El despertar de los vencidos: el peronismo y la construcción de la memoria

“El Peronismo es un grito en la noche argentina, que nos saca, nos despierta, de la espantosa abulia de hombres vencidos” (Eduardo Ranea).

 

Pasado y futuro

Desde el golpe de 1943, entre los objetivos más importantes planteados por el GOU estaba la unión espiritual de los cuadros de la propia institución. Consideraban que las circunstancias que vivían era un momento de gravedad excepcional “como no ha habido otra”, según puede verse en un reconocido trabajo de Potash. Luego de un inicial comportamiento autoritario por parte del régimen –prohibición de partidos políticos, estado de sitio, censura y persecución ideológica– desde 1944 comienzan grandes replanteos y transformaciones en el gobierno, donde va a tener protagonismo el coronel Juan Domingo Perón. Con su triple cargo de secretario de Trabajo y Previsión, ministro de Guerra y vicepresidente, Perón será el nervio más activo de dicha transformación, consolidándose como el resguardo del “nuevo estado de cosas”.

Como enfatizaba Perón por intermedio del enorme sistema de propaganda que se irá consolidando a partir de 1946, las reivindicaciones logradas por las y los trabajadores ya son una “norma instalada” en el Estado, y nada ni nadie podrá “volver atrás”. Perón desde el período 1943-1946 irá conformando una difusión y una búsqueda clara de explicar lo alcanzado y lo proyectado. Estas tareas las comenzará desde la inicial Secretaría de Trabajo y Previsión, y la Jefatura de Difusión y Propaganda.[1]

La dirigencia obrera, que se mostraba inicialmente escéptica, asumía que la figura de Perón posibilitaba el ascenso social y las mejoras en las condiciones generales de la clase. La fuerte movilización social que se operará en nuestro país a partir de la “revolución peronista” –como le gustaba auto-referenciarla al propio líder–[2] transformará para siempre las estructuras sociales argentinas, acelerándose el deterioro de los vínculos tradicionales, lo cual se materializa también en gran medida por las condiciones externas del capitalismo. Ante la crisis del sistema global y su impacto en el modelo de crecimiento hacia fuera del Estado argentino, el populismo se convertirá en una de las vías de “reacción política” regional, como lo plantea Ianni.

El inicial proceso sustitutivo, la implementación de políticas industriales, la urbanización acelerada y la consecuente transformación en las áreas del transporte y comunicación, alimentarán el notable proceso de embrionamiento de una “nueva sociedad” argentina. El resultado de todo esto será la emergencia de un Estado argentino con grandes obligaciones y una fuerte participación en la vida social, donde las expectativas y las esperanzas de la clase trabajadora referidas a la misión del gobierno para con ellos, germinará sueños y deseos proyectados hacia el futuro.

La histórica postergación de las demandas de los sectores marginados por parte de la oligarquía, había hecho proyectar los sueños de los sectores populares hacia un “futuro lejano”. En cambio, ahora, con un gobierno que materializa las grandes transformaciones demandadas en el corto plazo, y reproduce por intermedio de discursos, imágenes y sonidos el perpetuo reclamo de los postergados, se acerca esa lejana “era dorada” hacia un futuro más inmediato, hacia una escala temporal mensurable y más real. Es por eso que el peronismo se presentará ante la crisis institucional como una fuerza contraria al orden de cosas existentes, y como régimen fundante de un nuevo orden que unifica en un solo agente transformador –el Líder– las atomizadas demandas de diversos sectores. Este nacionalismo de masas repite prédicas que ya existían desde mucho antes de la emergencia del Justicialismo, pero con la clara “ventaja” –en palabras de Daniel James– de ser un discurso articulado desde “una posición de poder estatal”.[3]

Este “nuevo orden” que emerge con el peronismo pretende dejar atrás el pasado inmediato –oligárquico, restrictivo, elitista, etcétera– para así considerarse como “continuador y heredero” de un proyecto nacional más antiguo, el iniciado en Mayo y reproducido por Yrigoyen. Como dirá el propio Perón: “Hasta 1943 sólo una reducida parte del Pueblo gozaba de derechos políticos electorales… Hemos querido ir más allá de la liberación política del hombre argentino. Nuestro mayor afán se ha dirigido a crear en él una firme conciencia de sus poderes soberanos y de la invulnerabilidad de sus libres decisiones”.[4]

La vía reformista intermedia que proponía Perón, con fuerte presencia del Estado en la regulación social, económica y política, lo hacía atractivo tanto para aquellos que desconfiaban del capitalismo, como para aquellos que temían una revolución socialista en nuestras tierras, ya que no amenazaba el principio de propiedad privada. El mismo Perón –desde iniciado su gobierno hasta incluso el proceso final de su poder– deja permanentemente en claro que el ciclo por él protagonizado es una auténtica revolución ante los esquemas imperantes,[5] como puede verse en la edición de la Doctrina Revolucionaria en 1946, donde enfatiza la necesidad imperiosa de contar con una doctrina clara, identificable en cada uno de sus puntos, y con “un solo intérprete”, su propio fundador (Altamirano, 2002). Perón, por intermedio de estos documentos, expresaba ser un “custodio” de aquellas visiones y representaciones del pasado –además de las del presente y del futuro–, que iban en consonancia con las nuevas pautas, y que deben ser “restauradas”, recuperadas, ante el camino perdido y desviado de las últimas décadas.

