Cuando Argentina rompió el bloqueo a Cuba

Hace unos días conmovió la noticia de que un avión, que llevaba a Cuba y a otros 24 países una donación desde China –empresa Alibabá– de insumos médicos, kits de medicamentos y demás elementos para hacer frente a la pandemia del coronavirus, no había podido aterrizar en la isla por el embargo unilateral de Estados Unidos. Si bien Alitalia, empresa que hacía el transporte, se constituyó como tal en Panamá, al haber sido vendida a capitales mayoritariamente de Estados Unidos cayó bajo su jurisdicción, y por ello fue alcanzada por las regulaciones del embargo. La prohibición de comerciar, aterrizar y traficar –o lo que se le ocurra a Estados Unidos que comprenden las normas formales e informales que regulan el embargo– tiene como efecto la amenaza de ruptura de relaciones, o bien –más aún en contexto trumpeano– estar en su mira.

La Humanidad no puede llegar a Cuba porque Estados Unidos una vez más la convierte en rehén de sus propias estrategias geopolíticas. En un contexto de nueva guerra fría, constituye como “enemigos del pueblo de la humanidad” a China y Rusia, más los aliados “de corte comunista”. Así, siguen firmes las identidades que definieron las estrategias de Estados Unidos hacia América Latina desde la segunda guerra mundial.

El embargo a Cuba que ya lleva 60 años ha sido el veneno legal de Estados Unidos para disciplinar a América Latina y Central, dosificado según los ciclos políticos de la región. No fue lo mismo el embargo con Carter que con Obama, ni con Kennedy que con Trump. Cada uno de esos ciclos nos llevaría a analizar de qué manera se activaban los mecanismos formales e informales de la política estadounidense, para hacer de una cuestión comercial –como parece ser un embargo, según el diccionario político– prácticamente un elemento de coacción del vecino –como la regulación casi doméstica de aumentar o disminuir la cantidad de dólares en una cuenta bancaria de un trabajador o una trabajadora cubanos residentes en Estados Unidos– y eje de una política exterior más agresiva o más contenedora o persuasiva.

Todos los años en Naciones Unidas se trata la cuestión, y los Estados integrantes piden que se levante el embargo. Desde hace 20 años, 187 de ellos votan a favor, y Estados Unidos y sus aliados permanentes –como Israel u ocasionales, como Brasil el año pasado– se niegan. ¿Nada puede hacerse contra Estados Unidos? ¿Puede unilateralmente prohibir que una aeronave o una empresa que transportaban los insumos contra el coronavirus aterricen en Cuba?

Frente a la incapacidad de los organismos internacionales de poner freno a las acciones inhumanas de Estados Unidos, y en general de organizar acciones comunes disciplinadoras –como ahora con el coronavirus–, solo quedan dos estrategias: las alianzas regionales que aúnen esfuerzos estratégicos de defensa, o las definiciones de autonomía y autodeterminación de los Estados nacionales. Claro que no se trata del suicidio soberanístico, ni la emancipación del sistema, sino más bien calcular hasta qué punto se puede separar las intenciones geopolíticas del hegemón de los propios intereses nacionales.

Esto es lo que hizo Argentina cuando en 1973 –con Cámpora en la presidencia, Gelbard en Economía y Puig en Relaciones Exteriores– rompió el embargo de Estados Unidos a Cuba y se reanudaron relaciones comerciales con la isla, en una estrategia humanitaria, claro, de apoyo a Cuba, pero de implicancias de autodeterminación nacional (Piñero, 2016). El famoso crédito otorgado a Cuba en aquel momento abrió un nuevo campo político comercial y comprendía una amplia gama de productos: tractores, autos, camiones, material ferroviario y otros elementos de transporte; construcción naval, máquinas, herramientas, equipos para la industria alimentaria y en general bienes de capital. Implicó el envío de maquinarias argentinas fabricadas en Pergamino y Santa Fe, además de yerba mate para refrescos (La Voz del Interior, 1-3-1974: 7). Se negoció provisión de porcelana y cristalería para equipar hoteles cubanos, libros de texto, impresión de libros cubanos en editoriales argentinas, convenios para la construcción de barcos en astilleros argentinos para la marina de Cuba y otros que diversificaron el comercio argentino.

Pero el capítulo que dio lugar a que Argentina se convirtiera en noticia internacional del momento fue la parte del acuerdo vinculada a la venta de autos, que rompía el embargo de Estados Unidos a Cuba y que lo desafiaba en sus términos. Cuba había manifestado su mayor interés en los autos de Ford, Chrysler y General Motors, que no podía adquirir a causa del embargo. Las empresas internacionales radicadas en la Argentina, mediante una acción concertada por el Gobierno, proyectaron la venta de 42.000 unidades automotoras (camiones, tractores, autos, etcétera), en una operación a 6 años de plazo financiada con el crédito a Cuba. Una de las empresas oferentes, la Fiat, se encontraba fuera del área prohibida por el embargo, pues no era de capitales estadounidenses, pero sirvió al objetivo de acompañar los intereses nacionales. Las otras tres eran filiales locales de centrales americanas –Chrysler, Ford y General Motors– susceptibles de que se les aplicara la legislación estadounidense que sanciona a las empresas que no cumplan con los requisitos del bloqueo a Cuba (Imaz, 1974: 72).

