Éramos adolescentes con una hermosa decadencia

Es una sucesión de fotos
del álbum del nuncajamás.
Éramos todavía adolescentes
y hacía un frío
que se metía en las uñas de los pies.
Después, subía a la retina
y desde lo acuoso
de los ojos congelados,
mirábamos el cielo ennegrecido.
Me decías que si las estrellas
se estiraran como chicle,
dejarían un manto blanco.
La noche despide
su manera arrogante
de mecerse donde quiera,
canté,
mientras, sin verte, supe
que estabas siendo un niño
dibujando garabatos
en las líneas de ese cuaderno.
Había algo de la ventolera
que deja el salto de Milinkovic
flotando en el aire,
tirando una patada karateka
con su superpoderosa mano
en un saque glorioso,
hundiendo el cuero inflado entre seis
profesionales del deporte
convertidos en un número par
útil para nada.
Vos agarraste la caña de pescar
y ensayamos el tiro:
el sonido del método
cortó el aire
y el silencio urbano de esa noche.
En la pileta,
ese cuadrado de agua artificial,
entendí el arte.
La tanza verde flúor
quedó en el centro exacto
y la mosca, enganchada,
levitaba
con su plumaje de pavo real.
Entendí el deseo
en las ganas de ver el cielo
desde adentro de la pileta.
Con los ojos de la mosca muerta.
Nos miramos
con el arcoiris de nuestro lenguaje.
Nos regalamos la risa
que reconocimos única,
sin eco,
y abrazados, nos tiramos.
De vuelta el frío
(ahora mojado)
entre nosotros.
Juntamos los labios
y en el beso, sentimos
el olor y el gusto
de la podredumbre del agua estancada
fundida con la nuestra.
Un sapo
dejó un halo
del que sentimos la espesura.
Salimos temblando y
en el cuerpo se hizo carne
el amor con su hermosa decadencia:
supe que no había nada mejor
porque ya no había más.
Supe que no había nada peor
porque no lo permitiría.
Esa noche
el amor nos hizo
mejores.
Esa noche
cogimos
como animales
con dos polos:
el invierno dentro
y el verano fuera
atraídos por una fuerza de gravedad
del inframundo.
Con el amanecer, viajamos.
Paisaje suizo
en montañas cordobesas.
Un día
juntos pero solos
en el paraíso.
Sacamos las cañas
como aquellos deportistas profesionales:
útiles para nada.
“Ya
no
más”,
tres palabras
para decirlo todo.
La frase cayó
como el agua de la cascada:
natural, poderosa y violenta.
De otro tiempo.
Miré las venas de tus músculos latiendo
y supe que te extrañaría.
Clavé mis ojos
en el corte
perfecto
de tus carretillas
moviéndose al son del viento.
Vi el trágico devenir
de lo sublime
a lo que
ya
no
tiene retorno.
Mi energía
boyando en vos,
y la tuya,
yirando.
En esa sucesión de fotos,
comprendo
cómo estuvimos destinados a lo fatal
y que una forma de entender
es mirar.
Ese día lloramos
y no hubo llanto peor.
En sueños,
a veces, te veo.
Nos abrazamos
arrojados,
como nuestra huella
en esa adulta adolescencia:
sentida,
feroz
y desolada.

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