 

Los símbolos son nuestros

Para todos estos cambios, el gobierno consiguió hasta una “apropiación simbólica” del espacio urbano y del pasado nacional, de indudables dimensiones. Mariano Plotkin, analizando la celebración del 17 de octubre –el cual ha sido uno de los elementos centrales de la liturgia política peronista– observa que esa fecha se diferencia del simbólico Primero de Mayo, fundamentalmente en que es estrictamente peronista, como dice Plotkin, sin connotaciones que la preceden. Este autor ha demostrado cómo la conmemoración del “Día de la Lealtad” fue transformándose a lo largo de las diversas evocaciones, en un proceso muy complejo donde el gobierno “redefine” sus significados, pero permanentemente reclama fidelidad a la causa. Incluso expresa que la citada fecha va perdiendo paulatinamente su carácter conmemorativo, hasta convertirse en un ritual en el cual se recrea la “comunión simbólica entre el líder y el pueblo peronista”, solidificándose como parte esencial del imaginario político y cumpliendo una doble función: por un lado, crear una unidad simbólica entre las y los participantes –“que se reconocen a sí mismos” como miembros de una determinada comunidad política–, y por otra parte –como ocurre en determinados regímenes– los rituales cumplen una “función de exclusión”, privando de legitimidad como contendientes políticos “a quienes no participan de los mismos”. Por esto último es que el gobierno puede hablar de un “ellos”, o un “otro”, el anti-pueblo, lo que invariablemente se direcciona en un caudal de respaldo simbólico a quien emite dicho mensaje.[6] Todo este proceso va a redundar en una suerte de “monopolio del espacio simbólico público” –la propia Plaza de Mayo, por ejemplo– donde los íconos nacionales son intrincadamente relacionados con los símbolos del justicialismo para permanecer inseparables, lo que se difundirá en publicaciones que apuntarán a diversos tipos de lectores y sectores sociales.

“La utilización del contraste entre pasado y presente como parte del discurso peronista se consolidó durante el primer gobierno de Perón. El discurso acerca de las políticas de redistribución y sobre la expansión del Estado social tuvo como organizadora esa idea. Rasgos de ese discurso se deslizaron a otros órganos de prensa cuyo género no fue la propaganda y cuyos objetivos no fueron difundir la obra de gobierno. Valiéndose de un tratamiento discursivo más distante caracterizado como ‘científico’, algunas de las publicaciones del ministerio de Salud Pública (MSP) hicieron uso de esta retórica que distinguía el pasado del presente. Revistas destinadas a profesionales y técnicos de la salud como Archivos de Salud Pública, la principal revista científica editada por el MSP, y Enfermería, dedicada a difundir las novedades y actualidad de dicha profesión, fueron dos de los órganos de prensa que retomaron la concepción del ‘ayer y hoy’” (Martín, 2008).

Paralelamente a esta construcción por parte de la propaganda del gobierno, los medios gráficos opositores por aquellos años –La Nación y La Prensa, fundamentalmente– expresan cierta sorna, ironía o crítica encubierta sobre tales prácticas. Minimizando determinados acontecimientos –como el propio 17 de octubre– o directamente omitiéndolos, estos medios –sobre todo La Prensa– van a evidenciar su fastidio o directa oposición a las representaciones que el gobierno trata de moldear. Apoyado en un caudal de lealtades nunca vistas en la historia política argentina, el gobierno transformará los esquemas mentales de la época hasta llegar a un punto de no retorno, consolidando este cambio con la definitiva incorporación de las masas a la esfera pública, y la consecuente recomposición de los símbolos nacionales.

Es por eso que también el andamiaje iconográfico del Peronismo –como puede verse en los trabajos de Santoro– es clave para observar estas resignificaciones, así como los mensajes tendientes a expandir su caudal comunicativo –radiales, gráficos, etcétera.

La notable investigadora Noemí Girbal Blacha (2011), en su trabajo titulado Mitos, paradojas y realidades en la Argentina peronista (1946-1955), analiza entre otras cosas la “función social del pasado” y la emergencia de nuevas investigaciones donde se da cuenta del uso y el abuso de la “memoria ejercida” en el plano personal y colectivo.[7] En dicha investigación, Girbal Blacha plantea que el peronismo buscó dar unidad a la educación del pueblo argentino, tal como declara Perón en 1949, “formando su conciencia histórica, fijando los objetivos mediatos e inmediatos y exaltando la voluntad ferviente de servir a Dios, a la Patria, y a la Humanidad”, envolviendo en un halo mítico varias de las reformas socioeconómicas implementadas por el Estado.[8]

Este “misticismo estatal” incorporó un sentido meta-histórico a las decisiones políticas del primer peronismo, y es convergente con esa suerte de “Destino Argentino” enunciado desde 1947, propicio para una reconstrucción de los valores sociales, distante del consumismo. Barrera infranqueable la del capitalismo, el peronismo “se conformará” con “humanizarlo”, mas nunca vencerlo ni superarlo, ya que, como Régine Robin (2012: 48) dice, investigando también la memoria, el capitalismo siempre supo transformarse, “reformarse, adoptando, adaptando el discurso de algunos de sus adversarios”.

