El patriota Hernán Pujato y la soberanía nacional sobre la Antártida

“La Antártida Argentina representa la región más alejada y polar del territorio de nuestra Patria, sobre la que nos asisten los más inquebrantables derechos de soberanía, permanentemente proclamados ante el mundo” (Juan Perón).

“¡Si es necesario morir, moriremos! ¡Nos abrazaremos en los helados campos antárticos, cantaremos el himno y moriremos!” (Hernán Pujato).

 

En 1904 la Argentina transitaba el final del segundo gobierno de Julio Argentino Roca, bajo impulso del cual ese mismo año se levantó el pabellón nacional en el territorio antártico, comenzando la presencia argentina, ininterrumpida hasta el día de hoy. Ese mismo año, el 5 de junio, en una familia numerosa –con diez hijos– nace el patriota Hernán Pujato[1] que a lo largo de su vida va a dedicar todos sus esfuerzos a fortalecer la soberanía nacional sobre el continente blanco. Su padre, José, se había escapado a los 14 años de la casa de sus padres para seguir la lucha del caudillo de Entre Ríos, López Jordán. Luego adhirió, como muchos de la tradición federal, a Leandro Alem y a Hipólito Yrigoyen.

Desde pequeño, Hernán tiene dos pasiones: la naturaleza y la lectura. Ese entrecruzamiento va conformando su personalidad y sus intereses, que atraviesan toda su vida: ese territorio inmenso, blanco, hostil, que parece indomable. Pujato va a lograr, a través del estudio, la perseverancia y el entrenamiento –y el impulso del gobierno nacional–, “domarlo” y establecer en él puntales fundamentales de nuestra soberanía.

Un acontecimiento se revela trascendental en la vida de Pujato, se trata de un desfile militar que observan sus ojos de niño, y que van a prender en otro de los pilares fundamentales de su vida, en tanto anida desde chico la intención de dedicarse a la carrera militar. Efectivamente, en 1922 –a pesar de cierta oposición inicial de su padre que prefería que se dedicara a las leyes– hace el ingreso al Colegio Militar de la Nación. Allí se gradúa como subteniente de Infantería dos años y medio más tarde. Hacia 1927 revista en el Regimiento de Infantería Cazadores de los Andes, del cual era jefe Edelmiro Farrell. Allí Pujato se traza un objetivo muy difícil: subir a la cima del Aconcagua. El primer intento termina con la amputación parcial de algunos dedos de manos y pies. No obstante, la perseverancia que lo acompañará a lo largo de su vida se observa claramente aquí, pues a pesar de estar al borde de la muerte, rápidamente lo vuelve a intentar y llega a la cima, siendo el primer subteniente que escaló el Aconcagua. Ese mismo año, Argentina inaugura la primera estación radiotelegráfica en la Antártida.

Pujato tiene una entrega total al Ejército. En 1931 gana un importante premio en la Lotería Nacional, con el cual le compra una casa a su madre, y el resto del dinero lo dona al Ejército. La honradez y la austeridad serán constantes en toda su trayectoria de vida. En la década del 30 diseña el trazado de la emblemática Ruta 40 en el tramo Mendoza-Neuquén. En esa época lo marca el suicidio de Leopoldo Lugones, de quien era amigo. Hacia el final de los años 30 se desempeña como profesor en el Centro de Instrucción de Montaña de la provincia de Mendoza.

A comienzos de los 40, ascendido a Mayor, es designado en el Estado Mayor General del Ejército. En 1943 trabaja en la Secretaría del Ministerio de Guerra, donde lo había llamado Juan Perón, “que conocía su sentido del honor, sus condiciones adquiridas en la rudeza de la montaña y sus capacidades intelectuales” [2] (Rigoz, 2002: 54). El desempeño de Pujato resulta excelente. Así se observa en el testimonio que Perón deja grabado en su legajo: “jefe de condiciones excepcionales. Posee gran carácter y una moral muy elevada. Es sumamente contraído a sus obligaciones, caracterizándose por su voluntad, su absoluta lealtad y su alto sentimiento del deber. Excelente camarada. Me merece el más elevado concepto. Sobresaliente” (Rigoz, 2002: 54). Al mismo tiempo, Pujato es profesor de Historia Militar en el Colegio Militar.

