Sociedad, educación y cambios de paradigma

La presente reflexión intentará resumir algunas dinámicas actuales donde los sistemas educativos y docentes no serán ajenos. Desde el contexto de la globalización-exclusión que atraviesa Nuestramérica, y más allá de esta realidad pandémica, se sostendrá que una de las herramientas fundamentales para neutralizar los efectos de inequidad existentes, al menos en esta parte del mundo, es formar ciudadanas y ciudadanos con pensamiento crítico y conocedores de sus orígenes. Tarea que se lleva a cabo desde espacios relacionados a las Ciencias Humanas, pero debería ser condición sine qua non hacerlo desde todas las áreas del conocimiento y en todos los niveles educativos.

Hoy a todo se le asigna valor de mercado, y allí las excluidas y los excluidos no cotizan. Una de las herramientas aliviadoras de tanta desigualdad tendría su génesis en las aulas, porque son ellas las verdaderas usinas de pensamiento crítico, entendiendo y sosteniendo que cualquier política educativa de un Estado subordinado al mercado se encontraría sometida a él. ¿De qué trata en definitiva la exclusión social? De rostros como la marginalidad sociocultural, étnico-nacional u ocupacional de vastos sectores de la población mundial, que tiene siglos de antigüedad. Todas estas desviaciones o rarezas –como se las percibía– eran enfrentadas con mecanismos vinculados a una suerte de inclusión disciplinaria: segregaciones y apartamientos territoriales, hace dos mil años; y con fábricas, prisiones, internaciones, escuelas, etcétera, desde el siglo XVIII. Sin bien en la actualidad se vigila y controla perimetral y territorialmente con modelos similares, se excluye además en lo cotidiano a los y las no pertenecientes al mundo varón, rubio, occidental, deportista y exitoso. El mapa urbano, por otra parte, puede ser tomado como una herramienta legitimadora de esas condiciones: auto-segregación en countries y barrios privados, versus asentamientos en villas y barrios marginales.

El positivismo ofreció y aún ofrece algunas respuestas, postulando, por ejemplo, órdenes sociales y naturales establecidos, sosteniendo el progreso gradual en términos de evolucionismo social, extendiendo a lo social las leyes de la evolución natural, o promoviendo un orden social para el progreso indefinido, evitando todo tipo de conflictos sociales. La concepción de ciencia derivada del positivismo penetró en distintas disciplinas y su discurso impactó en la cotidianeidad, modificando hábitos y modelando ideas del mundo y de sus habitantes. Los métodos de selección binaria disciplinaron a las sociedades y legitimaron científicamente modelos donde, por lógica consecuencia, existían personas incluidas y segregadas. Asimismo, mientras el sistema educativo sostenía que distribuía conocimiento para todas y todos, estudios teóricos y empíricos demostraban que era un poderoso engranaje de la maquinaria destinada a reproducir el capital cultural dominante y preservar el orden social. Por tal motivo, la escuela pasa a ser –con fundamento– una institución cuestionada, rotulándosela como un aparato ideológico al servicio del Estado, cuya tarea era la normalización del sujeto para las condiciones de la sociedad actual, parafraseando a Althusser y a Foucault.

Con características propias según la región, la globalización presenta reformas de los Estados y desregulación económico-financiera, reestructuración productiva, formación de grandes bloques económicos, procesos de segregación social, laboral, política y cultural, fragmentación social y ejercicio de “democracias restringidas”, y fomenta un neoindividualismo egoísta que nos hace vivir encerradas y encerrados en nuestros corazones y en nichos carcelarios con paredes de video –al decir de Catalá Domenech. Al sujeto lo sujetan las leyes del mercado. Desestima las otredades y se igualan conceptos como tolerancia y aceptación, paradójicamente en el ámbito educativo. Propone ausencia de futuro con un voraz aquí y ahora. En pocas palabras, la propuesta de esta nueva cara del capitalismo es la supervivencia del más apto. Con el bombardeo de los medios masivos, todo se reduce al poder de adquisición de bienes y servicios. Quien no adquiere no existe. Es la nada. Entonces, si como ser humano se es nada, ¿cómo no matar por un par de zapatillas? Si son las que legitimarían la propia existencia.

Sin ánimo de entregarnos mansamente a sus designios, se podría decodificar este modelo como un fundamentalismo generador de exclusión, con herramientas de narcosis colectiva semejante a una gran centrifugadora, donde imitar no es pertenecer, y donde las políticas educativas y la escuela, por ende, se encuentran sumergidas. En ellas existen cuestiones particulares de especificidad de sistemas, niveles, tipos de gestión, etcétera, pero hoy forman un haz convergente: limitación para interpretar consignas y textos por parte del estudiantado; incursión de la imagen en escena, pujando con la palabra; sostenimiento de una institución escolar pensada para otro modelo; y registro de su agotamiento por parte de sus integrantes. En las viejas representaciones se hacía hincapié en quien aprende, pero el modelo neoliberal resultadista depositó las responsabilidades casi exclusivamente en quien enseña.

