto es, la participación exclusiva del Estado y el proteccionismo en la cuestión petrolera (Mosconi, y especialmente Baldrich).

El Ejército argentino verá en el radicalismo de Yrigoyen al gran movimiento nacional de sus días y numerosos militares se harán sus partidarios: el retorno de los militares a pensar geopolíticamente a la Patria Grande y favorecer políticas que atiendan la integración regional en todos sus vértices. Ejemplo de ello es la capacitación que lleva adelante Mosconi a todas las naciones del continente que deseaban tener yacimientos petrolíferos nacionales. Esto queda explicitado en el siguiente fragmento de la conferencia El petróleo y la economía latinoamericana, proferida por Mosconi en 1927: “Los países de Latinoamérica que, como el nuestro, explotan petróleo y no posean yacimientos carboníferos (…) deben preservar las fuentes de combustible líquido de toda influencia que no sea eminentemente nacionalista; el combustible constituye la plataforma sobre la que se levantará su futura organización industrial. (…) Es menester nacionalizar y resguardar por el Estado las fuentes de petróleo (…) los gobiernos de los países de Sud América que para mantener la certidumbre de su futuro progreso así lo hagan, ejercitarán una alta previsión patriótica” (Forte, 2004).

Del roquismo al yrigoyenismo, la supremacía del poder civil sobre las fuerzas armadas no será sino la expresión jurídica de la identificación completa del Ejército con una política nacional. Este acercamiento al pueblo vinculado al desarrollo económico de la nación coincide con la crisis del ideario liberal y un fuerte cuestionamiento a la concentración de riquezas en manos de los agricultores y ganaderos. Ya en 1916, el capitán Carlos Sabelli formuló una primera propuesta articulada que mostró claramente el papel funcional que los militares otorgaban a los recursos naturales en el marco de una estrategia de reorganización más amplia. En su ensayo, Sabelli propuso la aplicación de un impuesto entre el 15% y el 20% sobre las exportaciones, con el fin de crear fondos dirigidos a la explotación de materias primas útiles para la producción y el desarrollo industrial (Forte, 2004). Medida que, 30 años más tarde, serán la base del Instituto Argentino de Promoción e Intercambio. En Sabelli, también se vislumbra el resurgir de los discursos antiimperialistas: “la implantación de la ‘fundición como primera industria nacional (…) y con ella la fabricación de acero, de armas, de útiles y de máquinas agrícolas”, así como la creación de “astilleros para la construcción de buques mercantes (…) y aún de buques de guerra” era fundamental para “obtener nuestra absoluta independencia” y “defender los intereses generales del país, peligrosamente puestos en juego por las naciones europeas” (Sabelli, 1916, citado por Forte, 2004: 6).

Desde 1930 ocupan el gobierno los siguientes militares: Uriburu, Justo, Rawson, Ramírez, Farrell, Perón, Lonardi, Aramburu y Onganía. El único de esos militares que cuenta con el apoyo popular antes, durante y después de ser derribado, es el General Perón.

Los años 30 –con el comienzo de una etapa de reconquista de la oligarquía, de un nacionalismo tradicional recalcitrante liderado por José Félix Uriburu, matizado por el fascismo europeo, quien había desempeñado labores directivas en la Escuela de Guerra que estableció alianzas con el sector intelectual de tendencias antipopulares– son nefastos en términos políticos por el fraude electoral llamado “patriótico”, por las FFAA oligarcas, en lo económico caracterizados por las múltiples consecuencias sociales del fracaso de las premisas liberales, y a nivel mundial es una década que soporta las consecuencias de la Primera Guerra Mundial y que espera el comienzo de la Segunda.

Entre 1930 y mayo de 1943 el periódico castrense publicó 106 artículos directamente vinculados con la exigencia de desarrollar industrialmente el país, con una media de más de siete artículos al año. La inquietud de los militares concierne principalmente al desarrollo industrial general del país y la necesidad de transformar y ampliar el papel del Estado y de los poderes públicos, problemas que ocupaban más del 65% de los artículos sobre la temática industrial (Forte, 2004).