Varios de los aspectos biográficos de Perón y de Pujato se entrecruzan, como el haber sido profesores; haberse desempeñado con las tropas de Montaña en Mendoza; el vínculo con la estructural Ruta 40; el neutralismo; su paso por la Patagonia; el interés por la soberanía nacional y por la Antártida; entre otros que hacen que estas dos grandes y fuertes personalidades crucen sus ideas y establezcan una estrecha relación, trazando proyectos conjuntos que los lleva a tener grandes logros para la Argentina en relación a la soberanía nacional sobre la Antártida.

Cuando, al final de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno del 4 de junio rompe relaciones con el Eje, Pujato, férreo neutralista, en desacuerdo con la medida, renuncia. Pasa a desempeñarse como jefe interino del Estado Mayor del Comando Agrupación Patagonia en Comodoro Rivadavia. En diciembre de 1944 asciende a coronel. Si en Mendoza había recorrido la Cordillera y encontrado pasos desconocidos, a la Patagonia la recorre profundamente. Afirma al respecto: “he andado por toda la Patagonia. (…) Estuve al borde de morirme tres veces” (Rigoz, 2002: 57). Mira más allá del límite continental americano. En esos años comienza a pensar en el Continente Blanco y a forjar su conciencia antártica.

Susana Rigoz (2002: 59) sostiene que en ese tiempo “todo lo que hasta entonces había hecho la Argentina sobre el continente antártico no era suficiente para Pujato. Él quería llegar al Polo Sur, pero también ansiaba colonizar el territorio blanco, instalando en el lugar más conveniente un caserío polar poblado con familias argentinas”. Eso que no era poco lo que había hecho nuestro país, pero Pujato pone la “mira alta” y piensa “en grande”: proyecta la Argentina en el futuro, pretendiendo a partir de esa base profundizar nuestra presencia y soberanía sobre dicho continente. Recordemos que fundamentalmente el gobierno de Julio Argentino Roca se constituye en pionero en el avance de nuestra soberanía sobre el territorio antártico. En 1901 Suecia diagrama una expedición científica a la Antártida –como varias que se realizan en esa época– que se hace con el Antartic. De esta expedición participa un científico sueco, Otto Nordenskjöld, que obtiene una fuerte ayuda de nuestro país y que por tratativas del ministro de Marina argentino Betbeder suma a un compatriota: el alférez José M. Sobral, con la intención de que su presencia ratifique la pertenencia tanto histórica como geográfica de nuestro país sobre dicho continente.[3] El Antartic queda atrapado en los hielos y es rescatado por una expedición a cargo del capitán de navío Julián Irízar.

Al año siguiente, William Bruce llega a la isla Laurie de las Orcadas del Sur, donde establece un observatorio científico. A su regreso, por considerar que las islas eran argentinas, le ofrece las instalaciones al gobierno –las tratativas las inicia el perito Moreno–, a lo cual Roca acepta rápidamente, y por decreto del 2 de enero de 1904 se levanta el pabellón nacional. José María Rosa afirma que “ese decreto del presidente Roca fue el primer acto jurídico del gobierno argentino en la Antártida. (…) Desde el establecimiento del observatorio y los viajes de la Uruguay, la presencia argentina es continua y se extiende al Continente antártico” (Rosa, 1977: 172).

Por aproximadamente 40 años, la presencia de la Argentina en la Antártida constituía un caso solitario. No obstante, según resalta el sociólogo Gonzalo Torchio –retomando a Pablo Fontana– en los años 30 comenzaron fuertes conflictos internacionales en torno a la Antártida, sobre todo en relación a los enormes recursos y a la posición geopolítica estratégica como paso interoceánico. El mismo autor destaca que durante el gobierno de Castillo se realizaron dos expediciones navales sobre la costa oeste, con diversos actos de soberanía. Anteriormente a estas dos expediciones se había fundado la Comisión Nacional del Antártico (1940). Los británicos reaccionaron instalando varias bases sobre la península. Así, la política del peronismo sobre el Continente Blanco constituye una contraofensiva y un acto de defensa profunda de la soberanía. De esta forma, “durante el gobierno peronista se instalaron seis destacamentos navales y tres bases del Ejército, estas últimas (…) planificadas por Pujato” (Torchio, s/f). También, siguiendo a Torchio, se logra un entendimiento con Chile en torno a la soberanía de los dos países sobre la Antártida y a su declaración como “Antártida Sudamericana”. Legado que retoma, años más tarde, el general Jorge Leal bajo la premisa de suramericanizar la Antártida.

