Immixtion: aporte desde el psicoanálisis de Lacan para una política que piense en la construcción de mayorías

Abundan los análisis de procesos electorales y de sucesos histórico-políticos en los que se observa un denominador común: la aparente existencia de grandes mayorías que parecen votar contrariamente al interés que se les supone de acuerdo a criterios sociológicos de clase. Se preguntan, entonces, ¿cómo es posible que enormes mayorías de individuos elijan –en términos generales– y voten contrariamente a sus propios intereses?

Cuando esos análisis incluyen una lectura psicoanalítica –freudolacaniana– del asunto o se apoyan en ella, concluyen en un segundo denominador común: no serían solamente los intereses particulares –ni individuales, ni colectivos– los que comandan las elecciones, la filiación ideológica, las manifestaciones políticas y, en términos de las democracias, el voto de los individuos.

Observan, así, que las elecciones de los individuos no están necesariamente comandadas por los intereses vitales conscientes y que, en cambio, eligen por algo que se puede nombrar, en términos freudianos, “más allá del principio del placer”. Se introduce en el análisis político, de este modo, una determinada comprensión de dinámicas inconscientes que serían contrarias u opuestas a los intereses vitales conscientes que supondrían una mejora para dichos sectores.

Considero que esas posiciones se equivocan. La primera de ellas cae en un reduccionismo sociológico al fijar los intereses vitales a criterios de clase y suponer que eso comanda los comportamientos políticos, prescindiendo del aporte teórico ineludible que el psicoanálisis ha traído. La segunda, si bien añade la posibilidad de pensar que dichas elecciones no están necesariamente comandadas por mociones conscientes, responde a un programa de divulgación del psicoanálisis que prescinde de elementos fundamentales de la investigación de Lacan que pueden ser cardinales para intentar explicar qué sucede en torno a esos fenómenos descritos y para inferir una posible hipótesis de comunicación y de construcción política que posibilite horadar el sentido común anquilosado en el sistema del mundo discursivo de esas mayorías.

 

Una relación ambivalente

La relación entre el psicoanálisis y la política habita –en lo teórico– una tensión esencial, ya que se parte de considerar que el psicoanálisis ejerce su operatoria exclusivamente en el “caso por caso”, haciendo referencia a una ecuación de “goce” individual y que, por lo tanto, no podría aportar una teoría a fenómenos colectivos, plurales o políticos. Es cierto. El psicoanálisis es –y éticamente debe ser– en el caso por caso. Allí reside la dimensión terapéutica de la práctica y su función restitutiva del valor de verdad para el sujeto.

Sin embargo, no debe confundirse el imperativo ético y esencial –que mueve a sostener que el análisis inconsciente se hace en transferencia y que por lo tanto no hay diagnóstico de multitudes– con la ética individualista del freudolacanismo que, contrariamente a ese bien hacer, divulga significantes clínicos que bautizan posiciones subjetivas pero, luego, niega explícita o tácitamente –persiguiendo un programa de investigación a contramano del propuesto por Lacan– la particular concepción de sujeto que de su enseñanza se desprende.

Esta discusión, que a primera vista importa hacia adentro de la disciplina, podría aportar herramientas teóricas fundamentales para el análisis de las elecciones mayoritarias y la posible fusión del sentido común solidificado en un determinado momento histórico y en una determinada comunidad de hablantes, postulable en términos de “eso que se piensa”.

 

La respuesta clásica del freudolacanismo y la nuestra

Haciendo un pequeño recorrido por el problema y por la comprensión que de él se hace, llegamos a un cuerpo de ideas que puede resumirse así: en el análisis político se observan ciertos desajustes entre el comportamiento esperado de acuerdo a criterios de intereses de clase y el que efectivamente ocurre. Se observa, también, que hay individuos que detestan las formas de un determinado político –su voz, su mirada, sus gestos– y los “intereses” que representa, aun cuando su programa político supondría para ellos un favorecimiento en la distribución económica y, por consiguiente, un posible ascenso social. El aporte característico del psicoanálisis a este entendimiento suele ser que los sujetos se mueven más allá del principio del placer y no por defensa de sus intereses conscientes, esto debido a un anclaje en lo más primordial del aparato psíquico, ya que dicha afinidad remite a la secuencia lógica de constitución de su imagen a partir del Otro y de un rechazo radical desde el cual se definen. Ese rechazo suele ser pensado como aquello que está en el “interior” de esos individuos y de lo cual ellos no quieren saber nada. Así, la ideología tendría raíces fantasmáticas.