Como ya hemos dicho en un comienzo, para Perón era más importante relacionarse con el heroico pasado “más difundido y establecido”, como lo constituía la Nueva Escuela Histórica, que acercarse a las visiones conflictivas de la heterodoxia. De todos modos, en los últimos años varias investigaciones dan cuenta de la visión revisionista temprana que tuvo Perón. Del mismo modo, la percepción que muchos liberales comenzaron a tener de Perón como una suerte de “recuperación del espíritu federal” también fue algo temprano. Incluso la proscripción y el mote de “segunda tiranía” por parte de la dictadura de la Revolución Libertadora asimilaba ya de manera mucho más firme al peronismo como reedición del rosismo para esa visión.

Como lo han analizado Bernetti y Puiggrós, para entender los conceptos esenciales del discurso pedagógico peronista es necesario observar que existía un modelo orgánico de estado-sociedad que Perón consideraba primordial llevar adelante. Según los autores referenciados, los “diferentes registros discursivos” que Perón consideraba necesarios para poner en marcha el nuevo proyecto de país están sintetizados en el discurso del 14 de noviembre de 1947, el cual dio en ocasión de su nombramiento como doctor Honoris Causa de la universidad nacional. Dicho nuevo modelo orgánico trataba de reordenar un desarrollo que hasta ese momento era asimétrico, organizando un “nuevo orden de cosas” en las relaciones entre los sujetos sociales y políticos.

En ese nuevo orden se articulan y entrelazan, por intermedio de pactos, los diversos sectores que comparten el proyecto nacional popular. Bernetti y Puiggrós destacan que algunos de esos “elementos contractuales”, que son utilizados como garantía para el nuevo orden de cosas, son El Estatuto del Peón y Los Derechos del Trabajador, los cuales modifican sustancialmente las legitimidades del orden anterior y oligárquico. Pues bien, ante estos dos instrumentos clásicos del peronismo, los estancieros y empresarios se enfrentan de lleno, y no por lo que afecta económicamente a sus intereses la nueva legislación, sino porque pone en tela de juicio los “viejos rituales políticos culturales” de la república oligárquica, sustituyéndolos por la nueva mitología nacional popular.

Durante el primer peronismo las referencias al pasado en los discursos políticos, tanto del gobierno como de la oposición, alcanzan una “suerte de apoteosis” como modalidad discursiva, según las palabras de Quattrocchi-Woisson. Según la especialista, la oposición hace una clara identificación del peronismo como la “segunda tiranía”. Dicha categorización puede observarse sistemáticamente desde las publicaciones de La Vanguardia ya de manera muy temprana.[9] Incluso el famoso Libro Negro de la segunda Tiranía[10] –realizado por el régimen de la Revolución Libertadora– explora esa asociación entre “dictadores”. Como dice Woisson, la identificación entre Rosas y Perón por parte de la oposición es llevada a su paroxismo en oportunidad de cumplirse un siglo de la batalla de Caseros: 3 de febrero de 1952. También se pregunta qué reformulación de la nacionalidad aportaba el peronismo, y encuentra como respuesta que, ante todo, “la nacionalidad” se vuelve “en sí” una prioridad: vivir como argentino, sentirse argentino, producir y consumir lo argentino.

El parlamento se transforma en un recinto de atípicos debates historiográficos, a partir de los cuales se irá popularizando el revisionismo en las filas oficialistas muy de a poco. Tengamos en cuenta que muchos de los diputados peronistas son personas sin experiencia política o académica que provenían del sindicalismo, y se adentran en un debate sobre el pasado argentino que era “exclusivo” de intelectuales y académicos. Esto permite entender cómo los enormes avances del revisionismo se dan en el campo de la divulgación, pero llamativamente alcanzan un avance institucional “a medias” en lo que hace a las universidades.

El revisionismo será respaldado por el gobierno, lo que le va permitir desarrollar un importante trabajo en el sistema de prensa y servicios de informaciones oficiales, de los que podemos mencionar a los diarios Tribuna, El Líder, Democracia, la revista Hechos e Ideas y el expropiado diario La Prensa desde 1951. Es por eso que en el trabajo de Woisson se enfatiza tanto el hecho de que los progresos del revisionismo durante el gobierno de Perón son más considerables en el terreno de la “memoria histórica”, y a pesar de que ganan muchas batallas simbólicas e institucionales, no logran volverse por ello la nueva historia oficial.

 