La historia de Pujato está unida a la historia del peronismo: el desarrollo de su política de avance en la soberanía nacional, y en particular el interés por la Patagonia, las Islas Malvinas y la Antártida. El lugar primordial otorgado por Perón a la Antártida se observa en varios puntos, algunos ya mencionados. Cabe destacar en este sentido que, a unos meses de asumir el gobierno, Perón dicta el decreto 8944/46[4] que establece reglas para la publicación de los mapas, constituyendo un antecedente del mapa bicontinental. En el mismo se prohíben “expresamente aquellas representaciones que no consagren en toda su extensión la parte continental e insular del territorio de la Nación, que no incluyan el sector antártico sobre el que el país ‘mantiene soberanía’, o que (…) adolezcan de ‘deficiencias o inexactitudes geográficas, o que falseen en cualquier forma la realidad’, cualquiera fueren los fines perseguidos con tales publicaciones. Entre otras justificaciones desarrolladas en los considerandos del texto se expresa que es ‘necesario arbitrar todos los medios para que la cartografía que se divulgue en nuestro país, y con mayor razón en el extranjero, no adolezca de fallas que producidas voluntaria o involuntariamente puedan lesionar la soberanía nacional, dando lugar a un erróneo conocimiento de nuestro patrimonio territorial’” (Pestanha y Carrasco, 2016).

También, vale recordar que en 1954 el Ministerio de Educación establece la “Semana de las islas Malvinas y la Antártida” (Muñoz Azpiri, 1966). En el año 1947 la Armada Argentina realiza la primera gran expedición a la Antártida Argentina. En ese mismo año y en 1949 se instalan los primeros refugios. Al otro año se inaugura un nuevo observatorio meteorológico. Asimismo, se confecciona un mapa de la Antártida por parte del Instituto Geográfico Militar, se hacen sellos postales con referencia a la Antártida, se fomenta la conciencia sobre el territorio blanco a partir de publicaciones, publicidad, y también el acuerdo con Chile ya referido. No por casualidad, Perón en varias ocasiones refiere a la cuestión antártica como “el asunto magno”[5] (Muñoz Azpiri, 1966). Pujato por entonces considera que “es hora (…) de que el ejército argentino comience con una serie de acciones que tiendan a la consolidación definitiva de la soberanía en el sector reclamado de nuestro país, (…) en la necesidad que tiene el país de conocer a fondo el Territorio Antártico en la parte continental, estableciendo bases operativas, con personal entrenado y medios apropiados –terrestres y aéreos– para incursionar a todo lo largo y ancho del amplio sector polar argentino” (Rigoz, 2002: 61).

En 1947 sucede un hecho trascendental que marca el destino de Pujato y de la soberanía argentina en la Antártida. En ese año se desempeña como agregado militar en la Embajada Argentina en Bolivia. Allí se encontró con Perón en una visita oficial, y tuvo la oportunidad de presentarle su proyecto antártico, que comprendía, entre otras cuestiones: la instalación de bases operativas al sur del Círculo Polar Antártico, la creación del Instituto Antártico Argentino, la adquisición de un buque rompehielos –algunos indican que esta idea es posterior–, llegar al Polo Sur por vía terrestre, colonizar con familias el área de Bahía Esperanza, construir un caserío popular, etcétera. Perón se mostró absolutamente interesado en el desarrollo del plan. El destino volvía a unir a los dos patriotas. Mientras en las Fuerzas Armadas había encontrado mayormente indiferencia ante su plan, Perón se mostró entusiasmado.

En 1950 Perón lo llama para que exponga su plan detalladamente al gabinete. Pujato sostiene que “varios ministros le decían al Presidente que no veían la necesidad de ir a la Antártida. En aquellos años había una fuerte falta de recursos. Había poco dinero” (Rigoz, 2002: 72). Incluso cuando parten, Pujato recuerda: “muchos deseaban que la expedición fracasara, como quedó muy claro en aquel comentario del ministro de Marina, que llegó a mis oídos. “Este loco se va a hundir en el Drake”. Pero no fue así. ¡Fuimos y volvimos! ¡Y volvimos a ir!” (Rigoz, 2002: 90).