Reflejo de la creciente industrialización de aquellos años es la puesta en práctica del complejo siderúrgico en Palpalá, como así la fundación de la Dirección General de Fabricaciones Militares, entidad que comenzó a funcionar como organismo autárquico el 10 de septiembre de 1941, con la firma del decreto 10.262. En 1946 el presidente Perón y el ministro del área firmaron el proyecto de Savio sobre el Plan Siderúrgico Nacional, convirtiéndose en la ley 12.987 del 13 de junio de 1947, y poco después se crea SOMISA, segunda acería argentina, cuyo directorio fue también presidido por Manuel Savio.

Son 13 años de historia donde, por debajo del gobierno de facto y consecuentemente ilegítimo, comienzan a florecer las semillas plantadas en los primeros 20 años del siglo XX por sectores de las FFAA nacionalistas, que retoman las premisas de la “Nación en armas” y la llevaran a la práctica con la Revolución de 1943. Abelardo Ramos (1968: 39) afirma: “Aquella generación militar nacionalista madurada entre el 30 y el 43, se hizo en su mayor parte, peronista. En su origen, el peronismo fue una alianza entre el Ejército y el Pueblo”. Y Juan Domingo Perón lo expresaba así: “Hoy, los pueblos disponen de su destino. Ellos labran su propia fortuna o su ruina. Es natural que ellos, en conjunto, defiendan lo que cada uno por igual ama y le interesa defender de la patria y su patrimonio” (1944).

 

La revolución de 1943 y la institucionalización de la Política Nacional

La revolución del 4 de junio de 1943 fue pensada y llevada adelante por un grupo de 19 oficiales que creían en la alianza entre FFAA y Pueblo que pregonaba la Nación en Armas, influenciados también por el pensamiento de FORJA (Fuerza Orientadora de la Joven Argentina). En oposición a Justo, veían la necesidad imperante de incorporar al pueblo la democracia de las urnas, dejando atrás el uso de la represión frente a los trabajadores. En el orden internacional, la neutralidad frente a la Segunda Guerra Mundial era lo que convenía al desarrollo nacional. De los oficiales que se destacaron dentro del Grupo Obra de Unificación, claramente el coronel Juan Domingo Perón será quien logre llevar a la Nación Argentina a ser ejemplo para la descolonización del Tercer Mundo, que surgía al finalizar la contienda bélica.

Los años precedentes habían resultado de gran importancia para sentar las bases de lo que sería la Defensa Nacional. Desafortunadamente, el desarrollo capitalista de la Argentina, sea por las inversiones extranjeras o por la presencia de un débil capitalismo nacional, ha permitido la formación de una “clase militar negociante” integrada por oficiales retirados de alta graduación. En 1942-1943 ocupan directorios en compañías vinculadas con la industria naval los almirantes Manuel Domecq García, Ismael Galíndez, Juan Martín y Enrique Plate. El almirante Galíndez y su colega Domecq García, en especial, defendieron desde sus cargos los intereses de la Electric Bond & Share y el monopolio inglés del transporte, respectivamente. Esta “clase” estableció así una conexión íntima entre sus antiguos camaradas en actividad y las empresas de las que los antiguos generales o almirantes forman parte (Ramos, 1968). Este sector será quien ponga constantemente su desafortunada voluntad de interrumpir la revolución peronista.

 

Fuerzas Armadas peronistas y Defensa Nacional

Se hará una breve descripción de la revolución peronista, ya que no es el tema que nos convoca. Sin embargo, es imposible no mencionar que desde que Perón asume la dirección del Departamento de Trabajo y Previsión, pasando por aquel glorioso 17 de octubre de 1945 que, como escribía Raúl Scalabrini Ortiz, “era el subsuelo de la Patria sublevado” –lo fue porque eran trabajadores de overol los que entraban por la puerta de nuestra historia diciendo presente– y hasta 1955, la estructura económica, social, jurídica y cultural de la Patria viraba hacia la independencia económica que no habíamos logrado en 138 años de independencia política.