Una nueva Argentina, con raíces en el pasado

Son incontables los documentos que desde el oficialismo hacen referencia a la situación fundacional que implica el peronismo. Desde el enorme aparato de propaganda se consolida toda una imagen refundadora del proyecto emancipador originario, para lo cual es necesario auto-referenciar al proyecto político en curso como hilvanado a lo planteado por los padres fundadores. Para esto, la figura del general José de San Martín es sin dudas la más importante, lo que queda patentado desde el año de 1950, cuando se cumple un siglo del paso a la inmortalidad del Libertador. Las referencias a San Martín son permanentes, sobre todo en momentos en que era necesario enfatizar las directrices esenciales del nuevo proyecto, y cuando es necesaria la selección de esta figura como tipo ideal de argentino, como modelo, “arquetipo”, según palabras de Perón, como ocurre en un famoso Mensaje a la juventud difundido por todo el país, donde queda en claro que San Martín no sólo es una vida para admirar desde el bronce, sino un modelo de imitación: “Jóvenes argentinos: llegamos, una vez más, a esta histórica plaza para glorificar en el bronce al arquetipo de nuestra nacionalidad, al más grande de los argentinos, al Padre de la Patria, al General Don José de San Martín. Me han pedido que yo haga una alocución, probablemente con la intención de que de que encienda vuestro corazón de patriótico reconocimiento al General San Martín. Yo prefiero improvisaros una lección de historia, como las que he tenido por costumbre de ofrecer durante la Escuela Superior de Guerra. La vida de San Martín constituye la más gloriosa de las de todos los argentinos de nuestra historia. La vida de San Martín no es para ser solamente comentada: es para ser imitada, para que sirva de ejemplo a los argentinos y para que desde la muerte siga acaudillando a muchos millones de argentinos. San Martín fue el hombre de una causa, de ahí su extraordinaria grandeza. A esa causa ofrendó su vida; a esa causa rindió su espada; para esa causa fue genio, y por esa causa fue proscripto”.[11]

El gobierno difundió toda una forma de interpretar el pasado en cientos de publicaciones oficiales,[12] donde era permanente la sistemática reiteración del “cambio que implicaba” el peronismo para el desarrollo de nuestra política, nuestra cultura, nuestras ciencias, nuestro arte, hasta incluso el deporte. Un conjunto de estas publicaciones, en una serie de ediciones de destacada calidad material y gráfica, hace una suerte de racconto de la política, la diplomacia, las letras y las ciencias. En cuanto a la Historia, resalta la coyuntura que implica el justicialismo como alcance de la “independencia económica”, paso que se complementa con el proyecto de mayo. “El justicialismo creado por el general Perón, del que surge en la práctica la Tercera Posición política y humanística, es precisamente la liberación de todo vasallaje, sea este de tipo eminentemente político o económico; constituye la ruptura con los sistemas capitalistas que rigen las prácticas de los imperialismos, logrando poner el capital al servicio de la economía; buscando fraternidad en las masas; elevando la dignidad del hombre, creando un medio socialmente justo en pro de una democracia orgánica e integral; la unificación de la familia nacional; del federalismo en sus fuentes más puras; de la recuperación de la Patria en todos los sentidos; de la autodeterminación del pueblo; de su soberanía inminente; de la independencia política y económica autentica y efectiva.” [13] Dice la publicación que todos estos ambiciosos principios y postulados han sido realizados por el Justicialismo en sólo “seis años de gobierno”, lo que ha permitido la “recuperación del país” realizada sobre “la base espiritual y material”, y con el cimiento económico de la política justicialista que constituye una de las “fuerzas decisivas” para convertir la doctrina en realidad “activa y ejecutiva”.

“Acontecimiento fundamental es la Declaración de la Independencia Económica, realizada por el presidente Perón el 9 de julio de 1947, en la misma casa histórica de la ciudad de Tucumán en la que el 9 de julio de 1816 el Congreso de las Provincias Unidas proclamo la Independencia Política. Pues hasta entonces, tanto la producción agrícola y ganadera como las demás riquezas de la producción, eran fácil presa de consorcios y trust imperialistas, cuyas sedes encontrábanse en varias capitales del mundo. Estos consorcios se apoderaban de las cosechas, de los productos en general, mediante la presión financiera que ejercían, a menudo con la complicidad de los gobiernos nacionales, y al enriquecerse con los frutos del trabajo argentino, producían, simultáneamente, el hambre, la necesidad y la indigencia de la masa. La segunda parte de esa dramática explotación era la de la industrialización que de los productos argentinos realizaban en el extranjero, devolviéndolos a la Argentina en forma de mercaderías imprescindibles, que el mercado nacional debía necesariamente absorber, puesto que la plaza comercial estaba, también, en manos de los mismos consorcios o de sus filiales”. Toda esta transformación, para el documento que comentamos, termina por formar una “conciencia nacional” sobre los problemas generales del mundo. El pueblo respondió a estas demandas con un “extraordinario espíritu de colaboración y solidaridad”, dándose importantes pasos desde el gobierno, sobre esa base de “la conducta patriótica de la masa”, como, por ejemplo, con la formalización de la compra de los ferrocarriles y de todos los transportes pertenecientes a capitales extranjeros, con un fuerte interés social de recuperar el patrimonio material del estado. Incluso el trabajo citado enfatiza que ese “mirada social” es lo que diferencia la Constitución de 1853 con la de 1949. “Al contrario de la constitución de 1853, que era de tipo eminentemente político y de tendencia individualista, ésta de 1949 es de fondo social, y asegura todos los derechos y garantías que son propios del pueblo, y no los privilegios de las minorías. Las grandes líneas de la nacionalidad y de la organización institucional, tienen en la nueva Constitución bases inconmovibles. El federalismo, la unidad de la familia argentina; la familia, el trabajo, la ancianidad, la cultura, la riqueza, la soberanía, todo cuanto constituye la esencia y el sentimiento; la justicia social, las garantías y los derechos; la protección y el estímulo; el capital y la producción; la educación y la economía; el hombre y la propiedad privada; la niñez y la libertad personal; los bienes de la Nación; los servicios públicos; la economía privada; la regulación del comercio externo; la política; el derecho penal; la tierra; fundamentos institucionales todos ellos estructurados de manera que sacan al hombre de su antigua función de unidad, frente al Estado, y lo convierte en individuo componente de la comunidad.”