Esta primera expedición estuvo, a pesar del apoyo de Perón, a punto de fracasar por el costo que tenía comprar una embarcación o fabricarla, además del tiempo. Finalmente, se hace a bordo de una barcaza de desembarco que había sido utilizada en Normandía durante la Segunda Guerra Mundial, gracias a Carlos y Jorge Pérez Companc que se la ofrecieron –en forma gratuita– a Pujato cuando éste desesperado buscaba la compra de algún buque a un precio que el país pudiera afrontar, evitando así el fracaso de la expedición.

En plena preparación para la expedición, Pujato realiza el curso de supervivencia polar en Alaska por disposición del presidente. También allí compra elementos y perros para los trineos –incluso utilizando dinero propio. Al regreso del curso, Pujato primero selecciona a tres acompañantes para su viaje. Se instalan en la zona de Copahue, al ser un lugar con ciertas similitudes con la Antártida. Cuando la expedición está cerca, Pujato sufre un duro golpe: los tres acompañantes de este entrenamiento fallecen en un temporal mientras recorren la zona.

Cuando parte la expedición del 51 en el Santa Micaela, Perón afirma que el gobierno “tiene el firme propósito de reafirmar cada vez más estos irrenunciables derechos mediante el efectivo ejercicio de su soberanía” (Rigoz, 2002: 22), para lo cual es necesaria la instalación de bases científicas para estudiar la región y poder ejercer una efectiva acción de gobierno sobre el territorio. Cierra Perón diciéndoles a los expedicionarios: “partan sabiendo que el corazón de todos los argentinos los acompaña” (Rigoz, 2002: 22). Luego, Perón se dirige directamente a Pujato antes de partir, depositando su confianza en el coronel: “usted lleva la responsabilidad de esa empresa. Yo lo conozco desde hace muchos años. Sé que no solamente es capaz de realizarla por sus condiciones morales, por su espíritu militar, por su capacidad, sino que sé también que es un hombre acostumbrado a vencer en la montaña los obstáculos más invencibles que opone la naturaleza. Sé que no habrá ninguna empresa que usted acometa, que no logre realizarla inteligentemente” (Rigoz, 2002: 88). Ahí mismo Perón anuncia la creación del Instituto Antártico y que éste llevará el nombre de Pujato, que a su vez será el primer director.

La expedición parte el 12 de febrero de 1951. Antes, Pujato les dice a los expedicionarios: “¡Si es necesario morir, moriremos! ¡Nos abrazaremos en los helados campos antárticos, cantaremos el himno y moriremos! (Rigoz, 2002: 74). El 21 de marzo de 1951, Pujato hace la inauguración de la Base, a la cual le coloca el nombre de General San Martín. El coronel, conmocionado, dice: “¡la base más austral de la República Argentina! ¡La más austral del mundo! ¡Lo que para muchos era una utopía es hoy una tangible realidad! ¡Viva la Patria!” (Rigoz, 2002: 120). La ceremonia se completa entonando el himno nacional, izando el pabellón patrio y depositando un cofre de bronce con tierra de la ciudad natal del Libertador San Martín: Yapeyú. Queda inaugurada la primera base permanente. Resulta significativo que Pujato se integre a la tradición sanmartiniana de nuestro ejército. Como en este acto, el Libertador había logrado con la emancipación política el avance en la soberanía nacional que ahora se estaba profundizando en toda su extensión.

Durante la primera expedición se produce un hecho significativo: la elección presidencial de 1951. En la base San Martín se vota, y uno de los expedicionarios cuenta: “puedo afirmar que no hubo ningún voto disidente: desde el jefe, general Pujato, hasta el cocinero Moro, todos votamos por Perón” (Motter, citado en Rigoz, 2002: 144). A fin de año llega la comunicación con la noticia de que Pujato es ascendido a general de brigada.