Fueron numerosos los integrantes de las fuerzas que aportaron en la gestión peronista desde el avance tecnológico científico para llevar adelante la concepción integral de la Defensa Nacional. Toda la formación que Perón tenía a partir de la Escuela de Guerra y su experiencia en viajes de capacitaciones a Europa y por el interior de nuestro país, lo adaptará al área de la política. Así, afirmará que, mientras en la guerra se ordena, en la política se persuade. La orgánica que poseía el ejército será la base para organizar a la comunidad. Bajo la premisa de que Argentina era una nación pacífica, pero parte integrante de un mundo en que las potencias insatisfechas intentaban avanzar por sobre la soberanía del resto, era pertinente y necesario prepararse para la guerra. Cada trabajador aportaría a la defensa y el consecuente desarrollo de la economía. Ya no era, como en los años 20, sólo rol de las FFAA, y por esto es que quitará el monopolio de la defensa de la Patria al sector castrense y fundará en la Universidad Nacional de La Plata una cátedra que se ocupe de formar a los hijos y las hijas de las y los trabajadores en esta materia. En su discurso inaugural, Perón exponía lo siguiente: “La defensa nacional es así un argumento más que debe incitarnos para asegurar la felicidad de nuestro pueblo. (…) Todas las naciones en contienda movilizan la totalidad de sus industrias, y las impulsan con máximo rendimiento, hacia un esfuerzo común para abastecer a las fuerzas armadas” (Perón, 1944).

El peronismo desarrolla un plan estratégico para industrializar el país, como resultado del diagnóstico y el análisis que formula el Consejo de Posguerra en 1944, comisión que presidía el coronel Perón, acompañado de varios camaradas que posteriormente estarán en puestos estratégicos dentro del gobierno, entre ellos Domingo Mercante, Figuerola y Estrada. Es decir, la planificación de una Política Nacional era el punto de partida para lograr una Defensa Nacional en la que los integrantes de las fuerzas seguían teniendo un rol relevante. “Las previsiones para el empleo de las Fuerzas Armadas de la nación forman una larga y constante tarea que requiere de cierto número de jefes y oficiales, estudios especializados, que se inician en las Escuelas Superiores de Guerra, y continúan después, ininterrumpidamente, en una vida de constante perfeccionamiento profesional. (…) No creo equivocarme si expreso que, durante mucho tiempo, sólo han sido las instituciones armadas las que han experimentado las inquietudes que se derivan de la defensa nacional de nuestra Patria, y han tratado de solucionarlas, creando el mejor instrumento de lucha que han podido. Pero es indispensable, si no queremos vernos abocados a un posible desastre, que todo el resto de la Nación, sin excepción de ninguna especie, se prepare y juegue el rol que, en este sentido, a cada uno le corresponde” (Perón, 1944).

La planificación económica se materializó en los dos planes quinquenales. La comunidad se organizó por medio de las organizaciones libres del pueblo, los clubes, la Iglesia, las escuelas, los sindicatos, las centrales gremiales, unidades básicas, etcétera. Las políticas económicas han estado sostenidas y acompañadas por una fuerte estructura cultural que formaba a las y los trabajadores en la doctrina, las y los jóvenes encontraban en las universidades creadas por el peronismo la formación necesaria para aportar al modelo industrialista y todo se institucionaliza jurídicamente luego de la reforma constitucional de 1949. En materia de relaciones internacionales, la Argentina del justicialismo ha sido la primera nación en declarar su Tercera Posición frente a los modos de producción hegemónicos. “Esta obra política interna, debe ser realizada desde la paz, en todos los ámbitos. Para lograrla la inician los padres en los hogares; la siguen los maestros y profesores en las aulas; las fuerzas armadas en buques y cuarteles; los gobernantes y legisladores mediante su obra de gobierno; los intelectuales y pensadores en sus publicaciones; el cine, el teatro y la radio con su obra educadora y publicitaria. Y finalmente, cada hombre en la formación de su auto-educación” (Perón, 1944).