Es por eso que el documento dice que “la masa incipiente del pasado”, es decir, el pueblo en gestación que hemos visto luchar patrióticamente a lo largo del proceso formativo y constitutivo, ese pueblo constantemente “obstaculizado, interferido, burlado y explotado por las fuerzas extranjeras”, por la penetración de “los imperialismos y por la traición, muchas veces, de sus propios hermanos”, es el que, por fin, “por los ojos de su descendencia” ve cumplido cabalmente el “ideal de su raza, el imperativo de su dignidad y de su honor y la culminación de su lucha.” Como lo ha estudiado Aversa (2008) recientemente, el gobierno se consagró en “una relectura del pasado próximo” –principalmente los años 30– con el fin de señalar el “final definitivo” de una etapa de “humillación y segregación” de los sectores populares operada por la oligarquía. “Sobre una historia de sufrimientos y padecimientos, la irrupción del fenómeno peronista se expresaba como un mecanismo de reparación histórica y de redención social de las clases trabajadoras. De tal manera, las operaciones de prensa y de publicidad volcaron todos sus esfuerzos en construir dos imágenes y figuras que recorrieron las diferentes publicaciones en esos años: en primer lugar, la idea de una ruptura revolucionaria y esencialmente transformadora en materia de asistencia social, y por último, la noción de un nuevo vínculo entre el líder y las masas de mayor condescendencia y empatía”.[14]

La misma idea de transformación integral se imprime desde las publicaciones oficiales referidas, en lo relativo a las letras y la cultura de nuestro país. Por primera vez hay una valorización completa de las “manifestaciones autóctonas” de nuestro arte, estimulándolo en su desarrollo, y consolidando un espíritu de unidad desde estas expresiones. “La divulgación de las manifestaciones autóctonas de la vida argentina, como testimonio de sus costumbres y expresiones científicas o artísticas tradicionales, es también uno de los agentes más eficaces de ese progreso. El libro es complementado por el cinematógrafo, teatro, radio, televisión y prensa, a fin de contribuir a la formación de la conciencia artística nacional. La creación de institutos regionales de cultura y el estímulo a la producción intelectual de cada zona, permite –finalmente– equilibrar los dones culturales de las diferentes regiones del país, ampliando la órbita intelectual de las grandes urbes y vinculando a la vida del espíritu a todos los habitantes de la República Argentina”.[15]

Durante todo el ciclo peronista Ricardo Levene será presidente de la tradicional Academia Nacional de la Historia, quien ejercerá el cargo durante 25 años, desde 1934 hasta 1959. A pesar de ser un claro referente de la mirada tradicional “mitrista”, Levene durante el peronismo publica un trabajo muy difundido sobre San Martín, justo en coincidencia con la conmemoración oficial por el centenario de su muerte y toda la pompa historicista por el Año del Libertador (1950) declarado por el gobierno. Levene en este trabajo, El genio político de San Martín, se muestra innovador de alguna manera, ya que en primer lugar indaga sobre “el San Martín político”, y además porque muestra un rostro “federal” del Padre de la Patria, amigo de los caudillos negados por el mitrismo y la Escuela Liberal, como lo analizó Galasso.

Paralelamente a las transformaciones económico-sociales, las imágenes emanadas desde el gobierno buscaban explicar permanentemente al obrero el alcance de las realizaciones y captar a este “trabajador”, consolidando una suerte de figuras ideales del “descamisado” argentino que apoya el proceso de cambio, reescribiendo la historia. Podemos ver a partir del trabajo de Marcela Gené, por ejemplo, cómo el peronismo mediante su discurso elaboró una “estrategia visual” de auto-representación, formulando toda una selección de tradiciones de representación disponibles, e incluso resignificando o adecuando algunas de ellas. La autora, especialista en la estética y la propaganda justicialista, en una entrevista destacó que la propaganda peronista “rompe con el mensaje laborista” que tenía el socialismo hasta esos años, al instalar al obrero “en un presente feliz”, es decir, en un momento de realización de lo prometido, e incluso, un presente venturoso del que “se dan garantías de perpetuidad.” Cuando a la investigadora le preguntan si toda esa utopía justicialista no es siempre “exclusivamente propaganda,” ella es enfática al considerar que no debería considerarse a la propaganda como un “mero lavado de cerebros”, ya que también “actúa sobre los deseos”, los cuales, ahora, con las realizaciones del gobierno, son expresados como deseos inmediatos, no del futuro. “La diferencia, entonces, es que esos deseos no estaban puestos en el futuro. En verdad, casi no hay representación de lucha social, como tampoco la hay de un enemigo interno, y esa es una de las grandes diferencias con el fascismo. La felicidad ya llegó, por más que muchas de esas conquistas ya estuvieran determinadas desde antes y en la lógica de la época, como derechos laborales y el voto femenino”.[16]

Si se quiere, el peronismo construyó una tríada de oficios sacramentados, tal como el orden feudal tipificó al labrador, al monje y al guerrero.[17] En nuestro caso, el modelo tipo es el “obrero”, hombre ideal justicialista, enarbolando tres órdenes especiales de esos oficios que representan cabalmente el estereotipo del trabajador argentino: el obrero industrial, el peón rural, y la enfermera, imágenes “condensadas”, según las palabras de Gené, en esa totalidad social que es la familia, elemento indispensable de la representación social justicialista. Incluso se elabora una “estrategia visual” de auto representación, formulando toda una selección de tradiciones de representación disponibles, adecuando algunas de ellas.

