Nudos problemáticos que la pandemia evidenció en el campo educativo

La pandemia nos enfrentó a algo ya bastante reflexionado en estos meses de aislamiento: la situación social anterior era profundamente desigual, la pandemia la recrudeció y posiblemente acordemos, al menos en gran parte de la sociedad, que no sería un buen saldo pretender volver “sin más” a la vida pre-pandemia. Sin ir más lejos, no podríamos pretender volver a datos como este: en el segundo semestre de 2019, el 53% de la población de hasta 17 años residía en hogares donde los ingresos de todos sus integrantes no llegaban a cubrir la canasta básica total y un 14% vivía en condiciones de indigencia (EPH-INDEC).

La pandemia en Argentina nos encontró con estos porcentajes que expresan, ni más ni menos, que los y las chicas que recibimos en escuelas y aulas virtuales en 2020 estaban y están atravesados por situaciones de profunda vulneración de sus derechos. Asimismo, los y las docentes también presentaron condiciones muy heterogéneas para llevar adelante su trabajo, habida cuenta de los problemas de conectividad y la falta de recursos tecnológicos conocidos. Según la Evaluación Nacional del Proceso de Continuidad Pedagógica (ENPCP) desarrollada por el Ministerio de Educación de la Nación, el 90% de los y las docentes encuestados declararon que su caudal de trabajo se incrementó durante el ASPO. También, y ya siendo un asunto de época –producto de mucha lucha–, las tareas de enseñar y aprender desde las casas se combinaron con las tareas de cuidado, realizadas principalmente por mujeres: 9 de cada 10 acompañantes pedagógicas durante la suspensión de clases presenciales fueron mujeres (ENPCP). Finalmente, los hogares de docentes y estudiantes estuvieron también atravesados por las infinitas situaciones de precariedad y fragilidad que nuestro país presenta, luego de cuatro años de otra oleada neoliberal.

Hogares, estudiantes y docentes atravesaron(mos) este año en estas condiciones y sobre ellas se ha desplegado una innumerable cantidad de acciones por sostener y componer el vínculo pedagógico. Docentes, equipos de conducción escolar, gobiernos municipales, provinciales y el Estado Nacional generando redes, plataformas, cuadernos, llamadas, WhatsApp, actividades –entre muchos etéceteras– para el tránsito de este excepcional tiempo histórico. La misma fuente señalada rescata la enorme preocupación que docentes de todos los niveles tuvieron durante la pandemia para poder acompañar las trayectorias de sus estudiantes. Conversaron con sus pares sobre las situaciones particulares que les impedían realizar las propuestas de enseñanza. La virtualidad forzó la realización de espacios colectivos que antes no existían en muchas instituciones educativas, para tomar decisiones que permitieran avanzar en el ciclo lectivo. Del mismo modo y en sentido inverso, la virtualidad no permitió otros espacios colectivos que requieren la corporalidad y la presencia física, y eso demoró, frenó o desvaneció otros procesos.

Los saldos sin duda son muchos y en diferentes niveles, según quien escriba. En este caso, propongo pensar en cinco nudos problemáticos que la pandemia evidenció de modo muy transparente en el campo educativo. En primer lugar, las desiguales –no digo diversas, digo desiguales– condiciones de enseñanza como posibilidad o como limitación de la tarea docente; en segundo lugar y pensando en las condiciones de aprender, las desiguales –no solo condiciones– experiencias educativas que nuestro sistema propone al conjunto de alumnos, alumnas y estudiantes; en tercer lugar, la necesaria reposición de espacios colectivos institucionales para la reflexión sobre la práctica pedagógica; en cuarto lugar, la función social y política que ocupa la escuela en tanto que, lejos de la mirada estigmatizante que sufrió los últimos cuatro años, sea por la crítica hacia las y los docentes y sus sindicatos, como por el terrible desfinanciamiento del Estado a la educación, desbordó sus propios márgenes y logró estar en la agenda pública y común de maneras que son para reflexionar –y capitalizar–; en quinto lugar, finalmente, cómo generar desde el Estado políticas de largo aliento que sean capaces de ofrecer andamiajes robustos para una garantía más integral del derecho a la educación.

Volviendo al inicio de estas líneas, la pandemia mostró brutalmente, y sin preguntar, una sociedad profundamente injusta. A esa sociedad no queremos volver. El sistema educativo tiene mucho para aportar en la búsqueda por concretar una vida más digna en una sociedad más igual. La agenda de nudos enumerada es profunda y requiere de tiempos que no son los mediáticos, ni los del oportunismo simplón. Ahora bien, como dijo Paulo Freire, la educación no cambia el mundo, sino que cambia a las personas que van a cambiar el mundo. Por lo tanto, si de recapitular y pensar los saldos de este tiempo se trata, veamos si no es oportuno permitirnos imaginar no sólo qué es posible hacer en la escuela que vamos a volver a habitar –y de la que venimos–, sino, como diría Gabriela Diker –en un hermoso libro de 2005–, cómo hacer para lo contrario: abrir para que lo imposible tenga lugar.

 

Natalia Stoppani es licenciada y profesora en Ciencia Política (UBA) e integra el Departamento de Educación del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.

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