 

Conclusiones

Luego de describir la evolución que tuvo la noción de Defensa Nacional dentro de los dos grandes proyectos de país, solo queda compartir algunas apreciaciones al respecto.

El hecho de que la industrialización y el desarrollo económico de nuestro país haya estado en manos de las FFAA únicamente, y no fueran acompañadas por la burguesía nacional, marca lamentablemente un límite al desarrollo. Esto es maravillosamente expuesto por Jauretche en El medio pelo en la sociedad argentina cuando explica el origen de la burguesía y su doble fracaso histórico. Ese ausentismo de las clases altas enriquecidas por la venta de materia prima en los años 20 se repetirá en los 50. Mientras las FFAA iban conformando su estructura y formando a sus integrantes en las disciplinas francesas y germanas, la burguesía era colonizada por el iluminismo, el liberalismo y la idea de progreso indefinido. Toda la riqueza que salía de la tierra de la Patria era egoístamente gastada en viajes a París, o en construcciones palaciegas en pleno Buenos Aires copiando el estilo europeo. Es una clase alta que se desamericaniza y también intenta desprenderse del legado cultural hispánico.

Mencionamos que Caseros significó la victoria de la Política Nacional portuguesa, y por ende británica. Podemos también afirmar que el golpe de 1955 fue de igual modo la victoria norteamericana sobre la nuestra. Cuando Jauretche interpreta que la generación constituyente del 53 fue la protagonista del primer fracaso de las clases altas que no toman el rol histórico impulsor del desarrollo nacional, pone como contrapartida el modelo norteamericano. Jauretche interpela a sus lectores: “¿La única perspectiva de progreso que se tenía por delante era la impuesta por la ortodoxia liberal y el libre juego de las fuerzas económicas nacionales e internacionales con las que se adoctrinaba?”. Responde, rotundamente, que no: no era el único camino. Aquí transcribimos las palabras tan oportunas, irónicas, con una retórica tan característica de Jauretche: “En ese debate está sintetizado el enfrentamiento entre el liberalismo ortodoxo, que implicaba aferrarse a la división internacional del trabajo, y el liberalismo nacional, que construyó los Estados Unidos, que fue el instrumento de su grandeza y le sirvió para delimitar la esfera propia del desarrollo norteamericano por oposición a la subordinación económica a la metrópoli, que hubiera convertido la independencia en una ficción. ¿Entre tanto libro que leyeron ‘al divino botón’ no encontraron una línea de las que habían escrito Carey e Ingersoll, y no tropezaron con un volumen del Sistema de Economía Nacional de List, que fueron los teóricos del desarrollo de una economía capitalista nacional, es decir, de un capitalismo y un liberalismo para los norteamericanos o, los alemanes, y no para los ingleses? ¿No sabían que esa heterodoxia que le cortó las alas al águila de la división internacional del trabajo nutrió la gallina prolífica que ponía los huevos para los hijos de su tierra, defendiendo con la protección aduanera el fruto del trabajo nacional y promoviendo el desarrollo interno, con el Estado como propulsor de la grandeza? ¿Por qué se atrevieron a la doctrina liberal como mercadería de exportación para vender a zonzos y no a la doctrina liberal, reelaborada en los Estados Unidos para la construcción de una economía liberal pero integrada?” (Jauretche, 2003: 22).

La concentración de tierras en manos de esta clase alta colonizada y ausente colaboró para que la Argentina integre la lista de países semicoloniales. Aldo Ferrer (citado por Jauretche, 2003: 18) dirá “este sector se orientó en respuesta a sus intereses inmediatos y los del círculo de extranjeros (particularmente los británicos) una política de libre comercio opuesta a la integración de las estructuras económicas del país”. La burguesía de origen contrabandista en sus inicios transmutó a una falsa aristocracia rentística representada por una oligarquía cipaya que no capitaliza la economía. Por el contrario, la riqueza surgía de la exportación primaria y la unificación de la demanda.

