El modelo no se toca: el sindicalismo desde el final de la dictadura hasta la consolidación del neoliberalismo democrático

El peronismo –el movimiento que transformó a la Argentina– es, como se puede constatar en sus representaciones visuales y narrativas, una forma de sintetizar los antagonismos que se presentan en la realidad política. Juan Perón, además de líder, fue quien mejor explicó al pueblo cómo encauzar los distintos conflictos que se suscitaran, pero, sobre todo, quien nunca perdió de vista que dicha tarea implicaba un ejercicio constante. En lo que respectaba a la actividad de gobierno, la técnica que Perón llevada adelante no era una cáscara vacía o, para ser más precisos: las políticas llevadas a cabo en sus gobiernos, por el hecho de estar inspiradas en la Justicia Social, se ejecutaron de modo que resultaran beneficiosas para los trabajadores y las trabajadoras.[1] El sindicalismo peronista, a pesar contar con el privilegio tener la guía doctrinaria que legaron Perón y Evita, convive con una tensión propia en lo que se refiere a sus funciones: la defensa de los derechos de las trabajadoras y los trabajadores y la participación política de sus representantes. Los momentos históricos en los que se desarrollaron proyectos nacionales y populares son directamente proporcionales a la armonía entre ambas acciones, aunque siempre con matices.

La década del 80 debe analizarse tomando en consideración una complejidad de una profundidad absoluta. No sólo todavía se tenía que lidiar con la última dictadura militar, sino que además todos los peronistas y las peronistas llevaban a cuestas la muerte de Perón, que era el factor que armonizaba específicamente al movimiento obrero. Luego de una heroica resistencia, que incluyó medidas de fuerza y acciones directas constantes, finalmente se logró vencer a la dictadura y dar paso al período democrático. Las elecciones del 83 no sólo fueron una demostración concreta de las implicancias de la falta de liderazgo político, sino que también, en el plano sindical, quedó al descubierto que las organizaciones habían sido ampliamente diezmadas.

Fue una ardua tarea la que hubo que encarar. La reconstrucción material y simbólica fue llevada adelante, al mismo tiempo que tenían lugar renovaciones en las conducciones de distintos gremios. Figuras importantes del sector industrial dotaban todavía de volumen político al movimiento, aunque no lograban consolidar un liderazgo visible. Desde un gremio de tamaño modesto, pero con la potencia y amplia legitimidad forjada en la resistencia a la represión y la ilegalización de la central obrera, emergió la figura de Saúl Ubaldini, quien lideró la defensa del modelo sindical argentino que el gobierno radical de aquel entonces pretendía desmantelar, aprovechando el envión, pero, sobre todo, continuando la demonización al gremialismo iniciada en la campaña electoral.

Es importante destacar que el modelo sindical argentino, diseñado en los años de oro del primer peronismo, es uno de los pilares que siguen en pie a pesar de todos los intentos de derribarlo. En palabras del “Gato” Smith,[2] quizás haya alguna pista de la condición sagrada del modelo: “los derechos que se pierden, luchando tarde o temprano se recuperan”. El lema, que se repite poco, tal vez debido a interpretaciones llanas que lo entienden como una invitación a la debilidad y la concesión, tiene un primer corolario que completa su sentido oracular: “el que se va de Luz y Fuerza no vuelve más, porque para nosotros defender el Convenio es defender la propia vida”. Así de insacrificable es el modelo sindical peronista que une de manera invisible al movimiento obrero en su conjunto.

Para fines de la década en cuestión, el modelo no se tocó, pero un continuo declive industrial fue dando paso al sector de los servicios que en los años 90 ocuparon el centro de la escena. Desde allí se perfiló un reacomodamiento interno con sindicatos en franco crecimiento, que poco a poco irían construyendo alianzas hegemónicas en la CGT, aunque resignando el peso específico político que había caracterizado la etapa anterior.

Luego del fracaso del gobierno radical, el peronismo volvió al poder con un apoyo sindical que, aunque divido después, se mantuvo hasta el final. La participación en el nuevo gobierno fue limitada, y hubo poco lugar para el desarrollo de políticas que excedieran las tareas de gerenciamiento. El proyecto extranjerizante que se impuso a través de la aplicación de las recetas neoliberales enajenó el patrimonio nacional, terminó de destruir la industria y empobreció y desempleó a una inmensa mayoría del pueblo argentino. En un contexto de hambre y pobreza cada vez más insoportable, fue cobrando cuerpo un naciente movimiento de desocupados que, junto con distintas escisiones de sectores que no aceptaban la pasividad de la CGT, estuvieron al frente de las luchas que denunciaban la situación y exigían un cambio de rumbo. El hastío general fue capitalizado por un frente electoral que con su victoria no hizo más que prolongar la experiencia neoliberal unos años más. Los coletazos de la improvisación y la mala praxis gubernamental terminaron de erosionar económicamente al sector asalariado sub-representado gremialmente que había posibilitado la llegada de la alianza gobernante, y culminaron en la aceleración de una crisis política que terminó en estallido social y renuncia del presidente.

De las cenizas del 2001 cobró relevancia una figura nutrida en la causa ubaldinista y que, en la última década, había motorizado la resistencia de las marchas federales. Comenzaba el tiempo de Hugo Moyano, el último conductor del movimiento obrero organizado con todas las letras, quizás por ser él también el último que se animó a explorar la raigambre política del dirigente sindical peronista… pero sin descuidar nunca la defensa de las condiciones de trabajo de su sector.

[1] Néstor Kirchner quizás haya sido el último que logró expresar concretamente las enseñanzas de Perón. Se cuenta que durante una paritaria portuaria, en un encuentro con los trabajadores del sector, y ante el reclamo de uno de ellos para que intervenga activamente en el conflicto, les recordó que no iba a manifestar su postura respecto de los reclamos gremiales, pero que, cuando llegara el momento de tomar una decisión, “inclinaría la balanza para el lado de los trabajadores”.

[2] Oscar Smith fue secretario general de la Comisión Directiva de SEGBA Capital –secuestrado y asesinado junto a otros dirigentes y militantes– y baluarte de una de las experiencias más interesantes del sindicalismo argentino: la “co-gestión” gremial de una empresa estatal.

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