La expedición, luego de más de un año de duros trabajos, de poner en riesgo las vidas en varias ocasiones, regresa al continente americano el 9 de abril de 1952: primero a Ushuaia y luego en vuelo desde allí a Ezeiza, llegando a Buenos Aires donde son recibidos por una muchedumbre como se lo merecen… como héroes de la Patria. La expedición tuvo por parte de Perón, dice Pujato, “el apoyo entusiasta y firme, en todos los momentos” (Pujato, 1953: 32). Perón lo invita a exponer acerca de la expedición. Allí el presidente afirma la defensa de la soberanía, sosteniendo que “hemos querido que sobre esas tierras comenzasen actividades argentinas que nos diesen, con la familiaridad de su permanente ocupación, una impresión y una situación de vida argentina en territorio argentino. (…) Los derechos nos serán quizá discutidos por aquellos que pretenden lo que no deben ni pudieron pretender en derecho ni en justicia. Los argumentos para discutir derechos de posesión sobre la Antártida llegan desde los más anacrónicos hasta los más inverosímiles Hay quien dice que siendo la Antártida una continuación de las Malvinas también les pertenece la Antártida. Esto me recuerda a mí el caso de un señor que se llevó un perro de mi casa y después me hizo un pleito por la cadena” (Rigoz, 2002: 149). En su exposición detalla Pujato que “el personal de la patrulla hizo largos recorridos. El kilometraje hecho llega a 1.287 kilómetros, sobre el hielo del mar y sobre el continente” (Rigoz, 2002: 142).

Unos años antes, Perón también se había manifestado respecto a los derechos argentinos sobre la Antártida, otorgándoles suma importancia: “el magno asunto de la Antártida, con las proyecciones estratégicas y económicas que ofrece, debe ser tratado con la debida responsabilidad. Toda contribución argentina a la solución de tan importante asunto, con el propósito de resolverlo en la forma más amplia posible y de acuerdo con la trayectoria internacional, tiene una sola directiva: defender la soberanía de la República y acreditar ante el mundo los derechos imprescriptibles de la zona discutida” (Perón, 1948: 10).

En 1952 Perón también le hace entrega en el teatro Enrique Santos Discépolo, como condecoración, la “Medalla Peronista”, junto a los otros miembros de la expedición. En ese momento Pujato sostiene: “debo expresar en forma categórica que solamente por el apoyo repetido y la intervención personal del excelentísimo presidente de la Nación, salvando inconvenientes que parecían sin solución, fue posible la organización y ejecución de esta empresa argentina, formada íntegramente por personal argentino. El excelentísimo presidente de la Nación tomó la responsabilidad directa de enviar la expedición. Expreso mi más íntimo reconocimiento de soldado a la confianza que esto ha significado para mí en la condición de jefe de esta empresa” (Rigoz, 2002: 169). En mayo de 1954 obtiene otra medalla en honor a su compromiso y virtud. Al conmemorarse el día del Ejército, se le entrega al general Pujato la Medalla de Oro “A la solidaridad”, por haber colaborado con las tareas de rescate del personal civil y de oficiales de la Marina que se habían accidentado bajo una avalancha en la Estación Las Leñas.

En el mismo discurso citado precedentemente, muestra su interés por la Causa Nacional Malvinas, que es otro tema que apasiona y atraviesa el ideario de nuestro personaje. Él entiende que nuestras Malvinas y la Antártida son parte de una misma causa. Así se observa su mirada estratégica: “hablando de Antártida, ningún argentino puede dejar de asociar a esta región el recuerdo de nuestras Malvinas. Ocupadas por la fuerza el 2 de enero de 1833, siguen sustraídas a la soberanía argentina, a la que pertenecen en forma categórica, clara y sin discusión alguna. (…) Que en todos los ámbitos de la Patria se renueve cada día, como un oración, el voto de cada argentino, hombre, mujer, niño, joven, anciano, de que las Malvinas, que han sido, son y serán argentinas, vuelvan cuanto antes a formar parte de la Nación” (Rigoz, 2002: 222). En otra conferencia donde cuenta la expedición, a poco de regresar, recuerda que sortearon muchos peligros: “allá entre los hielos quedaba como bastión invencible de la nacionalidad, para todos los tiempos, una bandera Argentina, cobijando la Base con el nombre del Padre de la Patria que exige a los que en ella viven la exaltación más grande de amor a la Patria, renunciamiento a la vida cómoda y a la nobleza espiritual que supone enfrentar consciente y valerosamente los más grandes y continuos peligros” (Pujato, 1953: 44). Pujato posee un espíritu abnegado, siempre con una enorme fe que se enfrenta a cualquier dificultad en virtud de la grandeza nacional: “con derrotismos no se ha hecho jamás obra alguna. Con fe se cumplen grandes esfuerzos y si se cae al fin, porque la empresa es superior a las fuerzas, se tiene el honor que da la grandeza de caer por un ideal” (Pujato, 1953: 35).