Juan Carlos Torre también profundiza esta idea, considerando que hasta incluso el “proceso de democratización del bienestar” al que asistió la Argentina en aquellos años puede ser “condensado” en la imagen de la familia típica, que se irradia permanentemente en la propaganda oficial y los libros de lectura. Esa familia modelo es la que se tomará como ícono de todas las próximas familias argentinas, la organización nuclear estereotipada hacia la cual fluyen las clases emergentes, con un padre con trabajo pero con tiempo de ocio, con una madre dignificada pero preocupada por los quehaceres domésticos, y con los hijos escolarizados y en plena etapa de aprendizaje. En esa proyección de la Argentina hacia el futuro armónico que el discurso oficial expresa –de la cual hay realidades inmediatas que comienzan a materializar la utopía– se ven como puntales emblemáticos la famosa “dignificación” de la mujer, como decíamos –por ejemplo, a través del voto femenino– y la “protección de la infancia”, donde el famoso lema del “privilegio único de los niños” constituirá toda una bandera.

Como puede verse en una de las producciones gráficas más difundidas del gobierno sobre el tema, titulada Infancia Privilegiada, Perón advierte sobre “la importancia de la niñez en la vida futura del hombre”, detallándose el proyecto del gobierno de “universalizar las conquistas sociales”, tomando como paso inicial el ideal de alcanzar en el mediano plazo una “República de Niños Felices”. En el futuro próximo, según Perón, ya “no nacerá el niño argentino en la cama colectiva o sobre el piso de un rancho”, para lo cual se dispone de los monumentales proyectos hospitalarios,[18] que como bien dice el reconocido trabajo de Sidicaro, en contraste con lo que se había realizado durante el intervencionismo conservador, “los políticos peronistas institucionalizaron un sistema público de mejora de la equidad social”, dirigido a satisfacer las expectativas de los sectores sociales que les daban el apoyo político y electoral. Difunde incluso Perón, en varias publicaciones, la formación de toda una generación de líderes que, “leales, decididos y disciplinados”, custodiarán el buen ejercicio de los derechos alcanzados para la mujer y el niño. “Esta es nuestra consigna u nuestra vigilia permanente. Que en cada uno de ustedes la Fundación encuentre un hombre y una mujer decididos a cumplir con esa consigna y con esa vigilia, y que al servicio de esta noble institución se conviertan también en vigías permanentes de la conducta de los demás, porque en la Fundación no solamente nos interesa nuestra conducta, sino que vigilamos también la conducta de los que están a nuestro lado”.[19]

Como hemos dicho, esta nueva patria se consolidaba con un claro “reordenamiento” de las relaciones sociales, para lo cual era necesaria toda una nueva armonía cultural, y donde sobreviene toda una “peronización” de la educación. En complemento con esto, como ha quedado evidenciado en las páginas anteriores, con la crisis del “consenso liberal” comenzaron a resquebrajarse los sueños y sentidos que las elites dominantes habían construido, lo que dio paso a cierta búsqueda de alternativas a las utopías liberales burguesas, generándose todo un cuestionamiento del orden simbólico al que el Peronismo va a dirigir su enorme aparato de propaganda.

Como han analizado Lila Caimari, Adriana Puiggrós, Piñeiro Iñiguez y otros autores, Perón tiene una prédica cristiana en su discurso y en su formación intelectual desde que se desempeña como docente en la Escuela Superior de Guerra, pero ahora, a partir de su ascenso como figura política dominante, comienza a asociar los valores cristianos a su proyecto de una “Nueva Argentina” de manera mucho más evidente. La idea de orden social y orden cristiano se transforman en conceptos fundamentales del discurso político peronista. Esta nueva simbología le va permitir a Perón incorporar a católicos antiliberales y anticomunistas, que se identifican con la composición social y la cultura popular del insipiente movimiento, entre los cuales se destaca el emblemático sacerdote jesuita Hernán Benítez.

 

Hacia el mito

Las resignificaciones de todo este simbolismo nacional y del propio movimiento peronista comienzan a construir el Mito de la Nación Peronista organizada, donde la Justicia, la Libertad y la Soberanía reemplacen como lema cualquier fraseología anterior. La “Nueva Argentina”, compuesta por esa “masa trabajadora” ahora incluida como “ciudadanos”, con plenos derechos constitucionales, proyectaba un progresivo desarrollo de beneficios a los actores sociales ascendentes. Movilidad social que podía observarse fácilmente, por ejemplo, en la nueva participación política, inusitada, que ahora tenían las clases bajas. Pero también podía ser vista en los beneficios –impensados unas décadas antes– del famoso “turismo social”, por ejemplo. A partir de esto, Córdoba y Mar del Plata se transforman en destinos privilegiados del nuevo beneficio implementado, donde se continúa la política iniciada años antes de fundar colonias de vacaciones, ampliar la infraestructura hotelera y lugares de descanso para el trabajador y su familia. Esto queda expresado en el número de beneficiarios de esta política, ya que por ejemplo los 380.000 turistas arribados a Mar del Plata en la temporada de 1940 aumentaron diez años después a un millón.