Por otro lado, la industrialización y la llegada de inmigrantes conformaron una nueva estructura social a la que todos los gobiernos le habían temido, hasta 1946. Las masas trabajadoras resultantes de esa incipiente industrialización son las que Perón tomará como actor político y social y en el que encontrará el único camino para la liberación nacional: el proletariado. Dirá Hernández Arregui (2011: 195): “es la única clase social congénitamente anticolonialista”, y como tal fue este sector organizado en el sindicalismo el que continúa solitariamente en aquella lucha.

La Defensa Nacional que se convierte en Política Nacional del justicialismo ha sido la base de la revolución peronista, su hoja de ruta a seguir. La industrialización ha tomado características federales por primera vez en la historia. Hernández Arregui (2006: 196) sostiene que “la industrialización no es nacional si su planificación no responde a las necesidades totales del país como unidad geográfica y demográfica”, y esto se logró tras un largo proceso llevado adelante por las FFAA a partir de los años 20 e intensificada desde el poder político durante los diez años del peronismo. Los planes quinquenales, la nacionalización de la banca, el pago de la deuda externa, la reforma constitucional, la apertura de universidades gratuitas para los hijos de todos los trabajadores y las trabajadoras, el voto femenino y la organización de la rama femenina con Eva Duarte a la cabeza, la inmensa labor de la Fundación, la nacionalización del ferrocarril, el control del comercio exterior por medio del IAPI (Instituto Argentino de Promoción e Intercambio), la puesta en práctica de una marina mercante, junto con la redistribución de la riqueza y una política estratégicamente pensada para lograr la integración del continente con el ABC, son ejemplos sobrados de cómo la alianza de las FFAA, el Pueblo y los recursos naturales potencian la liberación de todas las áreas de la nación.

Sin embargo, ha faltado una vez más la cuota nacional y popular de las clases altas. A pesar de que se había constituido un mercado interno demandante como resultado de las políticas laborales y el rol de los sindicatos, que la banca nacional pone a disposición de la burguesía préstamos para ampliar la capacidad productiva, no ha sido suficiente para nacionalizar la conciencia de la falsa aristocracia, siempre aliada a los británicos. No es motivo del trabajo desarrollar las múltiples causas que llevan al golpe de Estado de 1955, pero sí recalcar que la política imperialista norteamericana y aquel bombardeo del 6 de septiembre han sido el Caseros del siglo XX.

 

Bibliografía

Forte R (2004): Militares, Cultura política y Proyecto económico en la Argentina de la primera mitad del siglo XX. Iztapalapa, Universidad Autónoma Metropolitana.

Hernández Arregui JJ (2011): Nacionalismo y Liberación. Buenos Aires, Continente.

Jaramillo A (2007): Pensar con Estrategia. Juan Enrique Guglialmelli en la Revista Estrategia. Remedios de Escalada, EDUNLa.

Jauretche A (2003): El medio pelo en la sociedad argentina. Buenos Aires, Octaedro.

Jauretche A (2008): Ejército y política. Buenos Aires, Corregidor.

Oszlak O (1982): “Reflexiones sobre la formación del Estado y la construcción de la sociedad argentina”. Desarrollo Económico, XXI.

Perón JD (2009): Conducción Política. Buenos Aires, Punto de Encuentro.

Perón JD (1944): Conferencia “Cátedra de Defensa Nacional”. Sin datos.

Ramos JA (1968): Ejército y semi-colonia. Buenos Aires, Sudestada.

Rodríguez LG y G Soprano (2018): Profesionales e intelectuales de Estado. Análisis de perfiles y trayectorias en la salud pública, la educación y las fuerzas armadas. Rosario, Prohistoria.

Rosa JM (1974): Unitarios y Federales. Buenos Aires, Oriente.

Vicat LE (1925): Conferencia del 17 de julio. Sin datos.

[1] Imposible no mencionar la Doctrina de Seguridad Nacional, técnica y disciplina pensada por y para defender intereses norteamericanos en la década del 60.

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