El desafío de construir poder en clave feminista dentro del peronismo

El peronismo, además de ser uno de los movimientos más grandes de Occidente, y de demostrar que sigue construyendo –dentro de la política de lo posible– respuestas a las demandas populares en nuestro país como ningún otro espacio político, se sigue sosteniendo desde lo simbólico y lo cultural en contra de todos los pronósticos. En un mundo que busca imponernos cada vez más el individualismo como forma de vida, lo plebeyo del peronismo, la comunidad organizada y la mística, siguen vigentes.

Pero cuando buscamos respuestas a por qué el peronismo sigue vigente, por qué una y otra vez se transforma y fortalece, debemos sin duda ir a las bases, que son los cimientos y la génesis del justicialismo. Cuando vamos a las bases, lo que encontramos son mujeres, muchas mujeres, y prácticas que, aunque muchas veces ni siquiera se definen o perciben como feministas, lo son. Nadie se atrevería –o debería atreverse– a discutir la preponderancia de mujeres en las bases del movimiento nacional. La discusión pasa entonces por buscar la respuesta a por qué sigue sin trasladarse esa preponderancia femenina a la disputa de poder y representatividad hacia dentro del peronismo y sus “cúpulas” –poder que no puede definirse únicamente por presencia de mujeres en cargos o espacios de jerarquía, sino en cómo se accede a ellos y qué se hace con ellos una vez obtenidos.

La búsqueda de poder, sin dudas, nos fue negada históricamente a las mujeres, incluso a aquellas que militamos activamente en política. Pero de un tiempo largo a esta parte no nos fue negada la participación, estrictamente. Eso no es ingenuo: sin nuestra participación no hay política posible, y hubiese sido imposible para cualquier varón peronista –y de cualquier otra pertenencia política– ocupar un espacio de referencia sin un grupo de mujeres trabajando para ello.

El feminismo, con sus distintas y variadas vertientes, sigue irrumpiendo en la agenda nacional desde lo concreto y lo simbólico. En lo concreto, con muchos de los avances de los últimos años en materia legislativa, aunque a veces eso no parece reflejarse en esta realidad cotidiana, donde día a día vemos cómo nos siguen matando, violando, acosando y revictimizando –con una violencia increíble en muchos casos– desde el propio sistema judicial a la hora de realizar una denuncia e intentar obtener un poco de justicia.

Desde lo simbólico –y sobre todo de la mano de las más jóvenes– sin duda el feminismo está presente en la agenda política. Eso está a la vista. Pero que esté presente no significa que esté disputando poder, tampoco que se haya trazado una estrategia real para ir en ese camino.

La experiencia de haber tenido una presidenta mujer, con los altísimos niveles de aceptación social que tuvo y tiene Cristina Fernández, con el vínculo enorme de liderazgo afectuoso que supo construir con el pueblo y sobre todo con las porciones del pueblo más pobres y olvidadas, no alcanzó para que el peronismo se transforme en un movimiento dotado de prácticas donde la igualdad de género –a la hora de la disputa de poder, de reparto de cargos y armado de listas en años electorales– se naturalice y adopte. ¿Podría haber hecho ella más en pos de que eso ocurra? ¿Ejerció el poder desde una perspectiva feminista? Posiblemente no desde lo discursivo, ni lo simbólico, pero sí desde lo concreto, con muchas de las políticas públicas que implementó en pos de proteger a las mujeres. De todos modos, eso no se traduce necesariamente hacia dentro del peronismo, ni hacia dentro de la política.
La ley de paridad de género significó claramente un avance, pero mientras las listas sigan en su mayoría encabezadas y armadas por varones la cosa no cambia mucho, y la dominación masculina en la esfera estatal en todos sus estratos sigue siendo absolutamente mayoritaria.

Pero el peronismo no solo cambia porque ponga en agenda cuestiones novedosas: cambia porque su base misma cambió a raíz de los altos niveles de exclusión a los que se vio expuesta la clase trabajadora durante y luego de las dictaduras en nuestro país. Exclusión que se profundizó fuertemente durante los gobiernos neoliberales disfrazados de peronismo, con Menem, los radicales y el duhaldismo. La irrupción de los movimientos sociales –como respuesta a esa profundización en los niveles de exclusión– transformó la base misma del peronismo, que pasó de ser mayoritariamente de trabajadores y trabajadoras a trabajadores y trabajadoras desocupados y desocupadas. La famosa columna vertebral cambió: ya no se organizaba solo en las fábricas, sino que pasó a tener que organizarse cortando rutas y copando las calles al calor de las primeras ollas populares, esas que comenzaron a arder en el frío del sur para luego expandirse a todo el país.