También pone de relevancia los derechos que le asisten a nuestro país sobre el continente blanco. Las razones son de diversa índole. Entre los factores geográficos, destaca que “los estudios determinan que geológica, climatológica, glaciológicamente, la Antártida tiene relación en el orden físico con la parte austral de nuestro continente” (Pujato, 1953: 22). Asimismo, la Cordillera de los Andes reaparece en la Antártida Argentina. Hay factores también históricos, en tanto los españoles fueron los primeros que cazaron e industrializaron ballenas en las Georgias del Sur, como asimismo la bula papal de Alejandro VI estableció el dominio español sobre estas tierras que luego pasaron al dominio político y más tarde fueron heredadas por nuestro país en la independencia por el principio internacional del uti possidetis iuris –al igual que nuestras Malvinas. Navegantes y pescadores argentinos estuvieron en la región Antártida desde la época de nuestra emancipación, mucho antes que el inglés Smith (1819). Otros factores jurídicos derivan de la ocupación del sector antártico que nos pertenece tempranamente desde los comienzos de nuestra independencia, por la “doctrina de contigüidad” en razón de la vecindad de nuestro país, como por la ocupación ininterrumpida desde 1904 –Observatorio de las Orcadas–, y “además por razones jurídicas, geográficas e históricas se vuelve ilegal toda ocupación extranjera” (Pujato, 1953: 25).

Siempre presentes nuestras Islas Malvinas, el general dice: “pido a Dios que en un día no lejano veamos la bandera de la Nación Argentina flamear sobre las Malvinas y escuchemos en la lejanía, en los vientos que vienen del Polo Sur, voces viriles que repitan estrofas de la canción que emociona a los argentinos a su paso por la vida: Coronados de gloria vivamos, o juremos con gloria morir” (Pujato, 1953: 47).

Apenas regresado, asume funciones como director del Instituto Antártico Argentino. Al mismo tiempo comienza a pensar en una segunda expedición. Pujato quiere penetrar el continente más al sur del lugar al que habían llegado, para lo cual entiende es necesario un rompehielos. Así se lo hace saber rápidamente a Perón y en su exposición de septiembre de 1953 al Gabinete Nacional. El drama es el costo del mismo. Pujato, al igual que para el primer viaje, hace averiguaciones por su cuenta, logrando conseguir un presupuesto mucho menor que es aceptado por el gobierno, y el rompehielos comienza a construirse. El presidente encomienda por Decreto la organización de la expedición y la investigación sobre el Mar de Weddell, y la intención de establecer una Base Polar que se llamará “General Belgrano”. No hay obstáculos que Pujato considere imposibles de solucionar: él pone su vida por lo que considera una causa nacional. Así, por ejemplo, en los preparativos le cuesta mucho conseguir pilotos, por lo cual él mismo hace el curso que dictan en el Aero Club Argentino.

Terminados todos los preparativos, el 20 de diciembre de 1954 Pujato y compañía parten nuevamente a la Antártida, esta vez en el rompehielos “General San Martín”. La intención es establecer una base polar, que la llamará “Manuel Belgrano”. Asimismo, tiene como objetivo llegar al Polo Sur Geográfico –o verdadero– desde esa base. Parte con mucha preparación, optimismo y fe por los resultados de esta nueva expedición, preparada desde el mismo momento –y seguramente antes– de volver de la primera incursión.

Lo que no podía anticipar eran los cambios políticos y lo atroces que serán para el país en general y para la expedición y Pujato en particular. Luego del golpe del 55, la situación del país cambia radicalmente, y la de la expedición también. Específicamente, por decreto de octubre de 1955 “se nombra como titular del Instituto Antártico (así a secas, pasará a llamarse desde entonces, sin el nombre de su fundador) al capitán de navío Rodolfo N. Panzarini, sin previa notificación de su cesantía en el cargo a su presidente legalmente designado. (…) Casi incomunicado por los deficientes medios técnicos disponibles, una y otra vez Pujato hacer enérgicas preguntas en Defensa Nacional y en el Ejército, indagando sobre la medida y su situación. Jamás recibió ninguna contestación” (Quevedo Paiva, en Rigoz, 2002: 168). Un expedicionario cuenta que “vino el rompehielos y hasta se llevaron el avión. Parecía que no solo querían eliminar a Pujato, sino también a la base” (Muñoz, en Rigoz, 2002: 29).

