De “dolores que quedan y libertades que faltan” a la “responsabilidad social universitaria”: a 100 años de la Reforma

La Responsabilidad Social Universitaria (RSU) conduce a la construcción de un nuevo modelo de educación superior, consolidando el nuevo acuerdo social mediante el paso de tres funciones –formación, investigación y extensión– a cuatro, reintroduciendo la gestión en la mira y analizando la problemática del ámbito administrativo en pie de igualdad con la del ámbito académico. La RSU es una mirada integral sobre la institución de educación superior (IES) que no olvida ningún actor, ni ningún proceso, y no está obnubilada por la sola dimensión extensionista de vinculación con el medio.

El paso es de un enfoque que parte de la universidad y va hacia afuera –considerando lo que hace la IES para la sociedad– a uno que parte de los impactos de la universidad fuera y retorna hacia adentro –considerando lo que debería corregir la IES ante la sociedad. La RSU considera los impactos de la IES para evaluar su utilidad social y determinar sus responsabilidades. Viene a interpelarla desde fuera, más que animarla desde dentro. Es la corresponsabilidad como co-culpabilidad de la educación superior ante los problemas sociales que constituyen una obligación de cambio, y no un mero compromiso social sui generis que operaría como “buena voluntad” institucional, siempre discrecional.

 

Al considerar a toda la universidad a partir de sus impactos, uno ya no se ilusiona más sobre su quehacer diario: las incongruencias saltan a la vista, las co-culpabilidades aparecen, llega el tiempo de las responsabilidades. Se advierte el curso de nutrición saludable de la Facultad de Ciencias de la Salud, pero también la comida chatarra en la cafetería de la misma facultad. Se advierte el programa de investigación sobre medioambiente, pero también las compras de plásticos de un solo uso por parte de la administración central. Se advierte el proyecto de voluntariado para apoyar a poblaciones vulnerables, pero también las enseñanzas sobre “optimización fiscal” y “Return On Investment trimestral y externalización de costes” de la Facultad de Gestión y del MBA de la Escuela de Posgrado. Se advierte la Cátedra de Ética y Derechos Humanos, pero también el aprovechamiento de la precariedad del personal contratado por horas, o incluso a veces el maltrato laboral. Se relacionan las eternas quejas sobre falta de trabajo sinérgico entre las instituciones del país con la tajante segregación monodisciplinaria y los celos de los decanatos dentro de la IES. Se alerta sobre el cambio climático al micrófono de un Aula Magna con climatización y todas las puertas abiertas y las luces encendidas en pleno día soleado.

Generalmente nadie se da cuenta, nadie se queja, no pasa nada. La misma inacción impávida de fuera ante las incongruencias e insostenibilidades se reproduce dentro de la universidad, espejo de su sociedad, mero espejo. En esta conversión de mirada es difícil hacer entender a la comunidad universitaria cuando se le menciona la “Responsabilidad Social”, porque la suele interpretar inmediatamente como “ayuda social” y se focaliza en acciones de extensión y proyección social que la universidad realiza fuera de su recinto, en vínculo activo con actores sociales. Hay que enseñar a girar de nuevo la mirada hacia adentro, para que se entienda que antes de tener compromisos hay que tener responsabilidades, hay que saber cambiarse a sí mismo y transformar el propio modo de ser, antes de pretender transformar a la sociedad y a los demás. Difícil conversión, incómoda salida de la zona de confort rutinaria para ponerse en tela de juicio, responsabilizarse y emprender los cambios organizacionales hacia una IES socialmente responsable. No hay modo de emprender este cambio organizacional si quedamos focalizados en los buenos actos hacia afuera y no advertimos los malos impactos hacia adentro.

 

Actualmente, los impactos sociales de la actividad total de los individuos y organizaciones humanas en el mundo retornan hacia nosotros con un solo nombre, una sola característica: somos insostenibles, y si seguimos así, vamos a desaparecer del planeta, junto con los demás mamíferos y millones de especies que coexisten con nosotros actualmente. Por eso, los Objetivos de Desarrollo Sustentable (ODS) son una ruta política tan importante para la humanidad, porque señalan con metas e indicadores por dónde tenemos que transitar para volvernos sostenibles en el planeta. Son nuestro plan estratégico común consensual para reorientar a la sociedad humana hacia el buen rumbo de la equidad, la justicia y la sostenibilidad planetaria. Toda la educación superior debe involucrarse en este cometido global, no por compromiso, sino por responsabilidad.