Pensar feminismo popular hacia dentro del peronismo, sin pensar en esa transformación de la organización del movimiento obrero en nuestro país, es pensar un feminismo al menos acotado. Porque esas trasformaciones que empujaron a un enorme porcentaje de argentinos y argentinas –mujeres y hombres migrantes que residen en nuestro país absolutamente fuera del mercado formal de trabajo– modificaron también las formas de vincularse y la estructura misma de las familias, y por lo tanto la realidad de las mujeres de nuestra patria.

Es fundamental pensar en la construcción de poder con una perspectiva feminista en el campo popular, y particularmente en el peronismo, teniendo en cuenta estas dos cuestiones: irrupción de los movimientos sociales como respuesta a la cultura del descarte del mercado formal, y la consecuente transformación de los vínculos y el rol de las mujeres de los sectores populares.

Un caso ejemplificador y claro a la hora de pensar la construcción de poder en clave de feminismo popular y disruptivo hacia dentro del peronismo es el de Mariel Fernández, actual intendenta de Moreno. Contra todos los pronósticos de propios y ajenos, en octubre del año pasado Mariel se transformó en intendenta de uno de los distritos más populosos, grandes y complejos en materia socioeconómica de la provincia de Buenos Aires. Una mujer joven, peronista, que milita prácticamente desde que era una niña, hoy lidera y gobierna desde una mirada feminista y popular tan cercana a la realidad, que sin duda debería ser observada con mayor detenimiento por todo el feminismo o los feminismos que hoy discuten agenda en nuestro país.

Mariel gobierna desde una perspectiva feminista por una simple pero importante razón: gobierna y elige compartir su liderazgo con otras mujeres. Por los pasillos del palacio municipal morenense van y vienen mujeres que hoy ocupan lugares claves para la administración del municipio. Muchas de ellas son compañeras de militancia de Mariel desde hace décadas, mujeres que se acercaron a la política desde la necesidad de ayudar a sus propios vecinos y vecinas en sus propios barrios, allí donde el Estado muchas veces no llega. Son barrios como el que vio nacer y crecer a Mariel: Cuartel V, donde la comunidad se organiza y da pelea todos los días. Es una pelea que encabezan históricamente las doñas del barrio, esas que hacen que el peronismo siga vivo y presente, incluso cuando las estructuras formales del movimiento parecen estar ausentes.

Porque el peronismo en definitiva es eso, comunidad organizada, y a la comunidad la organizan las mujeres, pero al partido lo lideran los varones: las listas las arman los varones –con b y con v– del conurbano, lógica que se replica en todas las provincias del país, en algunas casi desde un patriarcado feudal. A los altos cargos ejecutivos llegan ellos. La “rosca” es de ellos. Ahí radica la enorme injusticia del movimiento. Por eso la figura de Mariel y su actual rol de intendenta vienen a dotar de coherencia y un poco de justicia a la historia del movimiento. Su ejemplo es clave, porque su liderazgo se construyó genuinamente, a fuerza de trabajo y organización, y porque lo que importa no es tanto que una mujer peronista llegue a ocupar un lugar de poder. Eso por sí no significa nada en términos de feminismo. Lo que hace la diferencia es lo que esa mujer hace una vez que llegó: si elige rodearse de otras mujeres y dotar de perspectiva de género cada una de las áreas de su gobierno, o si desde su lugar de poder –aun siendo mujer– elige replicar lógicas patriarcales, rodeada de varones y ceder ante su dominación histórica. Sabemos que eso también sucede.

Lo que ocurre en Moreno es un ejemplo claro de lo que significa disputar poder hacia dentro del peronismo en clave feminista. Ojalá sea un faro para que en el futuro se repliquen experiencias similares en cada uno de los distritos y provincias de nuestro país. Sin una estrategia de poder a largo plazo hacia adentro del peronismo, el feminismo popular difícilmente pueda instalarse masivamente en nuestra sociedad.

Será tarea del feminismo dotar de contenido al programa justicialista del siglo XXI, teniendo como prioridad la agenda de tierra, techo y trabajo, construyendo poder para cambiar realidades, con la bondad y la solidaridad, pero también con la firmeza que nos enseñó Evita como faro. Porque no hay igualdad de género sin justicia social, y no hay justicia social sin igualdad de género.

 

Micaela Rodríguez es militante política y feminista popular del Frente Patria Grande.

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