Ahora bien, ¿cómo hacemos para salir de la perplejidad que genera el paso de una totalidad articulada de instituciones que generaban marcas, a un devenir no reglado donde las y los adultos jugamos de visitante? “Me adentré demasiado en el futuro y fui presa del espanto”, decía Nietzsche (1964: 94). También Eco en El nombre de la rosa alerta que, de la rosa original, solo queda el nombre: lo que tenemos ahora son solo nombres desnudos. Hoy, enfrentados y enfrentadas a los restos del naufragio y sin la confianza ciega en la escolaridad, ¿qué hacer en un mundo desencantado donde privan los intereses personales sobre el bien común? Es la realidad de lo inmediato. “Esto es efímero. Ahora efímero. ¡Cómo corre el tiempo! Tic… Tac, efímero”, decían los Redonditos en Ya nadie va a escuchar tu remera. Por la cantidad de incógnitas que esa realidad trae consigo, la incertidumbre nos ahoga. Ante la obligación efectiva de ser competitivas y competitivos en todos los órdenes de la vida, se hace prácticamente imposible encontrar elementos comunes entre solidaridad y competitividad. “Como nos previniera Leo Strauss hace ya largo tiempo, la libertad sin precedentes que nuestra sociedad ofrece a sus miembros ha llegado acompañada de una impotencia también sin precedentes” (Bauman, 2000: 29).

De todos modos, la escuela legitima y certifica conocimiento y creeríamos que lo seguirá haciendo, porque resulta complicado percibir quién más lo podría hacer en un horizonte de proximidad. Ahora bien, sin olvidar que los tiempos en educación son lentos, más allá de violentos replanteos pandémicos, ¿los sistemas educativos y la escuela podrán tender un puente en el abismo social existente? Somos conscientes de que deberá resignificar sus prácticas y la cantidad de etcéteras que queramos ponerle, pero contribuirá en gran medida si el Estado se ubica en el lugar que debe ocupar para que ello suceda. No olvidemos que en el “primer mundo” existe una fuerte presencia del Estado, y las recetas de Estado light son solo la medicina que se propone para curar la enfermedad tercermundista.

Excepto en ciertos sectores minúsculos de las sociedades actuales, la Vox Populi y el sentido común nos dicen que la mejor forma de vivir en sociedad es en democracia. Hoy más que nunca, dentro de estas democracias restringidas la escuela y sus docentes operaríamos como instrumento para promover la libertad en el uso de la razón, y en su uso público. Desde esta óptica, para que la ciudadanía no se convierta en un disfraz de las corporaciones y se sustituyan las normas de convivencia, la mera tolerancia no es suficiente. Es la solidaridad de la conciencia humana la que puede fundar un orden social de aceptación que sea reconocedor de las diferencias y capaz de crear un espacio público para compartir la identidad común –así lo afirmó el maestro Carlos Cullen en alguna de sus clases.

Las adultas y los adultos debemos ofrecer mayor presencia, mayor nivel de compromiso, y ante la inexistencia de futuro o la persecución de objetivos a largo plazo en una sociedad a corto plazo, debemos dar pruebas de que es posible. Ha quedado demostrado, luego de esta resignificación del COVID-19, que somos campeones y campeonas de la creatividad, y atendiendo a aquello de que la docencia es un apostolado, nada debería estar más cerca si elegimos esta forma de vida. En los tiempos que corren, si las y los docentes logramos hacer una lectura correcta de este modelo globalizado, podremos aprovechar la cantidad de contenidos sobre este tema que proponen las currículas actuales y, a partir de allí, generar en cada estudiante una persona con visión crítica y lejos de su derrota espiritual. Si bien hoy a la escuela pocos le firman un cheque en blanco, sigue siendo –como todo el sistema educativo– un espacio de esperanza, utopías e ilusiones.

Adulta, adulto, paisana o paisano de Nuestramérica, colega: sigamos sosteniendo que vivir detrás de la utopía educativa no es ser idiota, aunque en más de una oportunidad determinados intereses quieran demostrar lo contrario, y hasta a veces de nuestro lado se contribuya a ello alegremente.

 

Referencias

Bauman Z (2000): Modernidad líquida. México, FCE.

Caruso M e I Dussel (1996): De Sarmiento a los Simpson. Cinco conceptos para pensar la educación contemporánea. Buenos Aires, Kapelusz.

Colombres A (2004): América como civilización emergente. Buenos Aires, Sudamericana.

Díaz Barriga A (1995): “La escuela en el debate Modernidad-Posmodernidad”. En Posmodernidad y Educación, México, CESU-UNAM.

Nietzsche F (1964): Así habló Zaratustra. Buenos Aires, Malinca.

 

Carlos Eduardo Pintos Saraiva es coordinador académico, docente e investigador en la Maestría y Doctorado en Diversidad Cultural (UNTREF), docente en la Licenciatura en Pedagogía (UMET) y docente de nivel Superior y Medio durante 28 años.

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