Como lo expresó la última Declaración de la Conferencia Regional de Educación Superior (CRES 2018), en Córdoba, confiar el rol social de la educación superior a la sola extensión y proyección universitaria es un modelo que se agotó, porque tomaba como tercera función de la universidad hacia afuera lo que en realidad es su responsabilidad integral y transversal desde todas sus funciones, en todos sus procesos. Pero falta mucho todavía para que la mayoría de las personas en las IES pasen, de una concepción en términos de actos generosos hacia afuera, a una concepción de vigilancia y responsabilidad ante todos los impactos del quehacer personal, colectivo e institucional. Se necesita promover una mirada panorámica de las estrategias, las rutinas, el currículo declarado y el currículo oculto, los criterios de evaluación, las orientaciones cognitivas y pedagógicas, las decisiones administrativas, etcétera. En los últimos años empezaron notables progresos en las mentalidades, pero las prácticas institucionales todavía evolucionaron muy poco, razón por la cual es imprescindible cambiar las políticas públicas de educación superior y los criterios de evaluación y acreditación para acelerar el movimiento, pasando de una concepción activista de ayuda voluntarista a una concepción correctiva institucionalista de gestión sistémica.

Un sistema de aseguramiento de la calidad socialmente responsable tiene que contemplar varios aspectos para evaluar el grado de responsabilización de las IES ante sus impactos:

  • gestión, formación, cognición, participación y voluntad institucional de autodiagnóstico;
  • instituir políticas, estrategias y procesos para mitigar impactos negativos y escalar impactos positivos;
  • asociarse a los actores idóneos para gestionar los impactos;
  • sistematizar, difundir y escalar en su ámbito de incidencia;
  • co-evaluar regularmente la Responsabilidad Social.

La concepción de calidad en educación superior basada en la pertinencia de los impactos sociales deberá hacer un cuidadoso seguimiento de:

  • los procesos de gestión de impactos,
  • las alianzas multi-actores en ecosistemas de innovación social,
  • los resultados sociales y ambientales alcanzados,
  • la coevaluación regular con las partes interesadas y asociadas.

Para ello, será preciso utilizar el marco conceptual y práctico de los ODS como referencia constante que permita definir los ámbitos de responsabilización y los grandes indicadores de logro contrastables con el desempeño general del país. Según el tamaño, el contexto territorial, la historia y las especialidades de cada IES, es posible que no todos los 17 ODS sean abordados de modo directo, aunque inmediatamente todos están relacionados y “enredan” a la acción institucional en sus problemáticas complejas y desafíos locales y globales. Por ejemplo, una IES situada a cientos de kilómetros del mar y que no tiene ninguna formación relacionada con dicha problemática, tiene sin embargo que ver con el ODS 14 (vida submarina) por las emisiones de dióxido de carbono y el tipo de basura que produce.

El giro hacia una concepción del rol social de la educación superior en términos de impactos será muy útil a los sistemas de aseguramiento de la calidad, porque muchos de los impactos sociales y ambientales pueden ser definidos y exigidos en forma universal, y medidos y calculados con cierto grado de precisión objetiva, por ejemplo: la huella ecológica de un campus, o la tasa de pobreza de una comunidad con la cual una IES trabaja en forma continua. Si nos ceñimos a una concepción activista de la ayuda social mediante proyectos de extensión, sólo quedan indicadores de insumos y cumplimiento para medir la acción social de la IES –cantidad de intervenciones en comunidad por año, por ejemplo– pero la dispersión de actividades puntuales impide pasar a indicadores de impacto, fuera de la clásica contabilidad de “población beneficiaria” o “número de personas alcanzadas” por cada proyecto, que no significan mucho.

Asegurar la calidad del impacto social y ambiental de una IES sí es posible, aunque laborioso. Buena parte de los criterios de calidad del impacto institucional tienen que ver con la gestión de riesgos sociales y ambientales definidos por herramientas de gestión socialmente responsable organizacionales, tales como SA 8000, AA 1000, ISO 26000, SGE 21… Por otra parte, se conocen los modos amigables y responsables de gestión socio ambiental, como son el comercio justo, el comercio de proximidad, la vigilancia del respeto de los derechos humanos a lo largo de la cadena de proveedores, las compras verdes, la inversión socialmente responsable, la gestión ética e inclusiva del personal, la equidad de género, etcétera. La RSU recoge y aprovecha todo este aporte de las últimas décadas, y lo adapta a las genuinas características de la gestión universitaria.