La consecuencia que se desprende de este análisis es un statement con el que acordamos: lo que políticamente se necesitaría para captar un voto va mucho más allá de la defensa de ciertos intereses de un colectivo o de una clase, ya que la ideología es movilizada por raíces fantasmáticas. Pero… si el psicoanálisis es caso por caso, se ocupa de un goce singular y propio de cada individuo, irrepetible, sólo pensable clínicamente y en transferencia, ¿cómo postularlo en términos de una herramienta política? La clave para responder a ello la aporta la concepción de Sujeto de Lacan de la que el freudolacanismo se apartó radicalmente, en un movimiento afín al individualismo moderno del discurso capitalista a secas al que se supone criticar.

Lacan propone una conceptualización del Sujeto que es formidable: es un efecto de discurso que se da entre elementos y que no puede ser asimilado a ninguna instancia objetivable. De modo tal que ningún individuo es el Sujeto, pero ningún individuo está aislado del Sujeto. Define esta particular relación con el concepto Immixtion: es la operación que permite pensar a un sujeto no aislado, pero tampoco colectivo. Es lo éxtimo topológicamente pensado: el seno de la otredad que anida en el corazón de lo íntimo. El núcleo de exterioridad desde el que se enuncia un interior y que implica una salida de la noción tridimensional del dentro y del fuera. El Sujeto, entonces, no es ninguna instancia objetivable, sino la determinada relación de conexión que hay “entre”. Es “lo que se piensa”.

Bonoris (2013) lo explica muy bien: “Esta audaz propuesta que realiza Lacan explicita que el sujeto no puede ser confundido con ninguna instancia objetivable, con ningún ser humano; el sujeto es la conexión que existe entre ellos, es el asunto, ‘lo que se piensa’, el material palabrero que se da entre seres humanos y los trasciende. (…) Lo que ‘eso piensa’ como supuesto agente de pensamiento, y lo que ‘eso piensa’ en tanto Otro, es indiscernible, ya que está en estado de immixtion”.

En palabras del propio Lacan (1966): “Lo que la naturaleza del inconsciente nos presenta es, en pocas palabras, que algo siempre piensa”.[1]

Pensar al Sujeto en estos términos permite comprende que la materialidad del valor de verdad no está dada por argumentaciones de significado, sino que su textura es significante. “Eso que se piensa”, sin nombre propio, es la materialidad con la que se construyen los grandes descubrimientos y las grandes invenciones simultáneas, pero también el sentido común, muchas veces contrario a los intereses individuales, contados uno a uno como individuos o en su sumatoria colectiva pensada en términos de pertenencia a grupos o clases. La incidencia del lenguaje provoca immixtion –y por lo tanto trasciende– a los agentes enunciativos y formaliza una demanda que no es la de su necesidad, y cuyo valor de verdad no está dado por la exactitud o adecuación del decir con lo concreto, como lo pensaría un aristotélico, sino por el modo en que “lo que se piensa” irrumpe en una red discursiva.

