Contrapunto: de Perón a Francisco

Los cuatro “Principios de construcción de un Pueblo”, incluidos en la exhortación evangélica Evangelii Gaudium del Papa Francisco, guardan correlación de pensamiento y propuesta concreta de acción con los principios de Conducción Política y el sostén filosófico de La Comunidad Organizada de Juan Perón. No es casual el hecho, pero sí determinante para situar al hombre y la mujer de estos tiempos ante desafíos que, 70 años atrás, el General los abordaba desde su particular visión de estadista, militar y conductor de pueblos libres.

 

El tiempo es superior al espacio

“222. Hay una tensión bipolar entre la plenitud y el límite. La plenitud provoca la voluntad de poseerlo todo, y el límite es la pared que se nos pone delante. El
‘tiempo’, ampliamente considerado, hace referencia a la plenitud como expresión
del horizonte que se nos abre, y el momento es expresión del límite que se vive en
un espacio acotado”
(Francisco).

Los tres factores que se conjugan en la conducción político-militar para una planificación tanto estratégica como táctico-operativa, son precisamente el tiempo, el espacio y la fuerza. Son elementos que la conducción debe ponderar y definir previo a la toma de decisiones. En la concepción peronista, el tiempo es el factor estratégico por excelencia –la “plenitud”– que debe contener y comprender a los espacios –el “límite”– donde librar las batallas, y a la fuerza con que se debe contar para el logro de los objetivos propuestos. Es en este contexto que el General desarrolla luego el “principio de economía de fuerzas”.

Por extensión, podríamos decir que aquella apreciación de que “los Pueblos son como el agua, al final siempre pasan” nos hace reflexionar que el tiempo –ampliamente considerado– es siempre el de los pueblos, pese a que los diques de contención de los espacios del poder oligárquico intenten detenerlo, condicionarlo o sojuzgarlo.

 

La unidad prevalece sobre el conflicto

“226. El conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la
realidad misma queda fragmentada. Cuando nos detenemos en la coyuntura
conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad”
(Francisco).

Acerca de la importancia estratégica que para Juan Perón revestía el valor de la unidad, podríamos estar horas citando sus textos, sus palabras y sus arengas en pos de ella: de la unidad de doctrina que un pueblo debe poseer para su realización en libertad, de la unidad de destino que debe construir en el camino hacia su liberación, o de la común unidad donde se asientan los valores colectivos del nosotros en contraposición al individualismo del yo, que pregonan los liberalismos conservadores o “progresistas”.

Sin embargo, y atento a que es el conflicto el escenario permanente en el que intentan sumirnos las oligarquías dominantes para impedir la unidad de los sectores populares, es preciso rescatar un concepto tanto político como militar que hace a la unidad, herramienta fundamental para alcanzar la victoria: la dialéctica entre unidad y división como dinámica permanente entre voluntades en pugna. Dicho de otro modo, siempre se constata que la unidad del campo propio es inversamente proporcional a la división del campo enemigo. O al revés, cosa que nos ha venido pasando en los últimos decenios y poco hemos aprendido: la unidad que seamos capaces de forjar será el conflicto que trasladaremos a las filas del enemigo. No del adversario político, sino del enemigo, entendiendo por enemigo a aquel que para vivir y realizarse requiere que nosotros no existamos.

 

El todo es superior a la parte

“235. El todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de
ellas. Entonces, no hay que obsesionarse demasiado por cuestiones limitadas y particulares. Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que
nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. Es
necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es
un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva
más amplia” (Francisco).

La no comprensión política de esta verdad de Perogrullo es lo que dificulta a extremos a veces inconcebibles la unidad que tanto se pregona. Perón lo sintetizaba en el orden de prioridades que todo peronista debía tener, respetar y poner en práctica: “Primero la Patria, luego el Movimiento y por último los hombres”. Es la misma relación que establece entre el yo y el nosotros en su Comunidad Organizada. Uno no excluye al otro, sino que integra al yo en la comprensión abarcativa del nosotros. En esto también subyace que es el todo lo que permite que la parte tenga sentido y razón de ser.

Este principio es el que enfrenta definitivamente al poder global con la “construcción de un pueblo”. Cuando el 1% más rico del mundo tiene más del doble de la riqueza total conjunta del resto de la humanidad, es porque hay una parte muy pequeña que se ha apoderado injustamente de lo que le pertenece al todo. Esta no es sólo una cuestión moral, sino que describe la inexorable agonía de una era civilizatoria, y anuncia el despuntar de un orden más justo, más humano.

 

La realidad es más importante que la idea

“231. Existe también una tensión bipolar entre la idea y la realidad. La realidad
simplemente es, la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un diálogo
constante, evitando que la idea termine separándose de la realidad. Es peligroso
vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma. De ahí que haya que
postular un tercer principio: la realidad es superior a la idea”
(Francisco).

Finalmente, este cuarto principio para la construcción de un pueblo nos lleva a pensar en la necesidad de ese diálogo constante entre idea y realidad para evitar que una se separe de la otra. Cuestión que lleva a plantearnos el tema de los “ideologismos” surgidos en estos tiempos de posmodernidad, como forma subalterna de reemplazar a la política en tanto herramienta humana que media entre la realidad y las ideas. Ideas con las que construyen los verdaderos factores del poder un universo paralelo, cada vez más distante y enfrentado a la realidad de los pueblos. Esto lo resumía el General cuando apelaba constantemente a recordarnos aquello de que “la única verdad es la realidad”, porque la realidad –como afirma Francisco– simplemente es, y por lo tanto es la única verdad que podemos afirmar. Así de sencillo, así de contundente.

Y precisamente, partiendo de la realidad tal cual es, aportaba el método por el cual el conductor guiaba sus pasos, cuando decía: “Sensibilidad e imaginación es base para ver. Ver es base para apreciar. Apreciar es base para resolver. Y Resolver es base para actuar”.

Salvando las distancias de tiempo cronológico y espacio geográfico en este presente que los reúne, podemos decir que ambos, Perón y Francisco, son hijos de una misma Pacha Mama, Argentina, y de un mismo acervo cultural hispanoamericano que los distingue, y depositarios de una misma cosmovisión humanista y cristiana que los sintetiza en una común unidad de pensamiento y acción.

Los argentinos y las argentinas podemos tener la suerte de comprender el mensaje de Francisco desde el hilo conductor que lo enlaza con el pensamiento del General, si es que somos capaces de encarnarlo y llevarlo a la práctica cotidiana de nuestra militancia. Los pueblos del mundo, a quienes él dirige su mensaje universal, tendrán formas de comprensión y asimilación diferentes en relación con sus historias, idiosincrasias y herencias culturales.

Pero lo que sí es seguro, y de ello estamos convencidos, es que el futuro en el cual buscábamos el reencuentro con el General quienes aún sentimos estar en deuda, ya ha comenzado de la forma más impensada y de la mano de quien menos imaginábamos años atrás.

 

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