Finalmente, conviene recordar siempre que el “logro” institucional se interpreta de forma diferente si hablamos de actividades realizadas o de impactos generados. Hay dimensiones en las cuales la IES tiene mucha autonomía y poder, y otras en las cuales sólo puede pretender participación proactiva e innovación. Disminuir su huella ecológica o lograr ser una organización con clima laboral sano y equidad de género, son cosas que están totalmente al alcance de la IES, mientras que la tasa de empleo local y la calidad del aire son temas que dependen de múltiples factores para los cuales la IES sólo puede pretender a la incidencia, la participación, la promoción, sin mayor garantía de éxito final, porque son cuestiones de liderazgo compartido.

Al ser la Responsabilidad Social una corresponsabilidad entre todos los actores sociales en coordinación y aprendizaje mutuo, es en vano verla en forma solitaria y aislada como tarea de cada organización por separado, por lo que no se puede resumir en una serie de comportamientos organizacionales a adoptar, en una lista de logros y quehaceres que, al ser completada, permitiría declarar a una organización como “socialmente responsable”. Por dicha razón, no se debe concebir un premio o certificación de “Universidad socialmente responsable” que permitiría a una IES victoriosa vanagloriarse de ser socialmente irreprochable, después de haber sido sometida con éxito a una evaluación RSU. Tendríamos la ridícula situación de una IES pretendidamente perfecta en medio de una sociedad que no lo es, pretendidamente sin impactos negativos en medio de una sociedad llena de problemas, pretendida ecológicamente buena en medio de un planeta cada vez más destruido por la acción humana. Sus estudiantes serían los primeros en burlarse de tal autosatisfacción, y toda la legitimidad del movimiento de la RSU decaería. El aseguramiento de la calidad socialmente responsable de la educación superior es posible y deseable, para incentivar una mejora continua de su rol social, no por una “premiación RSU” de las IES, que sería un modo por definición irresponsable de entender esa responsabilidad colectiva.

Para que una organización aprenda a dejarse interpelar por su medio, tiene que abrirse a sus entornos, vincularse con muchos actores fuera de su recinto, escucharlos, trabajar con ellos y ver en qué medida puede cumplir mejor con sus propios propósitos en alianza con ellos que a solas, entre las cuatro paredes de su torre de marfil. Este problema es fácil de resolver para la educación superior, porque el aprendizaje y la investigación son mucho más interesantes de practicar cuando tienen que resolver desafíos complejos con un propósito motivador, por lo que el estudiantado aprende mejor y se forma con pasión por la investigación científica. Pensando en los procesos que permiten eficacia y eficiencia social desde y a través del cumplimiento de sus funciones básicas, la responsabilidad social de una IES la obliga a:

  • gestionarse pensando en sus impactos hacia afuera, es decir, implementar una gestión ambiental y de personas responsable, así como un buen gobierno universitario –ética, transparencia, equidad, inclusión–;
  • gestionar sus tres funciones sustantivas de formación, investigación y participación social, de tal modo que consiga a la vez los propósitos académicos de excelencia y los propósitos sociales de pertinencia: aprendizaje basado en desafíos sociales; investigación transdisciplinaria en y con la comunidad para resolver sus problemas; participación en la agenda 2030 de los ODS a nivel de su esfera de incidencia, promoviendo ecosistemas de innovación social en alianza con otros actores, que deben ser utilizados como escenarios de aprendizaje e investigación; así, la formación y la investigación sirven a la participación social, que sirve a la formación y la investigación.

Al definir la RSU en términos de gestión de impactos se puede articular la lógica de la RSU con la racionalidad de la filosofía de la calidad, evitando un enfoque blando de compromiso solidario voluntario, buscando precisión conceptual, eficacia y eficiencia, lo que será esencial al momento de buscar las evidencias de logro durante el proceso de evaluación de calidad.

Desde el punto de vista interno de la comunidad universitaria que asume el compromiso de un cambio organizacional para responder a las urgencias y desafíos del desarrollo sostenible, la RSU es la política de gestión integral y transversal de una universidad que no sólo quiere formar parte de la solución, sino que se sabe parte del problema social, y que decide criticar y cambiar sus rutinas administrativas, formativas, investigativas y de participación social, midiendo y mejorando continuamente sus impactos sociales y ambientales, a fin de contribuir activamente en su territorio de desempeño al logro de una sociedad más justa y sostenible.

En consideración a los impactos de la universidad hacia su comunidad interna y el medio ambiente, hacia sus estudiantes, hacia el conocimiento y hacia la sociedad, se considera que cada institución debe responsabilizarse por un desempeño socialmente responsable en sus cuatro ámbitos de acción:

  • gestión organizacional;
  • formación;
  • cognición;
  • participación social.