La política del gobierno generó serias rispideces con Estados Unidos, pero nunca se tensaron al punto de la amenaza de romper relaciones, pues el manejo inteligente de la autonomía nacional –tal como pensaba Puig– imponía un adecuado equilibrio entre sostener vínculos con el hegemón y no ceder frente a sus extorsiones, que podían amenazar los intereses del país. Pero además, para tomar decisiones de autonomía había que realizar una adecuada evaluación del margen de maniobra analizando las variables en juego. Desde el grado de poder del hegemón –Estados Unidos no estaba en su momento de mayor poder amenazante– los poderes internos –la posición “antiimperialista” era bastante hegemónica en el congreso argentino–, las posibles alianzas –el empresariado y el sector sindical–, la convergencia de ideología en el mismo gobierno –la dupla Puig-Gelbard la representaba, entre el pensamiento de la Cancillería sobre política exterior y el proyecto económico– y las posibilidades de contención, ayuda o alianza con otros países en el marco de la división en bloques por la guerra fría –Rusia y los países del Este, con quienes se habían comenzado nuevas relaciones comerciales.

La operación Cuba, como se llamó a todo el proceso diplomático devenido de las relaciones comerciales que se entablaron entre ambos países, constituyó un episodio de enfrentamiento seguido por los periódicos internacionales que registraban día a día la pulseada entre Argentina y Estados Unidos por el litigio (Bodes, 2003: 137). Argentina informó a Estados Unidos que no permitiría ninguna interferencia externa, estando obligadas las compañías radicadas a cumplir con los intereses del país, o de lo contrario se expropiaría la producción de autos (Moneta, 1988: 75; Time, “A waiver for Cuba”, 29-4-1974), pagando su precio de lista para proceder después a su entrega, por cuenta del gobierno argentino (Bodes,2003: 95). Se sostuvo que las empresas, aun siendo filiales, estaban constituidas en la Argentina como sociedades anónimas nacionales, y sólo sometidas a sus leyes. Eran libres para estipular los convenios que quisieren y no se requería autorización de la Casa Blanca (Escudé, 2000: 182).

El caso Cuba, llevado adelante por dirigentes políticos del gobierno argentino que perseguían objetivos autonómicos –una praxis instituida sobre principios de autonomía emancipadora con contenidos pragmáticos–, implicó “un acto de soberanía no sometido a la autorización de otros gobiernos y consecuencia de aplicar la receta de la autonomía heterodoxa: la apreciación nacional de que el bloqueo de Cuba consultaba más bien el interés nacional estadounidense antes que las preocupaciones estratégicas fundamentales de Occidente, se impuso en la práctica. Claro está que en el juego estratégico que precedió a la toma de decisión todas las variables fueron apreciadas debidamente, tanto desde el punto de vista estructural como coyuntural” (Puig, 1984: 150).

La autonomía heterodoxa teorizada por Puig se desarrolló fundamentalmente bajo un esquema comercial que desplegó los intereses de pequeños y medianos empresarios, tal como planteaba Gelbard, y que hizo converger los intereses de los pequeños empresarios nacionales con los que se estaban constituyendo como bloque capitalista trasnacional proveniente de las filiales norteamericanas radicadas en el país con los capitalistas industriales nacionales, y las presiones de los sectores empresariales y gremiales estadounidenses “para que Estados Unidos no mezcle la política con la economía en el caso argentino cubano” (La Voz del Interior, 14-3-1974: 4).

Los acuerdos con Cuba para la promoción y venta por parte de empresas argentinas siguieron más allá de Cámpora, sobre todo desde Córdoba.[1]

A modo de conclusión, pensamos en Cuba no como un caso aislado, sino como el emergente de una nueva configuración geopolítica. Se vienen tiempos difíciles, sobre todo para la periferia. “No hay lugar para los colonialismos en el siglo XXI”, dijo el presidente Fernández en su discurso ante el Congreso. Esto implica volver a pensar un proyecto nacional que es inseparable de posiciones estratégicas en política exterior, porque el colonialismo es una tentación irreversible de los países centrales.

La formación entonces de los estrategas nacionales es clave, y no se trata de producir técnicos, sino de armar equipos con formación ideológica cohesionada. Así sostenía Puig (1984: 44): se requieren estrategas políticos que “conozcan, no tanto cómo es la realidad, sino cómo la perciben los que del otro lado adoptarán decisiones estratégicas”, porque los temas que se ponen en juego en las relaciones centro-periferia para los países centrales son percibidos siempre en términos de ganancias y pérdidas coyunturales, y por eso para ellos es un juego estratégico de suma cero. Esto es central para evitar las ideas románticas sobre la cooperación internacional, pues “para bien o para mal, la confrontación que debe ser ineludiblemente estratégica, de parte nuestra, es inevitable” (Puig, 1986: 45).

 

Bibliografía referenciada

Bodes J y J López (2003): Perón-Fidel. Línea directa. Cuando la Argentina rompió el bloqueo a Cuba. Buenos Aires, Memoria del Dragón.

Escudé C (2000): “Los gobiernos peronistas (1973-1976)”. En Historia general de las relaciones exteriores de la República Argentina, tomo XIV. Buenos Aires, Centro de Estudios de Política Exterior y CARI.

Imaz J de (1974): “¿Adiós a la teoría de la dependencia? Una perspectiva desde la Argentina”. Estudios Internacionales, 29.

Moneta JC (1988): “La política exterior del peronismo: 1973-1976”. En Argentina en el mundo (1973-1987). Buenos Aires, GEL.

Puig JC (1984): “La política exterior argentina: incongruencia epidérmica y coherencia estructural”. En América Latina: Políticas exteriores comparadas, tomo 1. Buenos Aires, GEL.

Piñero MT (2016): “Política exterior autonómica y el boicot argentino al embargo de Estados Unidos a Cuba”. www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1852-15682016000200004.

 

María Teresa Piñero es profesora e investigadora de la Universidad Nacional de Córdoba.

[1] El presidente de la Federación Industrial de la Provincia de Córdoba afirmaba entonces “Estos acuerdos comerciales permiten atenuar los efectos deshumanizadores del bloqueo impuesto a Cuba” (La Voz del Interior, 17-3-1974).

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