Educación para el desarrollo productivo con tecnología conveniente

Que el sistema educativo debe servir para formar a las argentinas y los argentinos que encarnen la reactivación y la transformación de nuestra matriz productiva es un objetivo que nadie se atreve a poner en duda. Se utilizan ríos de tinta, cataratas de terabytes y millones de palabras para reafirmar la ferviente adhesión a este postulado indiscutido y –admitámoslo– indiscutible. Sin embargo, las precisiones ralean y divergen a medida que se avanza en el incómodo trayecto que vincula el qué con el cómo. Pretendemos sumar nuestra voz a ese todavía inarmónico concierto de ideas. Resulta necesario para ello precisar algunos conceptos y hacer un análisis crítico de otros que suelen ser utilizados con demasiada frecuencia por quienes practican una oralidad “políticamente correcta”.

 

El Hexágono Virtuoso: concepto superador del Triángulo de Sábato

El físico argentino Jorge Alberto Sábato es una de las figuras consulares de nuestra ciencia. Resulta invalorable su aporte al desarrollo industrial y científico alcanzado en algún momento por nuestro país. También fue “un hombre de barrio, un hincha de lo auténtico”, como él mismo gustó definirse. Impulsor de una categoría conceptual que propone la convergencia de los actores sociales vinculados directamente al desarrollo tecnológico, formuló el esquema –hoy superado– que lleva su nombre. El Triángulo de Sábato imaginaba un espacio de interacción entre tres actores sociales: el Estado, el sistema científico-tecnológico y los empresarios. Suponía que del accionar conjunto de ellos surgirían las políticas del desarrollo productivo nacional. Aunque valiosa, es una idea que resulta anacrónica por insuficiente.

El triángulo ha sido superado por el Hexágono Virtuoso, un concepto que incorpora a tres actores fundamentales e insoslayables: los demandantes de tecnología, los trabajadores y los técnicos.

Los demandantes de tecnología son un actor fundante del desarrollo tecnológico y productivo. Es la demanda la que genera la innovación tecnológica. Así fue para la micro-electrónica lo que se llamó “la conquista del espacio”, en la que soviéticos y norteamericanos se trenzaron en la década del 60, y lo fue la seguridad norteamericana para el desarrollo de Internet en épocas más recientes.

Los trabajadores forman parte de los actores sociales que determinan el sentido que debe tener la innovación tecnológica y, consecuentemente, el desarrollo productivo. Son el contrapeso necesario e imprescindible al objetivo empresario de maximizar ganancias. Hoy la humanidad tiene la distribución más inequitativa de la riqueza de toda su historia y la pobreza extrema asola a miles de millones de personas en todo el mundo. Otro hecho concurrente es que comienza a ser tema de la agenda global la participación de los trabajadores en la propiedad de las innovaciones tecnológicas y en los beneficios económicos que genera su implementación en los sistemas productivos.

Los técnicos constituyen un actor diferenciado del denominado “sistema científico-tecnológico”. Son la bisagra que une y articula al sistema con la realidad cotidiana de la producción. Con un pie en cada lado, encarnan un vínculo posible entre dos mundos que intentan encontrarse, sin lograrlo plenamente. Son también la respuesta más efectiva a las necesidades de los protagonistas del sistema productivo demandantes de tecnología. Comprenden las necesidades de la producción porque han surgido de ella. Son trabajadores que crecen con el conocimiento que deben proveer las instituciones educativas. Cuando un país enfrenta el desafío de hacer crecer y transformar su matriz productiva, encuentra en este sector de la población el sustrato de capacidad y experiencia para avanzar con tecnologías convenientes, en el camino del desarrollo con justicia social. Quienes diseñan las políticas educativas deben tomar debida nota de ello.

La Argentina atesora una experiencia extraordinaria en la formación de los cuadros técnicos que demanda el crecimiento de la actividad industrial, incorporando nuevos conocimientos a los adquiridos a partir de la práctica y el trabajo: un gradiente que se iniciaba en las escuelas de orientación profesional y culminaba en la Universidad Obrera Nacional (UON). “Tenemos que formar, primero, hombres buenos y del pueblo. En segundo lugar, formar trabajadores, sobre todas las demás cosas… Lo que necesitamos son hombres leales y sinceros, que sientan el trabajo, que se sientan orgullosos de la dignidad que el trabajo arrima a los hombres y que, por sobre todas las cosas, sean capaces de hacer, aunque no sean capaces de decir”. Quizás sean estas palabras –que el general Perón expresó al inaugurar la UON en 1953– la mejor manera de definir la política educativa para los técnicos que necesita la reactivación y el rediseño de la matriz productiva argentina.

 

Jorge Zaccagnini es autor del libro Antes de la Arroba, asesor informático de la Presidencia de la Auditoría General de la Nación, director de la editorial Mi Club Tecnológico y vicepresidente del Foro para una Nueva Política Industrial (FONPI).

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