Agrego tres precisiones conceptuales. La denominación “Aprendizaje basado en desafíos sociales” abarca a todas las metodologías de enseñanza que, en el conjunto del Aprendizaje Basado en Problemas, diseñan el problema a resolver, no en forma artificial, sino consultando expertos, comunidades o literatura especializada sobre problemáticas sociales o ambientales reales que integran el amplio espectro de los ODS. La determinación del problema social real da lugar a las iniciativas estudiantiles para ayudar en su solución –hackathon, proyecto, servicio, investigación-acción…– y son estas iniciativas que forman al estudiantado mientras sirven para la solución del problema, consiguiendo el doble fin de un logro educativo y un logro social.

La “inter-disciplinariedad” es el diálogo entre las disciplinas científicas para abordar en forma articulada un problema complejo que una mera sucesión de intervenciones disciplinares separadas –multi-disciplinariedad– no permitiría resolver, por lo que se trata de un proceso innovador por definición que crea nuevos conocimientos entre las disciplinas. La “trans-disciplinariedad” es un diálogo que hace salir de las disciplinas científicas, involucrando en el abordaje y la solución del problema a otros actores no especialistas con sus propios saberes que pueden resultar claves para la solución buscada. También es innovadora al crear un diálogo de saberes entre científicos y no científicos.

“Proyectos cocreados”: se refiere a proyectos sociales con actores externos que son partícipes desde el inicio en todas las etapas de diseño y realización del proyecto, en pie de igualdad con los actores académicos internos. En desarrollo comunitario es sabido que sólo los proyectos llevados por la misma comunidad –auto-desarrollo– son eficaces, eficientes y duraderos. Esta meta permite evitar el asistencialismo y el paternalismo en las iniciativas solidarias de extensión universitaria que constituyen problemas crónicos.

 

Hacia un sistema de gestión de la RSU que redefina la calidad de la educación superior

Al ofrecer objetivos y descripciones de temáticas y procesos de RSU, se brinda una batería de indicadores que ratifican la factibilidad de una redefinición de las exigencias de excelencia pedidas a las IES por parte del Estado y la CONEAU, como agencia de acreditación en términos de pertinencia social de los impactos generados por la educación superior. No se trata de desviar las IES de su propósito principal, sino, al contrario, de permitirles cumplir mejor con su propósito sustancial de formación e investigación, aportando además a sus territorios de desempeño, a sus sociedades locales. La articulación real entre calidad educativa y pertinencia social de la educación es una necesidad de coherencia, eficacia y eficiencia, tanto para los entes rectores gubernamentales como para la agencia especializada en evaluación y aseguramiento de la calidad educativa.

Por lo tanto, con lo postulado se cubre una necesidad conceptual que permite operacionalizar las máximas exigencias del Estado en cuanto al rol social de la educación superior. Así, se espera poder lograr varios propósitos útiles:

  • asegurar una gestión socialmente responsable de la calidad manejada por la CONEAU, con impactos sociales positivos de su quehacer, reequilibrando en sus instrumentos y estándares las tres demandas hechas a la educación –responder por la excelencia cognitivo-científica, la utilidad económica y las necesidades sociales y ambientales– reintroduciendo fines universalmente deseables en los propósitos de las evaluaciones, abandonando la tendencia reduccionista inducida por los rankings internacionales y resolviendo así las críticas de la academia hacia la burocracia poco útil que significa un proceso de acreditación;
  • incluir realmente las IES entre los agentes proactivos del desarrollo nacional, capaces de operacionalizar las políticas públicas referidas al cumplimiento de las metas de los ODS y las resoluciones estatales del Acuerdo de París sobre el cambio climático, sirviendo así como entes articuladores de los planes nacionales en las localidades donde las IES se desempeñan;
  • dinamizar la innovación social articulada con la formación de las y los jóvenes profesionales y el ejercicio de las ciencias y tecnologías, fomentando ecosistemas organizacionales de promoción del desarrollo justo y sostenible con la participación de muchos actores institucionales, lo que es una absoluta necesidad para poder enfrentar y controlar los impactos sociales y ambientales negativos que provoca el mal desarrollo actual.

Una educación, justa, libre y soberana implica tomar acciones de responsabilidad que estén a la altura de las circunstancias.

Es hora de iniciar un profundo proceso de cambio social que revierta la frase inicial de la reforma del 18, y más aún cuando estamos frente a una potencial nueva ley de educación superior.

“Los dolores que quedan son las libertades que faltan”. Nunca más.

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