Dice Lacan (1955): “Lo que distingue a una sociedad que se funda en el lenguaje de una sociedad animal, incluso lo que permite percibir su retroceso etnológico: a saber, que el intercambio que caracteriza a tal sociedad tiene otros fundamentos que las necesidades aun satisfaciéndolas, lo que ha sido llamado ‘el don como hecho social total’ –todo eso por consiguiente es transportado mucho más lejos, hasta objetar la definición de esta sociedad como una colección de individuos, cuando la immixion de los sujetos, forma en ella un grupo de muy diferente estructura”.[2]

Ese grupo de muy diferente estructura es donde debe recaer la operatoria de la construcción política. Para ello se torna fundamental la diferencia entre individuo y Sujeto. Justamente porque las necesidades vitales del individuo –pensado uno a uno o colectivamente– y que importan a la acción política como objetivo y como motor de cambios sociales y económicos no deben confundirse con la fuente nutricia del discurso y de lo que irrumpe en una determinada época como “Sujeto”, siendo éste incuantificable. Es, en otras palabras, la distinción entre sustancia gozante y sustancia corpórea. La disputa por el sentido no debe darse hablándole al individuo uno a uno, sino actuando sobre lo que hoy “se piensa”.

Es necesario diferenciar el puro hacer político como mecanismo de construcción, que apunta a la satisfacción de intereses colectivos; y una forma particular del hacer, que es el decir. La disputa debe darse en la construcción de un nuevo sentido allí en lo que se oye como goce. Para eso es fundamental no confundir a la sustancia gozante con ningún individuo, ni con sus intereses vitales o conscientes.

En la actualidad de nuestro tiempo, encontramos que hay del Sujeto que le supone al Otro un goce dilapidador y explotador del propio trabajo que esquilma, exprime y malgasta, y por eso goza. Ese Otro ya no es encarnado por el Capital, ni por los dueños de los medios de producción, sino por las diversas figuras del “vividor” del propio esfuerzo: los “pobres”, los destinatarios de “planes” de ayuda económica, los empleados estatales, etcétera. Ese corrimiento no es inocente, sino que responde directamente al ejercicio horadador de las diversas formas del discurso capitalista. Todo mensaje político que no le hable a esta forma epocal-histórica de suponer el Goce del Otro solo estará destinado a la increencia y al rechazo.

Las derechas –y con esto nombro también a ciertas izquierdas– apuntaladas por las investigaciones de la psicología política –muchas veces conductista y experimental– logran, con total prescindencia de una cierta ciencia del Sujeto, una comunicación que comprende que el destinatario de su mensaje no es el individuo en su interés vital, sino la configuración de una otredad constituida como núcleo del rechazo a partir de una progresión performativa de actos de palabra.

Cualquier voluntad de construcción política que decida enfrentarla no puede obviar ese extremo. No alcanza sólo con la fuerza bondadosa del hacer, sino que es necesario oír y distinguir “eso que se piensa” para constituir un determinado decir que se erija como un verdadero enunciado performativo dirigido al Sujeto, cuya progresividad reiterativa horade la simultaneidad del sentido común y las identificaciones imaginarias que lo simbólico reguló, pero también, y de forma más importante, su cara real y sintomática: allí donde el goce de la sustancia gozante afecta a los individuos uno por uno.

 

Referencias

Bonoris B (2013): El sujeto como intervalo: de la subjetividad a la immixtion de otredad. UBACyT, Facultad de Psicología UBA, www.aacademica.org/000-054/663.

Lacan J (1966): Of structure as an immixing of otherness prerequisite to any subject whatever, conocido como Conferencia de Baltimore. www.lacan.com.

Lacan J (1955): “La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis”. En Escritos I.

 

Facundo D’Onofrio es psicoanalista, licenciado en Psicología y abogado. Ejerce su práctica en consultorio privado y en la Comisión Nacional de Valores. Es miembro de APOLa (Apertura para otro Lacan) y miembro adherente de la AASM (Asociación Argentina de Salud Mental).

[1] “The question that the nature of the unconscious puts before us is in a few words, that something always thinks”.

[2] “Ce qui distingue une société qui se fonde dans le langage d’une société animale, voire ce que permet d’en apercevoir le recul ethnologique: à savoir que l’échange qui caractérise une telle société a d’autres fondements que les besoins même à y satisfaire, ce qu’on a appelé le don ‘comme fait social total’, –tout cela dès lors est reporté bien plus loin, jusqu’à faire objection à définir cette société comme une collection d’individus, quand l’immixtion des sujets y fait un groupe d’une bien autre structure”.

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