El 17 de febrero vuelve Pujato y su equipo. Descienden en el Aeropuerto Jorge Newbery, donde los recibe una frialdad absoluta. Pujato afirma: “me recibió una indiferencia oprobiosa. (…) Yo sentí que esa actitud era una ofensa para el Ejército” (Rigoz, 2002: 29). El liberalismo se tomaba una revancha contra todo lo que en mayor o menor medida se vinculara al peronismo. Vale recordar, como muestra, el tristemente célebre Decreto 4161.

Pujato hace referencia al momento en que, luego de cinco años de funcionamiento, se “refunda” el Instituto Antártico Argentino y comienza a vaciarse y a dejarse a la deriva a la expedición: “este cómico proceder se justificaba sólo por un sentimiento de rencor y frustración propio de fobias triviales. Esta ‘refundación’ significó para la Expedición Polar un comienzo de negligente y desatenta atención en las solicitudes que debió formular, en personal y elementos para el viaje del rompehielos en el verano 1955/56” (Rigoz, 2002: 169). Solo el revanchismo y el odio pueden explicar esas conductas criminales y lesivas a la soberanía nacional por parte de quienes debieran estar encargados de fortalecerla y defenderla. Incluso Susana Rigoz afirma que “los papeles enviados por Pujato desde la Base General Belgrano quedaron ‘olvidados’ en algún cajón” (Rigoz, 2002: 180). Continúa Pujato: “desgraciadamente se echó un manto de silencio y de olvido total sobre los trabajos ejecutados y las actividades desarrolladas, pero por sobre todo se encubrió –evidente ex profeso– sus trascendentes descubrimientos en las zonas de hielos del sector polar argentino y su gravitación sobre los derechos de Soberanía Argentina. Tanto es así que casi la totalidad de los argentinos en ningún momento se enteró y aún hoy ignora completamente, incluso sus Fuerzas Armadas, esta epopeya antártica” (Rigoz, 2002: 169). Califica ese comportamiento en forma certera como anti-patriótico y execrable.

En torno al regreso de 1956, Muñoz cuenta: “¡lo que fue nuestro regreso! ¡Parecíamos prisioneros! Para los de la Revolución Libertadora éramos cero. Lo de nosotros no importaba, al menos así nos pareció, pero el trato que se le dio a Pujato no era el que correspondía a un general de la Nación” (Rigoz, 2002: 181). Incluso a Pujato le abren un sumario para investigarlo. A la vuelta vive en el Círculo Militar. Luego en la ciudad en la que había nacido: Diamante. Pujato rememora: “a mí me empezaron a cuestionar porque estaba muy cerca de Perón y casi voy a degüello. Lo mío fue una persecución psicológica. Cuando me retiré, me fui a descansar a mi casa, en Entre Ríos, pero sentía que me perseguían, que me observaban” (Rigoz, 2002: 217). Tiempo más tarde se exilia en Alemania.

Finalmente, Pujato y sus hombres no lograron llegar al Polo Sur, ya que, además de lo reseñado con el golpe de Estado, se estrellan en un avión, accidente por el que afortunada y milagrosamente no hay que lamentar víctimas. No obstante, la posta que deja el general será retomada por el coronel Jorge Edgar Leal, quien en 1965 logra llegar al Polo Sur, siendo el primer grupo argentino terrestre en lograr esa hazaña por la soberanía.[6]

Un hecho que –como a todo patriota– lo conmociona profundamente es la recuperación de la soberanía nacional sobre nuestras Islas Malvinas en 1982. Por entonces cuenta con 78 años, lo cual no le impide buscar la forma de cooperar con esa recuperación. Pide audiencia con Galtieri y se ofrece como piloto, sosteniendo que “estaba en condiciones de estrellarse con su avión, cargado de explosivos, contra el blanco que le fijaran” (Rigoz, 2002: 222). Ya sea poniendo fuera de combate al portaaviones Invencible, al Hermes o a cualquier buque pirata. Él, hasta años más tarde, consideraba que hubiese sido un honor inmolarse por la Patria.