En la popular Caras y Caretas, en varios números aún de 1955, podía verse cómo se promocionaba todavía en una de las notas principales la idea de que el trabajador argentino pudiera “conocer el país”, el cual tiene el privilegio natural de “poseer todos los climas y paisajes más variados” como una “caleidoscopio”, al alcance de su mano. La nota se acompaña con fotografías de todas las regiones y contrastes de la Argentina, y culmina estratégicamente con una propaganda oficial en la cual se ve ilustrada una familia argentina viajando a las cataratas de Iguazú, coronados con una frase de Perón: “Todos los argentinos deben disfrutar de las bellezas naturales de la Patria”.[20] Lo mismo ocurre en lo que hace al acceso de las masas trabajadoras a las políticas culturales, como por ejemplo al teatro, donde queda claro que el intento de “democratización de la cultura” era una de las grandes virtudes de su gestión, según Perón destacaba en su aparato publicitario.

En la utopía proyectada, la ampliación de esos beneficios, la extensión de los derechos sociales, el ordenamiento social en general, el crecimiento del poder del Estado argentino, la universalización de los principios que permitieron distribuir la riqueza, “humanizar el capital” y privilegiar a la infancia, conformarían los bastiones para los proyectos políticos venideros. Pero para eso era imprescindible que los integrantes del movimiento fueran plenamente conscientes de las transformaciones operadas en la Nueva Argentina, y de las diferencias “que existen con el pasado”, pero asimismo que puedan explicar y difundir esa nueva realidad, como está bien detallado en las Jornadas Doctrinarias de los últimos años del gobierno, donde el tema central de disertación era justamente sobre el conocimiento “de la Nueva Argentina”, destacándose “lo realizado” y las “diferencias existentes con el pasado”.[21]

Las permanentes referencias a la Nueva Argentina que se está construyendo se extienden incluso hasta los años finales del gobierno, como puede verse en las menciones a los beneficios que traería el Segundo Plan Quinquenal, el cual tiene como objetivo, además de la “grandeza de la patria”, la “propia felicidad del pueblo”. A ese mismo pueblo que se verá beneficiado se le pide por intermedio de la propaganda oficial que apoye la realización del plan, y se substancie con el mismo. “Antes” el gobierno sólo atendía las necesidades de un grupo, y el resto de la comunidad, sobre todo los jóvenes, estaba “adormecida” en su interés por explorar las posibilidades de desarrollo que permitiría el Estado argentino. “Cuando la Argentina era un país de vida semicolonial, gobernado por hombres que atendían solamente al bienestar de pequeños núcleos de gentes privilegiadas, pocas eran las esperanzas que se abrían a la juventud. En efecto, la Nación carecía de pulmones que oxigenaran las ansias de vivir que bulle en las venas de los jóvenes. Un ambiente de siesta provinciana, como alguna vez fue calificado con acierto, era la característica general. Las más simples empresas, a poco de analizadas, parecían titánicas y enervaban desde el comienza todo propósito serio de acometerlas”.[22]

Se produce con estas vocaciones y estas imágenes una substanciación entre el gobierno y lo popular. Si hay alguien que en aquellos años ha logrado expresar esa relación, es sin dudas la escritora María Granata, que en un trabajo titulado Pueblo y Peronismo, editado por el gobierno en 1954, desarrolla esa concepción política tan propia del justicialismo: “Puede afirmarse que el valor histórico de toda concepción política está en relación directa con el sentido que asume el Pueblo dentro de dicha concepción. La posición específicamente política, la orientación económica y aun la contribución técnica del mundo moderno, no llega a definir tan absolutamente el contenido de una posición política como la idea que se tenga de Pueblo dentro de esa posición. Ello supone el verdadero punto de partida y todo lo demás actúa en función de este concepto. Del valor que se le otorgue al Pueblo en el desarrollo de la sociedad y en los objetivos nacionales depende la condición afirmativa o negativa de toda estructura política”.[23]

Para Granata hay una diferencia esencial entre la ideología “que sirve al Pueblo” y la que “se sirve del Pueblo”. Ambas difieren en su acción y en su obra, como también en la dirección impuesta a su trayectoria. La ideología política que “permite y exalta la libre determinación del Pueblo” se opone tanto en su contenido como también en sus expresiones, a aquella que “de una u otra manera sojuzga ese principio e impide el ejercicio de una libertad que debería ser inviolada”. El Peronismo en este trabajo incentiva y busca la “libre determinación” de ese pueblo, por eso es que Granata habla de que “la superación del pueblo” es el objetivo primordial del peronismo: “¿Por qué el Peronismo trasciende su condición de posición política y concita los caracteres determinantes de la doctrina? Precisamente porque su punto de partida, el Pueblo mismo y su objetivo, es la superación social, el continuo fortalecimiento del bienestar popular, no como un hecho aislado o circunstancial, sino como forma de un proceso cuyas etapas corresponden a la evolución de la sociedad. El Peronismo considera al Pueblo no solo en su realidad física y espiritual, sino también en su dinámica. El Pueblo es una fuerza vital y, por lo mismo, está en constante transformación. La situación de estatismo contraría su naturaleza esencial. El Pueblo, cuando no está amordazado ni maniatado, es fundamentalmente dinámico, se expresa a través del movimiento”.

