Los desafíos de la educación que viene

La pandemia se presenta como un parteaguas para las sociedades del mundo. Su impacto educativo estremece: 1.500 millones de niños, niñas y jóvenes y 60 millones de docentes intentan, con esfuerzo, reinventar los vínculos y las estrategias de enseñanza y aprendizaje. Cómo seguiremos educando, nos preguntamos. En este contexto, el porvenir es una moneda en el aire, será lo que va a pasar y será lo que vamos a hacer. Por cierto, está abierto y tenemos la responsabilidad de escribirlo.

Boaventura de Sousa Santos afirma que son tiempos en que disputan dos narrativas que conducen al miedo o a la esperanza. En clave nacional, será la querella entre las tradiciones populares y el neoliberalismo y sus variantes, dualidad que explica buena parte de nuestra historia, desde los albores del siglo XIX. Mientras que para el campo popular el futuro es un derecho, el neoliberalismo construye un futuro en donde el pueblo está ausente.

¿Cómo seguir? Una expresión cercana a nuestro corazón nos repite que no habrá magia, que nada nos será regalado y todo se obtendrá con esfuerzo, lo que consideramos una buena noticia, porque la lucha es tarea que el campo popular conoce a cabalidad.

Queremos compartir, sintéticamente, algunas reflexiones sobre la educación y la escuela del tiempo que viene, asumiendo el grado de dudas e incertidumbre que nos produce. Ciertos sectores restauradores estarán tentados de volver al 19 de marzo pasado. Aún si fuera posible ese regreso, nunca encontrarían aquello que van a buscar, porque la escuela del 2019 no existe más. El planeta entero ha sufrido transformaciones dramáticas: nuestras vidas se han visto impactadas en lo social, emocional, económico y laboral. ¿Cuál sería entonces la razón para que la escuela permaneciera inalterable? Sería una nueva muestra de las rigideces que con frecuencia la habitan.

Creemos que por delante nos espera una realidad mestiza, con capacidad para asimilar las enseñanzas de estos meses excepcionales. En ese punto, observamos la paradoja de que será imprescindible asegurar la distribución masiva de recursos tecnológicos, sin dejar de reforzar, con igual intensidad, el vínculo entre todos y todas y la presencialidad. En suma, una escuela de perspectiva humanista que asegure herramientas tecnológicas a docentes y estudiantes.

Debemos reconstruir las capacidades del Estado que el neoliberalismo, con toda intención, destruyó. Es necesario que el Ministerio de Educación nacional reponga la tecnología para los sectores vulnerables: recordemos que el neoliberalismo le adeuda a la sociedad y al sistema educativo 3.500.000 netbooks que decidió no distribuir, además de un millón que no se interesó en reparar. Si esos materiales estuvieran en las escuelas, enfrentaríamos con mayores posibilidades esta pandemia desigualadora.

A los estados provinciales les cabe la responsabilidad de implementar estrategias con alto componente territorial, destinadas a la búsqueda y el rescate de los y las estudiantes que se han desconectado. En ese sentido, el Programa de Acompañamiento a las Trayectorias y Revinculación de Estudiantes bonaerense señala el camino a recorrer, porque contempla inversión, escala y participación de los municipios, y se sostiene en la contratación de miles de docentes suplentes y estudiantes de los Institutos Superiores de Formación Docente. Está en las antípodas de las propuestas superficiales y marquetineras que suele presentar el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

También debemos saldar las deudas referidas a la cobertura del Sistema Educativo, ya que en el lapso 2016-2019 fue interrumpida la construcción de jardines y escuelas que se había prometido oportunamente. Alrededor de 150.000 niños y niñas de 4 años no asisten a la sala de Jardín obligatoria desde la ley 27.045 de 2014. Es un derecho que no espera y es imposible de recuperar en otro momento de la vida.

La alteración del tiempo y el espacio escolar que ha traído la pandemia conforma un contexto apropiado para discutir e implementar ciertas transformaciones que hace tiempo esperan su oportunidad: entre ellas, una nueva organización institucional del nivel secundario, o dejar atrás la repitencia en el sistema educativo, por su carácter regresivo y su probada inutilidad como instancia de aprendizaje.

El cumplimiento efectivo de las leyes de protección a la niñez vigentes en nuestro país debe convertirse en una verdadera agenda de gobierno para el futuro. Por caso, la ley 26.061 de Protección Integral de los Derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes, la de Educación Sexual Integral, la de Centros de Estudiantes, o reponer la de Financiamiento –el neoliberalismo descendió en 1,2% del PBI el presupuesto educativo–, la de Educación Técnico Profesional y tantas más.

Se insiste en la necesidad de reconstruir la Formación Docente –también diezmada– hacia el objetivo de formar eficientes educadores versados en sus disciplinas, que a la vez acepten discutir sobre la naturaleza ética y política de la tarea de educar personas.

No queremos que la escuela del porvenir olvide que su misión primera es enseñar, transferir conocimientos, ya que eso le exige la sociedad. Junto con ello, necesitamos instituciones democráticas, en las que se integre a las y los estudiantes en las decisiones y se construya comunidad educativa con familias más comprometidas y cercanas.

Queremos una escuela donde la Educación Sexual Integral sea un derecho garantizado y su efectiva implementación no dependa de la voluntad de los docentes. Será una ESI con sentido moderno, integral, que no quede reducida a su temática histórica, ya superada por los acontecimientos y las complejidades de la vida social. La imaginamos como un espacio para escuchar las voces de los y las estudiantes, conversar sobre sus derechos y obligaciones, trabajar la diversidad y el cuidado del cuerpo y la salud, y con perspectiva de género como categoría política.

Como educadores, tenemos simpatía por el mundo que viene y miramos el futuro con esperanza. Es cierto que nuestro país está dañado por dolorosas desigualdades territoriales, distributivas, de género, etáreas y otras, que plantean horizontes inciertos. Pero las incertezas se conjuran con convicciones y reconociendo nuestra condición de herederos y herederas de un vigoroso pensamiento pedagógico y político.

Mientras el neoliberalismo se dedicó a diluir el pasado nacional con guanacos y ballenas, no vamos a olvidar que transitamos el Año Belgraniano, y haremos pie en las tradiciones que nos fortalecen. Manuel Belgrano tuvo la comprensión profunda de que debían abrirse las aulas escolares a todas y todos sin distinción, en especial a aquellos definitivamente excluidos del derecho a la educación: las mujeres, los desposeídos, los indios, los huérfanos y los pobres, entre otros. Ese empeño por incorporar a los “relegados”, como los llamaba, vincula sus ideas pedagógicas a la de los grandes educadores americanos, aun sin ser uno de ellos.

Sabemos nuestras responsabilidades y haremos honor a esos mandatos: educar a todas y todos sin excepción, especialmente a los más necesitados; disponer de un Estado Nacional garante de los derechos y cercano a los más sencillos; confiar en los y las educadoras; poner en diálogo educación, trabajo y producción; amar y defender la Patria; y construir una sociedad donde la noble igualdad sea mucho más que una expresión perdida en nuestro Himno Nacional.

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