Finalmente, con 99 años, fallece el 7 de septiembre de 2003, sus restos descansan en el territorio nacional antártico por el cual tanto bregó y realizó. Sus hazañas y aportes invalorables a la soberanía nacional reposan, a pesar de que los sectores gorilas de las Fuerzas Armadas y el anti-peronismo quisieron e hicieron todo lo posible en sentido contrario, en la memoria del pueblo argentino. Seguramente desde esas heladas tierras está velando y pujando para que retomemos la soberanía nacional sobre nuestras islas irredentas, y logremos profundizar nuestra presencia soberana sobre el continente blanco. Ahí se levantará gigante la figura de Pujato y de los pioneros en toda su magnitud, y desde nuestro sur se escuchará la voz firme y segura del general, seguido de todos los que lucharon por la soberanía nacional en nuestro sur, entonando las estrofas del himno nacional. Un relato épico se esconde aún en los hielos continentales para recordarnos, con Leopoldo Marechal con su “descubrimiento de la Patria”, que la Patria es un temor que, esta vez, tiene que despertar nuevamente.

 

Bibliografía

Galasso N (2006): Perón. Formación, ascenso y caída (1893-1955). Buenos Aires, Colihue.

Leal JE (1971): Operación 90. Buenos Aires, Instituto Antártico Argentino.

Muñoz Azpiri JL (1966): Historia completa de las Malvinas. Buenos Aires, Oriente.

Pavón Pereyra E (1973): Perón. El hombre del destino. Buenos Aires, Abril.

Piñeiro Iñíguez C (2010): Perón: la construcción de un ideario. Buenos Aires, Siglo XXI.

Perón JD (1948): Nota preliminar a Soberanía Argentina en la Antártida. Buenos Aires, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto.

Pesthana F y G Carrasco (2016): “Asunto magno. El sector antártico argentino y el primer peronismo”. Viento Sur, 12, UNLa.

Pujato H (1953): Antártida Argentina. Conferencia pronunciada por el General de Brigada D. Hernán Pujato en el salón de actos de la Caja Nacional de Ahorro Postal, el día 26 de octubre de 1953. Buenos Aires, Instituto Antártico Argentino.

Rigoz S (2002): Hernán Pujato. El conquistador del desierto blanco. Buenos Aires, Ghirlanda.

Rosa JM (1977): Historia Argentina. Tomo X. Buenos Aires, Oriente.

Torchio G (s/f): General Hernán Pujato, hacedor de la Antártida Argentina. Disponible en http://www.labaldrich.com.ar.

[1] Los datos biográficos, como asimismo gran parte de la información sobre Pujato, los tomamos de la biografía de Susana Rigoz (2002).

[2] A su regreso del viaje a Europa, Juan Perón es destinado a Mendoza en enero de 1941, donde traba relación con Farrell, cumple tareas en el Centro de Instrucción de Montaña donde dicta clases, y va a ser jefe del Destacamento de Montaña “Mendoza” hacia fin de ese año. Luego, en Buenos Aires, en la Inspección de Tropas de Montaña (Galasso, 2006). Perón por entonces tiene una enorme experiencia alpina por su entrenamiento en los destacamentos italianos, lo que le permite sostener su tarea sobre los Andes: “no se trata, por cierto, de trasplantar mecánicamente aquellas experiencias, sino de aprovechar aquello que pueda ser utilizado sobre el terreno” (Pavón Pereyra, 1973: 174). Siguiendo al mismo autor, destacamos que también ayuda en esta tarea su experiencia anterior en Chile. Piñeiro Iñíguez sostiene que en Mendoza también conoce al coronel Humberto Sosa Molina y al teniente coronel Domingo Mercante (Piñeiro Iñíguez, 2010).

[3] Nuestro país había adherido al VI Congreso Internacional de Geografía, y funda en la isla Año Nuevo (1902), cercana a la Isla de los Estados, un observatorio meteorológico magnético que continúa en funciones hasta el año 1919 (Rosa, 1977).

[4] Una copia del boletín oficial donde figura el decreto puede observarse en nomeolvidesorg.com.ar.

[5] Desde ya, no es nuestra intención hacer un análisis detallado de la política del peronismo hacia la Antártida, porque excede largamente el objetivo de este breve escrito, sino que tan solo apuntamos, con algunas referencias centrales, a enmarcar mejor el accionar de Pujato y su vínculo con la política del gobierno nacional.

[6] Acerca de esa expedición, véase Leal (1971).

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