Destaca el trabajo citado que Perón y su Doctrina han llevado adelante, al liberar al Pueblo de su quietismo, de su pasividad frente a los más impostergables problemas nacionales, una tarea de transformarlo en movimiento, “como una fuerza armónica y singularmente dotada de afirmativos valores”. Es esa “vieja siesta” de la que ya hemos hablado, en la cual la burguesía ha eternizado la dominación clasista.

 

Corolario

A partir de ahora, con el “despertar justicialista”, dentro de esta nueva dinámica por intermedio de la cual ha despertado el “espíritu de solidaridad y patriotismo”, se produce una nueva significación moral de nuestra “posición ante el mundo”. Es una doctrina de movimiento, un devenir de mejora y reposicionamiento permanente, de elevación progresiva. Esta mejora, esta “evolución y elevación” que permite el ejercicio de la doctrina viva justicialista, conjuntamente con la búsqueda de una libre determinación del Pueblo que busca la dinámica política, permite que el mismo Pueblo sea “el creador de su propio destino”, ya que incluso el líder, en la visión de Granata, simplemente es un intérprete de la voluntad colectiva, que nunca debe olvidar que el pueblo crea a la par suya. La condición más valiosa del conductor es, para la escritora, su capacidad de interpretar la voluntad popular en “todo lo que ella significa en su relación con el presente y en su proyección hacia el futro”, en su necesidad presente, y en su esperanza sobre el destino. Por eso, como observaba Granata, al no haber un demagogo que “lleva a la multitud” hacia cualquier camino, en el Peronismo “no hay masa: hay Pueblo”. Por eso el concepto de Pueblo es una síntesis maravillosa, en la que “nada se ha perdido, en la que todo cobra una real trascendencia”, en función de los “ideales e intereses representativos” de la elevación del hombre y de la grandeza de la patria.

 

Bibliografía

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Perón JD (1955): Perón habla para la juventud argentina. Buenos Aires.

Robin R (2012): La memoria saturada. Buenos Aires, Waldhuter.

[1] Están resumidas las percepciones de Perón sobre los logros del gobierno en un trabajo no muy difundido publicado como Las reivindicaciones logradas por los trabajadores no podrán ser destruidas (Perón, 1945).

[2] Uno de los autores vitales de la difusión de la imagen de la Nueva Argentina será Alberto Franco. En uno de los trabajos más difundidos dirá: “La Revolución Peronista es una revolución restauradora realidad en justicia. No es un golpe de Estado a espaldas del pueblo” (Franco, 1953).

[3] Elemento también citado por Altamirano (2002: 223-224).

[4] Tomado de un trabajo “atípico” del adoctrinamiento de cuadros, conocido como Mensaje a la Juventud (Perón, 1950).

[5] Las referencias a esto son múltiples, pero puede verse por ejemplo en los postreros mensajes de Eva, como, por ejemplo: Escribe Eva Perón (1951).

[6] Para Plotkin el período de 1948-1950 fue fundamental para el desarrollo del imaginario político peronista, y sobre todo para la significación de sus rituales políticos. Para inicios de ese ciclo, el notable Oscar Ivanissevich, que iba a ejercer “gran influencia en la formación simbólica del régimen”, fue nombrado secretario de Educación, cartera desde la cual intentará ligar al peronismo a “ciertos valores trascendentes”.

[7] El siguiente trabajo ha sido fundamental como disparador de la propuesta teórica de nuestros supuestos de trabajo: Girbal-Blacha (2011).

[8] Hemos considerado también uno de los trabajos más importantes sobre este punto en los últimos años, la investigación de Paul Ricoeur La memoria, la historia, el olvido, donde se analiza en profundidad la memoria, el olvido, la reminiscencia y la condición histórica (Robin, 2012: 48).

[9] Nos referimos por ejemplo a la iconográfica Radiografías de una Dictadura (1946).

[10] Editado con ese título: Libro Negro de la Segunda Tiranía (1958).

[11] Figura en el citado trabajo enfocado a los valores de la juventud: Perón (1955).

[12] Recordemos también la “interpretación justicialista de la historia” que se emite con la Historia del Peronismo en 1951.

[13] Esta Síntesis Histórica es la que realiza el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, desde la Subsecretaría de Relaciones Exteriores.

[14] Puede verse la versión electrónica del trabajo de la autora en Aversa (2008).

[15] Elaborado en la Síntesis de las Letras Argentinas.

[16] Entrevista de Matilde Sánchez a Marcela Gené (Clarín, Revista Ñ, 1-10-2005).

[17] Ver el trabajo de Anales desarrollado por Georges Duby (1980) donde se exploran las representaciones sociales de la Edad Media.

[18] Infancia Privilegiada, capítulo V.

[19] Tomado del interesante documento titulado: Lealtad y Disciplina. Directivas Complementarias del Consejo Superior (Partido Peronista, 1952).

[20] Era común encontrar este tipo de propagandas en las revistas de la época, en este caso es Caras y Caretas, 2185, agosto de 1955.

[21] Hay un documento de la época abocado a esto: Jornadas Doctrinarias (Partido Peronista, 1955).

[22] Extraído del documento El trabajador en la función pública.

[23] Quizás uno de los documentos más elocuentes sobre política y cultura realizado por un representante de la literatura popular de aquellos años (Granata, 1954).

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